El pasado sábado (25-3), el Cardenal Miroslav Vlk fue enterrado en la catedral de San Vito de Praga. Miles de personas rindieron los últimos honores a un pastor a quien los comunistas quisieron acallar.
por Eva-Maria Kolmann
Pocas horas antes de su muerte, el Cardenal Miroslav Vlk susurró: «¡Rey hermoso!». Cuando le preguntaron a qué se refería, respondió: «Jesús en la Cruz». Estas fueron sus últimas palabras.
Jesús crucificado fue su «señal de identidad», como dijo Mons. Frantisek Radkovký, obispo emérito de Plzen, en su homilía durante el funeral por el Cardenal Vlk, celebrado el pasado sábado en la catedral de San Vito de Praga. La soledad de Jesús en la Cruz fue —según citó Mons. Radkovký al fallecido— su «verdadera formación» en el seminario sacerdotal, vigilado por el aparato de seguridad estatal. Leyó un testimonio del Cardenal, escrito durante la época de persecución por el régimen comunista: «Entendí que, en esta época tan difícil para la Iglesia, la única salida para nosotros era el Vía Crucis. ¿Qué oprobio hay mayor que la muerte en la Cruz?; y sin embargo nos lleva a la vida, cuando una persona se pone en las manos de Dios».
Abrazar la Cruz y con ella al Crucificado no eran palabras huecas en su vida. Tuvo que esperar varios años hasta poder acudir a una Universidad, pues se negó a pertenecer a las juventudes comunistas. Durante un total de 17 años, desde que finalizó la escuela hasta la ordenación sacerdotal, estuvo esperando sin saber si ese día llegaría en algún momento. Cuando ya era sacerdote y había trabajado como párroco y secretario de su obispo, el gobierno le prohibió seguir desarrollando su labor sacerdotal durante 11 años. Durante esos años se ganó la vida limpiando ventanas y trabajando como archivero; solo podía ejercer su ministerio sacerdotal clandestinamente. Una y otra vez refirió cuánto le había costado ese sacrificio. Sin embargo, podía decir: «Descubrí que esa cruz estaba más al servicio de mi salvación y de la de otras personas que si hubiera seguido siendo secretario del obispo (…) El tiempo que trabajé limpiando ventanas fue el tiempo de mayor bendición de mi vida. Entendí que vivía el sacerdocio en toda su plenitud». Encontrar y aceptar el rostro del Crucificado, en cualquier situación, por muy difícil que fuera, era el misterio más profundo de su vida.
«Humíllense, por eso, bajo la mano poderosa de Dios, para que a su tiempo les exalte» (1Ped. 5, 6). Miroslav Vlk oyó esas palabras cuando era un adolescente, durante la Santa Misa en un santuario del sur de Bohemia, cuando rogaba a Dios que diera respuesta a sus preguntas, pues se sentía llamado al sacerdocio, pero los comunistas se negaban a que —a pesar de sus extraordinarias notas en el colegio— se matriculara en una universidad. Humillarse bajo la mano poderosa de Dios es lo que hizo durante toda su vida, llena de humillaciones y obstáculos. Cuando el Papa Juan Pablo II le creó Cardenal en 1994, quedó conmocionado al oír de nuevo las palabras de la lectura de la carta de San Pedro. Estas palabras se habían hecho literalmente vida en su vida.
El pasado sábado (25-3), el Cardenal Miroslav Vlk encontró su último descanso en la catedral de San Vito de Praga. Cientos de obispos y sacerdotes de todo el mundo acudieron a despedirse de él, y miles de personas de Praga y de toda Chequia le rindieron los últimos honores. Fue sepultado en el templo más importante de Chequia, donde eran coronados y sepultados los reyes de Bohemia. Pero su rey era Cristo crucificado. Cuando el féretro descendía en el suelo de piedra, sonaron en el templo repleto las palabras: «Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat» (Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera). Cuando el Cardenal susurro sus últimas palabras, tenía a la vista a este Rey que durante toda su vida le hizo partícipe de sus sufrimientos y de su soledad, y que ahora le exaltaba.