La Diócesis de Tura de India oriental inició en 1973 su andadura de forma muy modesta con solo cuatro parroquias y unos 40.000 creyentes; entretanto, ya hay 45 parroquias y el número de fieles también se ha multiplicado.
La mayoría de los habitantes de la Diócesis de Tura pertenecen a minorías étnicas desfavorecidas. El grupo étnico más numeroso es la tribu garo, que es culturalmente muy diferente de otras etnias del país: y es que en esta tribu reina el matriarcado, es decir, que la madre es la cabeza de familia. Pero también hay otros grupos étnicos en el territorio de la diócesis.
Apenas hay industria en la región. La gente vive de lo que cultiva y depende de las lluvias monzónicas. Especialmente en las zonas rurales reina la pobreza, y mucha gente no ha ido a la escuela.
En algunos lugares, la Iglesia gestiona internados para niños y jóvenes cuyos pueblos están tan alejados que no les resulta posible recorrer el camino hasta la escuela todos los días. Entre estos jóvenes surgen la mayoría de las vocaciones espirituales, pero también es cierto que muchos otros niños se quedan desatendidos en lo que respecta a la educación religiosa, porque sus padres no saben cómo dispensársela. Y es que ellos mismos necesitan orientación para profundizar en su vida de fe y crecer en ella, y carecen de la educación necesaria para apoyar a sus hijos en este ámbito. Por ello, dejan la educación en la fe en manos de sacerdotes y religiosas, pero estos no pueden estar en todas partes al mismo tiempo.
Los sacerdotes y las religiosas ejercen su ministerio en numerosos pueblos, y la carga de trabajo que soportan va en aumento. Sin embargo, el acompañamiento pastoral de las familias y los jóvenes es de suma importancia, porque, a menudo, los jóvenes contraen matrimonio con personas de otras confesiones y abandonan la fe católica. Además, están aumentando las separaciones y las familias rotas. Al mismo tiempo, siguen existiendo tradiciones problemáticas como, por ejemplo, los extendidos matrimonios concertados entre primos. Además, cuando uno de los cónyuges muere, el otro suele casarse con un familiar, y no es raro que la diferencia de edad sea muy grande. Estas tradiciones sirven para mantener la riqueza en la familia, pero cada vez hay más jóvenes que se rebelan porque el libre albedrío y la felicidad de los cónyuges no se tienen en cuenta. Así surgen conflictos en el seno de las familias. También en este sentido, a la Iglesia le queda mucho por hacer.
“Ya es hora de implicar a los laicos para que asuman un papel activo en el apostolado familiar”, afirma el Obispo de Tura, Mons. Andrew Marak, pues las familias cristianas estables tienen un importante papel que desempeñar en la Iglesia y en la sociedad. Pero a estos laicos que trabajarán en el apostolado familiar hay que formarlos, por lo que el Obispo ha puesto en marcha un programa de formación para 630 laicos divididos en cinco grupos. Por desgracia, carece del dinero necesario para el programa, pues por la pandemia la mayor parte de las colectas no han tenido lugar, y porque las familias no tienen más que ofrecer que un puñado de arroz de vez en cuando.
Por ello, nos gustaría apoyar con 7.000 euros este valioso programa para que las familias puedan disponer de resueltos ayudantes.