República Democrática del Congo: «Nadie nos visita salvo ustedes».

Por Aleksandra Szymczak

Christine du Coudray, jefa de la Sección de África de la fundación pontificia ‘Ayuda a la Iglesia Necesitada’ (AIN), acaba de regresar de un viaje a la República Democrática del Congo, durante el cual ha visitado la parte oriental del país, que todavía soporta las consecuencias de las recientes guerras. Las palabras que mejor describen la situación diaria de la gente que se ha encontrado allí son pobreza, inseguridad y aislamiento, sobre todo, en la Diócesis de Manono, una de las más aisladas de todo el país. “En los 24 años que llevo con AIN no he visto nunca nada igual, a excepción de en Sudán”, ha señalado du Coudray respecto a las desastrosas condiciones de vida de los sacerdotes locales.

“Cuando sobrevuelas Manono ves una ciudad hermosa con calles rectas cubiertas de árboles de mango”, relata Christine du Coudray. Esta ciudad del sureste de la República Democrática del Congo fue erigida por los belgas, que en los años cincuenta del siglo pasado descubrieron la riqueza mineral de la región y fundaron allí una empresa para extraer casiterita. En torno a la empresa erigieron una ciudad increíble que llegó a ser muy conocida en todo el país, pues la gente disponía de agua corriente y de luz eléctrica las 24 horas del día. Además, había trabajo y una infraestructura completa de educación, atención sanitaria, etc. “Desde el avión, la ciudad es maravillosa, pero cuando llegas, te encuentras con una ciudad fantasma, totalmente destruida en la guerra en 1999 y abandonada por su población. Solo quedan ruinas”: así describe Du Coudray la situación.

En la actualidad, la Iglesia de Manono, antes llena de vida, se encuentra extremadamente aislada y es muy pobre. “¡Bienvenidos! Nadie nos visita salvo ustedes”, le dijo Mons. Vincent de Paul a Christine du Coudray cuando llegó a Manono. Resultan extrañas estas palabras en una región tan rica en recursos naturales: coltán, casiterita, hierro, cobalto, oro, ametistas, diamantes…, por mencionar solo algunos. Durante la visita, du Coudray también fue saludada por otro sacerdote con las palabras: “Bienvenida al triángulo de la muerte”. En efecto, los recursos minerales pueden aportar vida y bienestar a toda la comunidad, pero también pueden despertar la codicia y conducir a luchas y muertes como ocurrió en Manono.

“La estructura de toda la diócesis está estrechamente relacionada con la empresa de casiterita. Durante años, los belgas se dedicaron a cavar en las canteras en busca de casiterita, y esto cambió el paisaje: junto a las canteras surgieron colinas artificiales y los valles entre ellas se convirtieron en lagos. De pronto, en el año 2000, cuando las autoridades locales constataron que la casiterita se había agotado, apareció el coltán. Por eso, las canteras permanecieron abiertas y la población se dedicó a extraerlo. Por entonces, el coltán no era tan conocido como ahora”, explica Christine du Coudray, quien añade: “Me encontré con unos niños en edad escolar que trabajaban en estas canteras para ganarse unos dólares con los que pagar las tasas escolares”.

Cuando Mons. De Paul llegó, la diócesis llevaba cinco años sin Obispo. “Por esa razón, a su llegada decidió organizar la Iglesia local”, prosigue du Coudray. “No fue fácil… Ahora la situación es mucho mejor, pero hablé con algunos de los sacerdotes y pude comprobar que sufren por el gran aislamiento en el que se encuentran”.

En esta zona no se trata solo de reconstruir los edificios eclesiales, sino de algo mucho más complicado, a saber, de reconstruir la fe y la vocación de los sacerdotes.

No obstante, ocurren pequeños milagros, gracias al Espíritu Santo. “El Señor no quiere que seáis funcionarios del Estado, sino que reveléis Su rostro”, dijo Mons. Vincent de Paul en una Misa atendida por du Coudray, en la que fueron ordenados dos diáconos y dos sacerdotes. “Hace tres años le pedí al Arzobispo de Aviñón de Francia, que antes había sido misionero en el Chad, que dirigiera un retiro en Manono”, señala du Coudray. “El Arzobispo aceptó y, a cambio, Mons. Vincent de Paul envió a un sacerdote al Instituto de Notre Dame de Vie de Aviñón. Este sacerdote descubrió así la riqueza de su vocación. Cuando finalice sus estudios de Teología pastoral, regresará a Manono. Por un lado, parece que hay muy poca esperanza, pero, por otro, tenemos a este sacerdote que podría ser uno de los que contribuyan a renovar toda la diócesis”, dice Christine.

Christine du Coudray recalca la importancia de visitar a los sacerdotes de la diócesis y de mostrarles nuestro apoyo. “Evidentemente, luego hay que emprender medidas de ayuda concreta”, añade. “Así, por ejemplo, yo propuse ampliar el fondo de la biblioteca, pero allí existe otra realidad: muy pocos sacerdotes leen actualmente. Lo que sí hacen es quejarse de las condiciones de vida: basta con decir que en esta gigantesca diócesis solo hay tres vehículos. Además, solo hay siete religiosas de una sola congregación: la de las Mensajeras de la Buena Nueva, pero solo una de ellas ha profesado los votos perpetuos. En las demás diócesis hay un número mayor de religiosas pertenecientes a varias congregaciones locales o misioneras”, comenta Christine du Coudray.

Pero eso no es todo. “En los 24 años que llevo trabajando con AIN nunca he visto nada parecido a lo que vi en la parroquia de Piana”, señala du Coudray. “Allí nos dio la bienvenida el sacerdote encargado de la parroquia, que nos dijo: ‘Vengan a mi casa parroquial. ¡Pero eso no era una casa parroquial!”, exclama du Coudray. “Imaginaos una habitación de unos seis metros cuadrados separada por un pequeño muro. Detrás del muro había una colchoneta con una mosquitera tan sucia, pero tan sucia que ningún mosquito podría atravesarla. Imposible. Junto a la colchoneta había un baño, bueno, algo parecido. Los muros estaban sucísimos y no había ventanas. Nunca en mi vida he visto nada igual. Nosotros ni siquiera meteríamos ahí a nuestro perro. Sin embargo, no dispone de otro lugar para vivir. Realmente, es vergonzoso ver algo así”, concluye du Coudray, todavía impactada por las desastrosas condiciones en las que vive el sacerdote.

En Manono no hay un lugar para la curia e incluso en la casa del Obispo el tejado está a punto de derrumbarse. Además, la capilla también se encuentra en muy mal estado. El Obispo dice: “¿Qué puedo hacer? No puedo renovar mi casa mientras mi sacerdote de la parroquia de Piana vive en tales condiciones”.

“Afortunadamente, hace dos años, el Obispo nos pidió ayuda para erigir una casa parroquial. Por entonces, nunca habíamos visitado el lugar. Junto a la mal llamada ‘casa parroquial’ hay una nueva en construcción en Piana, una muy bonita con una pequeña capilla. Pronto el sacerdote podrá mudarse a ella”, asegura du Coudray con satisfacción.

Poco a poco, las cosas están cambiando. “No obstante, debemos permanecer a su lado para que no se sientan abandonados”, recalca du Coudray. “Debemos ayudar al Obispo a que se reúna con sus homólogos del país y la región, y organizar retiros para el clero con sacerdotes del extranjero, de Europa. Ellos están buscando orientadores europeos, lo cual no era tan obvio tras 1960 (cuando el país se independizó de Bélgica). Esta es la razón por la que es tan importante que tengamos una presencia fuerte y que mantengamos el contacto con ellos para demostrarles que nos preocupa su situación”.

Para Christine du Coudray, todo comienza con la relación, con una comunión genuina: “Debemos tender un puente para que vean que son importantes para nosotros, y estamos dispuestos a hacerlo”.

Entre otras prioridades mencionadas por Mons. Vincent de Paul, AIN se implicará en dos proyectos cruciales para la diócesis. El primero es la puesta a punto del seminario menor en un edificio que antes fue la sede episcopal y que también quedó destruido. El segundo proyecto será la reconstrucción de la casa parroquial de la parroquia de San José Obrero, también totalmente destruida.

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