ACN en África

(Artículo publicado originalmente en la revista Mundo Negro, en Junio 2013 – adaptado por ACN en Febrero 2017)

“Es de noche en África. Y, en medio de esta noche, yo vuelo desde Roma a Kinshasa. El viaje dura seis horas”. El comentario está datado en abril de 1965 y recogido en el libro Dios llora en la Tierra. Su autor, el P. Werenfried van Straaten, fundador de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN). Las líneas que abren este reportaje recogen los momentos previos a su llegada a la capital de la República Democrática de Congo. Aquella primera presencia en el continente se limitó a nueve días en los que, además de Kinshasa, conoció Kivu, Isiro y Kisangani. A su regreso describió las etapas de aquel itinerario como “las estaciones del Vía Crucis”. Después de aquel primer periplo llegaron cinco viajes más, entre septiembre de 1968 y finales de la década de los años ochenta del siglo pasado, en los que el también conocido como Padre Tocino conoció las miserias del continente y la pobreza de la Iglesia. Pero también entrevió la labor que debía cumplir la Iglesia en África y el apoyo que AIN podía ofrecer en aquel camino.

“Tenemos aquí una tarea a desarrollar por nuestra Obra (…). No solo queremos ayudar a las diócesis devastadas (…) en su reconstrucción espiritual y material, sino sobre todo invertir amor, dinero e ideas en la formación de dirigentes laicos ordenados hacia el apostolado”. Estas palabras se referían de forma específica a la Iglesia del antiguo Congo belga, pero su reflexión se podía extrapolar a otros muchos lugares del continente.

Cuando el P. Werenfried llegó a África ya conocía bien cómo sufría la Iglesia en todo el mundo. El compromiso de este fraile premostratense holandés con los más necesitados le llevó a impulsar, a mediados del siglo pasado, la Asociación Ayuda a la Iglesia Necesitada para promover la evangelización y la labor pastoral de la Iglesia. Creada como Asociación Pública de Fieles, el Papa Benedicto XVI la erigió en Fundación Pontificia en diciembre de 2011.

Ayuda a la Iglesia Necesitada nació en 1947, al final de la II Guerra Mundial, para ayudar a las comunidades católicas que quedaron aisladas en el Este de Europa, fue ampliando sus miras hacia otros lugares, otros continentes, otros retos. La atención cuasi monográfica a los que eran perseguidos a causa de su fe, práctica habitual en los países que estaban más allá del Muro de Berlín, dejó de ser la principal motivación en su dinámica de trabajo.

En otros lugares del planeta, la Iglesia padecía diferentes formas de pobreza y marginación a las que también había que dar respuesta. Y en ese contexto, África, con la pluralidad de lenguas, culturas, tradiciones y pueblos, la inestabilidad política y unos marcados desequilibrios sociales, se convirtió en un gran reto para AIN. La llegada de la institución vino precedida por la corriente descolonizadora, y convivió con el incipiente sentimiento nacional arraigándose en pueblos que antes tenían como referencia a la metrópoli.

En el ámbito eclesial se encontró con amplias zonas de nueva evangelización junto a comunidades en las que los misioneros extranjeros habían desarrollado una intensa, pero todavía incompleta, labor. Era el momento del nacimiento de los países, pero también el tiempo de sembrar para que germinara una Iglesia local, propia, convecina del Islam y de las religiones tradicionales.

Como dijo Pablo VI en 1969 durante su viaje apostólico a Uganda, “vosotros tenéis el derecho de vivir un cristianismo africano”. Y en aquel momento aquello comenzaba a hacerse necesario. “Con la rica experiencia de decenas de miles de misioneros, la Iglesia se pone al servicio de los pueblos jóvenes sin ingenuas ilusiones, desinteresada y humilde”, reconocía P. Werenfried en 1965.

Proyectos e iniciativas

Desde que fraguaron las primeras ayudas hasta la actualidad, han sido miles las iniciativas financiadas en el continente. Solo en el 2016 un total de 1.800 proyectos y casi 22 millones de euros se destinaron al continente africano. Destacan las ayudas enviadas a la República Democrática de Congo, Etiopía, Sudán del Sur, Tanzania, Kenia, Uganda, Madagascar, Camerún, Burkina Faso y Nigeria. Según se recoge en su informe del año pasado sobre África, “en todos los países mencionados, la joven y vital Iglesia católica africana necesita nuestra solidaridad”, para añadir que “damos prioridad a las zonas donde la evangelización es más reciente y la Iglesia local está menos establecida”.

Una institución como AIN, cuyo objetivo principal es sostener a la Iglesia en sus necesidades más elementales, ha traducido estas líneas maestras en el envío de estipendios de Misas, proyectos de ayuda pastoral, para la construcción, formación de agentes de pastoral, motorización, ayuda de subsistencia para sacerdotes y comunidades religiosas, literatura religiosa y medios de comunicación, por orden de importancia en cuanto al número de proyectos aprobados. Las solicitudes de ayuda llegadas desde África han permitido también trazar la imagen de una Iglesia que va tomando perfiles propios y que necesita construir o renovar sus infraestructuras. En este último medio siglo ha crecido la Iglesia y, también, sus necesidades.

Factor climático y bélico

ACN reconoce que buena parte de las infraestructuras eclesiales “fue construida hace cuarenta, sesenta, ochenta o más años por misioneros europeos, y está empezando a mostrar claros signos de deterioro por el paso del tiempo y la inclemencia del clima africano”.

Junto al factor climatológico, los conflictos armados han afectado de manera directa o indirecta a templos, conventos y otros edificios necesarios para las comunidades. Un país como Angola, que sufrió una guerra civil después del final de la época colonial, es un claro ejemplo de ello. Con una fotografía actual de los templos angolanos se podría pensar que el enfrentamiento bélico terminó ayer.

Aquellos primeros contactos del fundador de AIN con la realidad africana motivaron que el continente tuviera un departamento de proyectos propio en el Secretariado internacional de la institución, con sede en Königstein (Alemania). De aquella primera sección única se ha pasado en la actualidad a tres departamentos que se dividen el continente por países según criterios lingüísticos, geográficos e históricos.

Aunque con diferentes matices, una de las realidades a la que todos prestan más atención es a la promoción y el cuidado de las vocaciones sacerdotales, que están creciendo de forma exponencial en algunos países en estos últimos años. “Cada vez más seminarios nos piden ayuda para poder finalizar sus cursos académicos”, recuerdan desde AIN. Pero la atención, además del cuidado del vacacionado, se centra también en la creación de las infraestructuras necesarias para que esta llegue a buen puerto. Aquí entran en escena iniciativas como la construcción de nuevos seminarios en Uganda y Angola o la renovación de los edificios de seminarios mayores en Madagascar, Tanzania, Guinea Conakri o la República Centroafricana.

Tarea pastoral y humanitaria

Hace poco más de medio siglo, P. Werenfried van Straaten se fijó en las necesidades de la Iglesia, pero también en aquellos que vivían con menos de lo imprescindible. Y esa realidad no dejó indiferente ni al fundador ni al trabajo de la institución, aunque esta naciera para  ayudar en el ámbito pastoral. “Ya sé que nuestra Obra no es una organización caritativa. Nuestra tarea es pastoral”, decía el Padre Tocino. “Pero sé también que Cristo condenó a un sacerdote porque, en el camino que va de Jerusalén a Jericó, se olvidó del deber del amor al prójimo. Y el mismo Cristo multiplicó los panes y sació a los allí reunidos, porque no quiso hablar de Dios a una muchedumbre hambrienta”.

Esta actitud ha motivado que la institución también haya apoyado el envío de ayuda de emergencia humanitaria con ocasión de desastres naturales o conflictos armados. Así ACN escribe “todos nuestros proyectos en África, incluso los estrictamente pastorales, tienen ramificaciones humanitarias. Estos aspectos son inseparables en África”. Dos de los últimos proyectos han tenido como destinatarios a los habitantes de los campos de refugiados en Malakal (Sudan del Sur) o a las familias desplazadas de Burundi buscando refugio en Tanzania.

Si volvemos la mirada de nuevo a las palabras del P. Werenfried sobre África encontramos que “la Iglesia, llamada a ser madre de los pobres, es su último refugio”. Así, el fundador de AIN explicitaba que si se atendían las necesidades de la Iglesia, también se estaba cerca de los más necesitados. Y ahí sigue la institución, casi medio siglo después de que en un vuelo entre Roma y Kinshasa un fraile holandés contara lo que veía a través de la ventanilla del avión: “Volamos a doce kilómetros de altura. Extrañas constelaciones brillan en el oscuro manto de la noche. Bajo nosotros pasa, deslizándose, una hoguera. Tal vez un campamento de cazadores o una aldea de Camerún. Una tormenta tropical lanza rayos desde el ecuador. Los resplandores que fulguran en el horizonte hacen resplandecer el cielo”.

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