MOZAMBIQUE: Historia de dolor y salvación en Pemba

Hay historias que comienzan como muchas otras. También esta: “Mi nombre es Francisco Faustino Francisco, conocido como Chico. Tengo 52 años y soy padre de cinco hijos. Soy de Muidumbe, de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús, en la misión de Nangololo. Llegué a Pemba en diciembre”.

Sin embargo, la historia de Chico es un abismo de dolor único e irrepetible. Muidumbe, en la provincia de Cabo Delgado en el norte de Mozambique, se ha visto afectada desde 2017 por grupos terroristas y extremismo islamista. Más de 3.300 personas han muerto y casi un millón han sido desplazadas. Chico es una de ellas.

Muidumbe tenía casi 80.000 habitantes y fue atacada en dos ocasiones como recuerda Chico: “En el primer ataque, dos personas fueron brutalmente decapitadas y las casas incendiadas. El segundo ataque, a finales de octubre de 2020, fue más violento y los insurgentes se quedaron en la ciudad por más de dos meses. Nosotros deambulamos por el bosque, intentando conseguir agua. La ciudad estaba llena de terroristas, así que íbamos de noche a tratar de encontrar agua o comida, como la yuca seca. Pasaron los días y nuestras casas fueron quemadas y destruidas. Envié a cuatro de mis hijos a Montepuez con un familiar, el mayor de 24 años se quedó. La gente que atrapaban cuando iban a buscar comida era asesinada, así que le dije a mi hijo que no fuera a la ciudad porque era muy peligroso”.

Sin comida, sin agua, la situación para los fugitivos era desesperante. “Después de cinco días, tuve que ir a la zona baja para acercarme al río y poder beber agua y ducharme. Al séptimo día, aparecieron conocidos y me dijeron que mi hijo había sido decapitado. Había salido con un grupo de jóvenes y se había encontrado con los terroristas”. Chico fue a buscar a su esposa para darle la terrible noticia. Hubo muchas lágrimas y llantos. Pero en medio de ese dolor, de ese miedo, ese padre de cinco hijos no se amedrentó, viviendo el cuarto mandamiento a la inversa, quiso enterrar el cuerpo de su hijo: “Regresé a la ciudad por la noche y saqué la pala de mi casa. Después de dos semanas, encontramos el cuerpo ya en descomposición. La cabeza colgando de un palo y el cuerpo tirado a un lado. Excavamos con mucho miedo mientras una persona vigilaba. Estábamos en las afueras de la ciudad. Cavamos un poquito, un hoyo de medio metro, arrastramos el cuerpo, le quité la cabeza al palo y lo metí en la tumba. Terminamos y corrimos de regreso.”

Además de los asesinatos y la vida como desplazado, Chico también ha experimentado otro de los dramas del conflicto: La desaparición de seres queridos y las separaciones de las familias. Su madre de 95 años, que vivía con una hermana, desapareció durante un ataque: “Fui yo mismo a esa zona a buscarla, pero no encontré ningún cuerpo, ni su ropa. No había nadie que supiera de ella. Comprendí que no volvería a ver a mi mamá.”

Después de muchas zozobras, Chico se reunió con su mujer en Pemba, donde viven ahora. Las dificultades fueron inmensas. Trató de unir a la familia, pero en Pemba las condiciones son difíciles y no tienen medios para tener a sus hijos con ellos. Duermen en un patio trasero, que una buena señora, Doña Rosalina, les ha cedido, al aire libre, bajo lonas de plástico para protegerse de la lluvia. Sus hijos están repartidos en diferentes sitios, uno en Chiure, otro en Nampula y dos en Montepuez. Chico tiene un sueño: poder construir algún día una casa para reunirlos de nuevo a todos. “Ya tenemos dos camas, luego conseguiré hacer una habitación y algún día espero tener un hogar para mi familia. Es lo que más deseo”.

“Antes de que empezara todo esto, luché para que mis hijos crecieran mejor de lo que yo crecí. Nací en la época de la lucha armada contra el colonialismo, luego siguió la guerra civil. La guerra y la lucha armada duraron más de 16 años. No tenía mucho dinero, pero trabajé muy duro en el campo para poder mantener a nuestros hijos. Vivía muy cerca de la misión y todos mis hijos asistían a la escuela. Tuve que trabajar duro para ello. Cosechamos calabaza una vez al año”, explica el mozambiqueño. Como la mayoría de los habitantes de la zona, Chico tenía unas tierras donde sembraba. Al principio pensó seguir cuidando la tierra, incluso después de la invasión terrorista, porque el cultivo era la única fuente de supervivencia, se arriesgó a ir una vez a preparar el terreno para el cultivo, pero después no ha podido volver.

Con la ayuda de un proyecto de microcréditos del Padre Edegard Silva, misionero de la congregación de los saletinos que también tuvo que huir de Muidumbe, Chico abrió una tiendecita en la calle: “Todo el día vendo. Cada dos, tres o cuatro minutos, aparece alguien que quiere jabón u otra cosa. Hay demanda y hay respeto. Estoy ocupado desde el comienzo del día. Es importante para mí, cuando se está ocupado esos traumas de guerra comienzan a disminuir y así superas las dificultades.”

El trauma no sólo lo tienen los desplazados, Doña Rosalina que le ha dado un lugar en su patio, no puede dormir por las noches. Es tanto el dolor que ve y que siente a su alrededor. Dolor por la pérdida de personas queridas, por la desaparición de otros, por la separación de padres e hijos, por la dificultad del idioma, por la tristeza y la nostalgia sobre la tierra y el hogar perdidos…  La diócesis creó un grupo de apoyo psicosocial dirigido por dos religiosas, la hermana Aparecida y la hermana Rosa, que son psicólogas. Formaron un equipo muy grande con la misión de escuchar a la gente. Escuchar ese abismo de dolor es el primer paso para sanar las heridas.

Llega la Navidad. Pero ¿se puede celebrar Navidad en una situación como esta? ¿Qué significa Navidad para Chico? “La Navidad significa nacer de nuevo. Recuperar el ánimo y retomar fuerzas. Navidad significa la venida del Señor Jesucristo. Significa celebrar al ser humano en su plenitud. Acoger a los que sufren. Estar cerca de la familia, con los amigos. Compartir lo pequeño. Celebrar la fiesta juntos. Ayudar a los hambrientos. Vestir a los desnudos. Acércate y escucha al prójimo, da algo. De eso se trata la Navidad.”

Eso contesta Francisco Faustino Francisco, mozambiqueño de 52 años, desplazado en Pemba después de que su ciudad, Muidumbe, y su hogar fueran destruidos por terroristas. Padre de cinco hijos, uno asesinado y cuatro refugiados, separados de sus padres. Eso dice Chico, que vive debajo de un toldo en el patio de la casa de Doña Rosalina, que vende jabones en la calle para poder sobrevivir. Y esa historia de dolor se transforma en Evangelio, muestra la verdadera Navidad, cuando Dios se hizo hombre para traer salvación a la humanidad. También a Pemba.

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