Muchos Papas y Santos lo han recordado: el que quiera cambiar el mundo, que empiece primero por su corazón. Las decisiones de la vida se toman en el
corazón, que es el verdadero lugar de la fe. La Sagrada Escritura tampoco ve la impiedad en la mente, sino en el corazón. Los necios dicen en su corazón:
“No hay Dios”, reza el Salmo 14. La sabiduría del corazón no se aprende como las matemáticas; es una cuestión de vida interior. Por eso, la formación de un año para jóvenes de entre 18 y 30 años en la escuela “Juventud Felicidad” (Jeunesse Bonheur) de Cotonú, Benín, descansa sobre los pilares de la contemplación, la educación, la comunidad y la misión. Es la primera escuela de este tipo en África, y su modelo es la escuela misionera “Juventud Luz” (Jeunesse Lumière), fundada por el P. Daniel Ange en Francia. Con sus testimonios vitales, los jóvenes deben ser profetas para su generación.
Para el P. Cyrille Miyigbena, director de la escuela, se trata ante todo de un programa de humanidad: “Se aprende de todo: la alegría, la sonrisa, el respeto al prójimo, la puntualidad, el amor al trabajo bien hecho, la justicia, el sentido de la comunidad, la limpieza, el orden, la paciencia, el perdón, el autocontrol,… en definitiva, todas esas virtudes cuya ausencia resulta tan dolorosa en la sociedad actual. Todo esto se aprende en la escuela de Cristo, el verdadero Maestro de la vida interior”. Lo que se pretende es que los graduados de la escuela “Juventud-Felicidad” lleven con su vida cristiana estas virtudes a la sociedad. Vicentia está profundamente convencida tras de su año en Cotonú: “He comprendido que la devoción total al espíritu del amor nos hace ver a nuestros semejantes, en todas sus limitaciones y capacidades, como un don de Dios”. Y Fabrice ve ahora la misión de la siguiente manera: “Así como el experimento en las ciencias naturales demuestra la corrección de una hipótesis, la misión da testimonio de la verdad del Evangelio.
Sin este testimonio, el cristiano carece de una dimensión esencial”. Y el testimonio da sus frutos. Al cabo de tres años de existencia, doce jóvenes varones de la escuela de Benín han ingresado en el seminario, otros cinco han optado por la vida religiosa, y algunos trabajan en las diócesis del país. La escuela está creciendo, y ahora tiene que salir del pequeño seminario de Cotonú, pues necesita sus propias aulas, sus propios edificios. A sus puertas esperan jóvenes de Malawi, Sudán del Sur, Burkina Faso, Malí y Costa de Marfil. La escuela es ya un faro de humanidad para África. De momento, ya disponen de un terreno y de una maqueta, y ahora nos piden ayuda para poner en marcha las obras. Nosotros les hemos prometido 50.000 euros.