PASTORA MIRA GARCÍA se ha convertido en una de las creyentes más conocidas de Colombia, gracias a su ejemplo de amor cristiano y perdón frente al odio y la violencia en una nación que todavía está lidiando con las secuelas de décadas de violencia implacable. En los últimos 60 años el país sufrió por las luchas armadas entre guerrillas marxistas, tropas gubernamentales y milicias de extrema derecha. En 2016 se llegó a un controvertido acuerdo de paz con el grupo guerrillero más importante, pero se calculan que hasta entonces aproximadamente 900.000 personas fueron asesinadas y siete millones de colombianos desplazados por el conflicto. La violencia y enemistad todavía persisten en muchos corazones. En septiembre de 2017, cuando el Papa Francisco visitó el país, Pastora fue elegida para dar testimonio de su compromiso con el mandamiento de Cristo «ámense los unos a los otros».
Ella relata su historia para la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, organización que desde sus inicios promueve la reconciliación y el perdón como carisma:
«El 4 de abril de 1960, mi padre, Francisco Mira, fue asesinado por rivales políticos. Yo tenía 4 años cuando sus 9 hijos fuimos obligados a presenciar su asesinato. Empujando a mi madre a un lado, le dispararon y luego lo decapitaron frente a nosotros.
»En 1999, mi madre sufrió un ataque cardíaco y murió cuando militantes de una de las facciones del conflicto derribaron la puerta de entrada de los vecinos.
»En 2001, mi hija Paola iba con mi nieta de 5 años a trabajar a una escuela rural cuando fueron capturadas por un grupo armado; dos días después, devolvieron a la pequeña. La familia entró en una noche oscura, preguntándose qué había sido de mi hija Paola. Logramos recuperar su cuerpo a los siete años, después de caminar por los campos y subir y bajar montañas. Insistí incluso en que trajeran equipos de desminado para poder realizar nuestra búsqueda de manera segura.
»Mi hermano menor también fue secuestrado en una carretera y ni él ni la gente que viajaba con él han vuelto a aparecer.
»El 4 de mayo de 2005, un grupo armado ilegal se llevó a mi hijo de 18 años secuestrado durante 15 días. Luego lo asesinaron y lo dejaron tendido en el camino. En ese momento, dije: «Señor, te lo devuelvo». Aunque no todos pueden hacer estudios superiores, todos asistimos a la «Universidad de la Vida».
»Antes de la muerte de mi madre, fui a trabajar a un pueblo donde escuché el nombre del asesino de mi padre. Le pregunté a mi madre si él era el hombre que mató a papá, y ella respondió: «Sí, hija mía, pero no tenemos derecho a hacerle daño». Me tomó un tiempo investigar y cuando por fin llegué a esa casa, que estaba muy lejos, no encontré a un hombre, sino a una piltrafa, a un ser humano destrozado.
»Hubiera sido muy fácil, dadas las circunstancias en las que vivía él, darle un poco de pan envenenado o usar otro mecanismo para terminar con su vida, pero gracias a Dios había recibido ese mensaje de mi madre. Me senté a llorar en el camino de regreso y tomé la decisión de visitarlo con frecuencia, junto con algunas personas que visitaban a los enfermos; para ayudarlo a sanar, para llevarle comida y ropa. Lo hicimos durante mucho tiempo.
»Había aprendido una lección muy importante; cuando la madre del asesino de mi padre le preguntó a este un día: «¿Sabes quién es esa persona que te ha estado cuidando? Ella es uno de los muchos huérfanos que hiciste. Ella es la hija de Pacho Mira». Nunca me pudo mirar a los ojos de nuevo. Entendí que la culpa es peor que el dolor.
»El 19 de mayo de 2005 ante la sepultura de mi hijo en un mausoleo, sentí la necesidad de mirar la bóveda, y vi una escultura que representaba la «Piedad» de Miguel Ángel. Le dije a la Virgen: «Madrecita, perdóname por llorar por mi hijo, cuando debería mantener la calma porque tuve la bendición de ser madre».
»Tres días después, de camino a casa, vi a un joven que pertenecía a uno de los grupos armados ilegales. Estaba herido y lloraba de dolor. Lo llevamos a casa. Él estaba hambriento, le di algo de comida y café, un par de pantalones cortos y una camisa que había pertenecido a mi hijo. Vino una amiga que era enfermera y le lavamos la herida.
»El muchacho se acostó en la cama de mi hijo y, al ver sus fotografías en la pared, preguntó: «¿Por qué hay fotos de ese tipo que matamos hace unos días?». Todas quedamos impactadas, mis hijas y yo, y el joven comenzó a llorar y hablar. Le supliqué a mi querido Dios que no sintiera con el corazón de una madre, ni que escuchara al niño con los oídos de una madre, que Él me ayudara.
»Al final, le dije: «Esta es tu cama y esta es tu habitación». El lloraba y hablaba; como si le diéramos una paliza. Le pasé el teléfono y le dije: «Hay una mamá preocupada por ti en algún lado, por favor llámala».
»Fui a hablar con mis hijas, que me dijeron: «¡Mamá, es un asesino, no puede salir vivo de aquí!». Yo les respondí: «Díganme lo que quieren que haga, lo único que les pido a cambio es que, cuando termine siendo una asesina, como él, me aseguren que a cambio mi hijo estará sentado aquí con nosotras de vuelta”. Entendieron que no debía ser ojo por ojo, diente por diente.
»Regresé a donde estaba el joven y le dije: «Mira, no puedes quedarte más aquí, ve a un hospital». Se fue y ese mismo año en agosto regresó, desmovilizado y desarmado. Cuando venía a verme, solía saludarme diciendo: «mamá». Ese diciembre murió en un incidente relacionado con las drogas.
»Su madre vino a recoger el cuerpo y tuve la oportunidad de ayudarla a llevar el cadáver a su municipio. Hay un principio fundamental: «Ámense los unos a los otros». Señor, a quien me ha herido, perdónalo; cúrame de modo que, a través de tu perdón, pueda mirarlo a los ojos como un ser humano con derecho a cometer errores, y saber que en sus errores fue él quien cayó».
Hoy en día, Pastora está dedicada a CARE, que significa «Centro de Acercamiento para la Reconciliación». Lo fundó hace 13 años para descubrir diferentes formas de promover la reconciliación entre las víctimas y los asesinos. Pastora está convencida de que la mejor forma de lograr la reintegración social es que todos los colombianos sepan y conozcan lo que sucedió; fundamento de una sanación emocional y espiritual genuina.
ACN apoya proyectos de reconciliación en diversas partes del mundo, en Colombia acaba de aprobar un proyecto para la reconstrucción de una iglesia en Aquitania, un pueblo rural donde tanto el templo como la casa cural fueron destruidos por la guerrilla. Su ubicación y la abundancia de bosques, hizo que la violencia fuese muy cruda y muchas personas murieran en los enfrentamientos o por los campos minados que dejaban a su paso los grupos al margen de la ley. Finalmente el pueblo fue abandonado. Lentamente a medida que la región ha sido desminada y que habido control gubernamental, la personas han regresado. La población encontró solo ruinas y una iglesia en muy mal estado. Para que Aquitania retorne a la vida, el nuevo párroco ha pedido ayuda para la reconstrucción del templo dedicado a Nuestra Señora del Carmen. ACN apoyará con 20.000 €.