“No tenemos ni oro ni plata, pero lo que tenemos se lo damos”

El huracán Matthew deja destrucción y lágrimas en la parte oriental de Cuba

Por Maria Lozano, ACN

Königstein/Guantanamo , 17.10.16 . “Verdaderamente no sé cómo empezar a describir lo vivido en estos días” escribe Mons. Wilfredo Pino Estévez, obispo de la diócesis cubana de Guantánamo-Baracoa en un mensaje a la organización pontificia Aid to the Church in Need después de que el poderoso huracán Matthew arrasara en unas pocas horas la noche del martes 4 de octubre el oriente de la isla con una fuerza de categoría cuatro. Gracias a Dios y al sistema de solidaridad y evacuación civil que Cuba practica desde años no hubo ningún fallecido pero los destrozos han sido enormes.

“Menos mal que toda la gente fue evacuada a tiempo o se refugiaron en cuevas o en los conocidos “vara en tierra” (sólo en uno de ellos había 32 refugiados). Algunos no salieron de sus casas pensando que serían resistentes y menos mal que no se equivocaron. Me dio alegría ver cómo quedó intacta la nueva iglesia de los Adventistas del Séptimo Día en la carretera a Sabana. Hasta hace muy poco era de madera y techo ligero pero ahora la han construido de bloques y con techo de hormigón. Allí pasaron el ciclón, y se salvaron, varias decenas de personas”, relata el obispo de Guantánamo-Baracoa.

Especialmente dañados quedaron los municipios de Baracoa, Maisí e Imías, donde muchas casas quedaron sin techo o totalmente destruidas. Después del paso del huracán el primer y único deseo de Móns. Willi, como lo llaman sus feligreses, era visitar a los fieles, consolar a los afligidos. A primerísima hora de la mañana emprendió un viaje arduo y dificultoso: “Al llegar al lugar conocido como el Bate-Bate (camino junto al mar) la carretera estaba destruida y la furia del mar había arrojado montones de arena y piedras de distintos tamaños que impedían el paso. Cuando nos cansamos de apartar piedras para que el carro pasara, tratamos de tomar un terraplén cercano… y nos atascamos. Demoramos tres horas en salir. La ayuda vino de tres hombres. No se nos olvidará nunca su gesto porque se empaparon con la lluvia que caía y se enfangaron. Dios les pague. Pudimos entonces continuar y visitar las comunidades de San Antonio, Imías y Cajobabo y compartir con sacerdotes, religiosas y laicos. En Cajobabo supimos que 75 personas habían sobrevivido el huracán en una casa de placa, llegaron las primeras lágrimas. La realidad era que, a medida que nos acercábamos a Baracoa, los daños se veían mayores.”

Mons. Willi tardó casi 20 horas en llegar a Baracoa, ciudad primada de Cuba, que había quedado hecha escombros. “Llegamos porque Dios puso su mano y también por otras manos solidarias. Al comenzar a subir La Farola había muchas piedras en el camino. Las íbamos apartando con las manos y así la máquina avanzaba. Detrás de nosotros llegaba otro automóvil donde venían autoridades de la provincia y del país. Junto perseguíamos el mismo objetivo: llegar a Baracoa. Un poco más adelante había un grupo de trabajo esperando a las autoridades con moto-sierras, etc. Y empezaron a abrir camino. Nos pusimos al final de la caravana. Y así fuimos avanzando hasta llegar casi a Baracoa. Un enorme derrumbe hizo imposible el continuar. Pero vinieron desde Baracoa a buscar a las autoridades y me invitaron a que, si quería, podía también pasar a pie el derrumbe e ir para la ciudad en alguno de los jeeps que habían venido. Como mi objetivo era llegar a Baracoa aunque fuera a pie, no lo dudé un instante. Gracias a ese gesto pude llegar a Baracoa. A la entrada de la ciudad, ya empecé a ver los daños. Nuestra iglesia de Cabacú, dedicada a la Virgen del Carmen, estaba en el suelo. Solo había quedado en pie la pared del fondo. Finalmente pude entrar en la Casa Parroquial de Baracoa a la una y treinta de la madrugada.”

A Maisí, el último de los municipios dañados por el huracán Mons. Willi sólo pudo llegar dos días más tarde, después de dos intentos fallidos, por estar las dos carreteras de acceso colapsadas: una por un puente roto y la otra por árboles y postes del tendido eléctrico caídos. Según los periódicos locales más de 1,000  postes habían sido derrumbados en la provincia y 80% de las viviendas afectadas sólo en Maisí: “Ciertamente, me imaginaba que iba a encontrar lo peor porque, según mis pobres cálculos, por allí debió pasar el lado derecho del huracán que según se ha explicado es el de mayor fuerza. Realmente eso fue lo que encontré. Creo no exagerar si afirmo que Maisí está destruido. Hay imágenes de casas desplomadas que recuerdan las fotos que todos vimos de cuando el terremoto en Haití.”

Y así la iglesia local cubana se dedica “a levantarle el alma a la gente. A escucharles contar lo vivido y escuchar de sus labios el agradecimiento a Dios por estar vivos “que es lo más importante porque lo material se arregla”,  relata Mons. Willi. Y exhorta: “Hay que recoger sus lágrimas. Levantarles el corazón. Darles esperanza. Hacer lo que hicieron y decir lo que dijeron los apóstoles: “No tenemos ni oro ni plata, pero lo que tenemos se lo damos” (Hech 3, 6)”.

Sin olvidar acompañar este consuelo espiritual con el humano: dar comida a los que tienen hambre. Y así la iglesia local y el personal de Cáritas-Guantánamo está muy activo para  localizar “a las personas vulneradas por su enfermedad, su invalidez, su vejez, para llevarles un poco de aliento y un poco de comida: una sopa, un arroz, unas galletas con guayaba. Ayer, por cierto, recogimos a un hombre que iba a pie por la carretera en busca de sus familiares y nos confesó que llevaba dos días sin comer y uno sin dormir… El camión del Obispado se está moviendo de un lado a otro llevando lo que otras Diócesis nos hacen llegar: galletas, arroz, frijoles, agua, salchichas, sardinas, aceite, jabones, detergente, velas, fósforos, etc.”

En medio de tanto dolor, Mons. Willi relata también momentos de ánimo y esperanza. En circunstancias como la vivida, el dolor une. Los cubanos ya de por sí muy solidarios, se vuelcan todavía más. “Me contaron que durante el paso del huracán, protestantes y católicos refugiados en el mismo lugar habían rezado juntos por primera vez en ese pueblo. También una señora nos contaba que, mientras el huracán hacía de las suyas, “nosotros alabamos al Señor y cantábamos y rezábamos para que nos dejara con vida aunque todo se destruyera”.

Aid to the Church in Need está en contacto con los obispos cubanos para financiar trabajos de reconstrucción e invita a todos sus benefactores y colaboradores a rezar por los afectados por el huracán. “Es verdad que tenemos grabadas en nuestra retina imágenes difíciles de describir, pero también ¡es tanto lo que tenemos que agradecer a mucha gente preocupada y ocupada, que han estado rezando y rezan por nosotros, que han prometido ayudas o las han enviado ya!”, escribe el obispo a la fundación.

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