Se conmemora el décimo aniversario del terrible estallido de violencia anticristiana que se cobró la vida de más de cien cristianos en el distrito de Kandhamal, en el estado indio de Odisha en agosto de 2008. La violencia dañó o destruyó 300 iglesias y 6.000 hogares, y obligó a desplazarse a 50.000 personas. Una religiosa fue violada en grupo.
Tarun Kumar Nayak (19) es oriundo del estado de Odisha y estudiante de una licenciatura en ciencias. A la edad de nueve años fue al mismo tiempo testigo y víctima de la violencia de la turba hinduista. Tarun narra sus recuerdos a la fundación pontificia Aid to the Church in Need. Empezando por la destrucción de su hogar y de la sastrería de su padre en la localidad de Bamunigoan, incidente anterior que resultó ser el preludio de los disturbios asesinos de agosto de 2008:
“La mitad de mi pueblo son cristianos y el resto, hindúes. Los habitantes de mi pueblo eran personas amantes de la paz, y los miembros de ambas religiones convivían pacífica y armoniosamente. Se ayudaban los unos a los otros a la hora de celebrar los días festivos de sus respectivas religiones. La vida transcurría tranquilamente hasta que llegó el 24 de diciembre de 2007, cuando una pesadilla inesperada sacudió la aldea.
“Los cristianos habíamos instalado un decorativo arco navideño sobre la carretera del pueblo. Un grupo de 150 hasta 200 hindúes se encaminaron hacia la plaza del mercado y exigieron que se retirara el arco. Luego los exaltados intentaron forzar al cierre del mercado semanal y todos los negocios de la zona.
“Cuando los propietarios cristianos de las tiendas se negaron a cerrar, la acalorada discusión desembocó en un estallido de violencia. Unos veinte negocios cristianos fueron saqueados y destruidos. Un cristiano murió.
“Nos vimos obligados a huir del pueblo y a escondernos en el bosque. Tuvimos que andar millas por la oscuridad para que no nos mataran. Anduvimos al menos dos días sin comida ni agua. Algunos de nosotros incluso se cayeron en pozos y se encontraron con serpientes. Personas de todas las edades, incluidos bebés recién nacidos, tuvieron que afrontar el frío de ese invierno.
“No obstante, y como pregunta la Biblia, ‘si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?’. Ninguno de nosotros sufrió graves daños. Llegamos a una aldea llamada Tamangi, donde los miembros de una tribu nos ofrecieron comida y alojamiento.
“Los fanáticos andaban buscando a mi padre porque él era, hasta su muerte el año pasado, el representante de la comunidad cristiana. Mi padre permaneció en el pueblo con la esperanza de poder hablar con los atacantes, incluso poniendo en peligro su vida, pero finalmente se tuvo que ir porque las condiciones empeoraron. Anduvo más de 40 kilómetros (25 millas) por el bosque para poder tomar un autocar y reunirse con un familiar que vivía en Berhampur, a unos 130 kilómetros (80 millas) de distancia. Tuvo que permanecer escondido durante una semana durante la cual no supimos nada de su paradero.
“Regresamos a nuestras casas cuando la administración local logró restaurar la paz, pero mi padre tardó cinco o seis días en volver. Lloramos día y noche, seguros de que había sido asesinado. No llorábamos porque él era el único miembro con ingresos en un hogar de ocho personas, sino porque él era nuestro querido padre, el que hacía todo por evitar que sufriéramos.
“Como sastre tenía posibilidades de ocuparse de mi madre, mis hermanos y yo. Lo sacrificó todo por darnos una educación basada en valores. Además, desempeñaba un papel vital en la aldea y la comunidad cristiana: no se celebraba ninguna reunión en su ausencia.
“Habitualmente empezábamos a celebrar las Navidades en torno al 20 de diciembre y concluíamos las fiestas con un picnic en la primera semana de enero. Sin embargo, en 2007, debido a las tensiones en el pueblo, no las celebramos. Por miedo a nuevos conflictos, la Administración del distrito desplegó dos pelotones de la Policía de la Reserva Central. El personal de seguridad solía realizar desfiles por el pueblo al menos dos veces al día para que la gente recuperara la sensación de seguridad. Gradualmente, la normalidad volvió a instalarse en el pueblo y los negocios volvieron a abrir.
“Pero entonces, el 24 de agosto de 2008, hubo un nuevo y terrible estallido de violencia a raíz de la muerte del líder religioso hindú Swami Laxmanananda Saraswati, quien fue asesinado junto a otros cuatro monjes en su monasterio. Pese a que la guerrilla maoísta reivindicó los asesinatos, los fundamentalistas hinduistas consideraron que los cristianos eran responsables de su muerte y empezaron a atacar a la comunidad cristiana local.
“Pese a que tantos murieron y pese a la completa destrucción de las propiedades, permanecimos firmes en nuestra fe. Fuimos capaces de afrontar el terror y la violencia brutal únicamente por la certeza de que Dios estaba con nosotros.
“El por entonces Arzobispo de Cuttack-Bhubaneswar, Mons. Raphael Cheenath, apeló al Tribunal Supremo de la India en busca de justicia y compensación para los cristianos, y el Gobierno concedió algunas ayudas económicas a los afectados por orden del Tribunal. Ahora la situación está bajo control en el distrito. Despliegan personal de seguridad durante la celebración de las fiestas cristianas para mantener el orden, pero el recuerdo y el miedo a la violencia siguen vivos”.
Desde 2008, la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada ha contribuido a la ayuda y a la rehabilitación de las víctimas, así como a la reconstrucción de algunas de las 300 iglesias destruidas durante los disturbios.
El año pasado, Ayuda a la Iglesia Necesitada gastó cerca de 7 millones de dólares en apoyo de proyectos que beneficiaban a los cristianos de la India, en particular a los dalit, la casta más baja de la jerarquía hindú, y a los «tribales», también muy discriminados por los fundamentalistas.