El Arzobispo emérito de Colonia, Cardenal Joachim Meisner, falleció inesperadamente el 5 de julio a los 83 años de edad, mientras estaba rezando el breviario antes de celebrar la Santa Misa. La Fundación Pontificia Internacional «Aid to the Church in Need» (ACN) se une a las muestras de duelo y siente la perdida de un colaborador de la organización.
El Cardenal Meisner estuvo unido por una amistad intensa y de toda la vida con el Fundador de «ACN», el padre Werenfried van Straaten OPraem. Ambos tenían en común la preocupación por la Iglesia perseguida y que sufría necesidad tras el Telón de Acero y en todo el mundo. A los dos les unía la fidelidad y el amor al Papa, en especial a San Juan Pablo II. Con él colaboraron intensamente; en diferentes posiciones, pero con una misma misión. A ambos les unía su amor a la verdad del Evangelio y a las palabras claras e inequívocas, lo cual escandaliza a unos, pero da a otros orientación en un océano de opiniones y eslóganes.
Nacido en Silesia, el Cardenal Meisner compartió el destino de millones de alemanes, expulsados de su tierra tras la guerra. Un destino que movió al padre Werenfried —hace exactamente 70 años— a saciar, con una acción gigantesca de ayuda, el hambre tanto corporal como espiritual de aquellos que habían perdido sus raíces. Uno de estos era Joachim Meisner, como él mismo narró repetidamente: tenía 14 años cuando oyó hablar por primera vez, en la diáspora de Turingia, del «Padre Tocino» Werenfried van Straaten. El apoyo de un holandés a sus antiguos enemigos alemanes, tras una guerra que no había cicatrizado aún, le conmovió tanto que recortó la foto del fundador de «ACN» y la colgó en la pared de su habitación, en una pobre buhardilla, al lado de los obispos Alojzije Stepinac y József Mindszenty, mártires de la persecución comunista a la Iglesia tras el Telón de Acero. Años más tarde, Meisner diría: «La maravillosa obra “ACN” no solo debe contarse entre las grandes fundaciones de ayuda de la Iglesia católica en Europa, sino que forma parte de los movimientos espirituales que han surgido en la Iglesia tras la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial».
Después de que Meisner, ese joven expulsado de su país, se convirtiera en sacerdote y obispo en la dictadura de la RDA, se encontró en múltiples ocasiones con el «Padre Tocino». Juntos, buscaron posibilidades de ayudar a la Iglesia perseguida en el comunismo y en muchas otras regiones del mundo, tan discretamente como fuera posible, pero tan concretamente como fuera necesario.
Cuando cayeron muros y alambres de espinos, el Cardenal Meisner ya era arzobispo de Colonia. Con la alegría de haber vuelto a ganar la libertad se mezcló la preocupación por el olvido de Dios, el relativismo moral y un materialismo que se olvida de las personas. Ese discernimiento, junto con la preocupación por la reevangelización de Europa, fue otro lazo de unión entre el Cardenal Meisner, el papa Juan Pablo II y el padre Werenfried.
Hasta su jubilación en 2014, el Arzobispo celebraba todos los años en la catedral de Colonia un réquiem en el aniversario de la muerte del padre Werenfried. En una de esas homilías dijo: «Los instrumentos de Dios suelen ser pobres y despreciados. Prácticamente nadie conoce su nombre; pero hacen cosas grandes cuando creen. Con la gracia de Dios, hemos descubierto la huella de uno de esos gigantes del Reino de Dios: el padre Werenfried».
El Cardenal Meisner estuvo por última vez con «Aid to the Church in Need» en 2016. En una jornada de encuentro en Colonia habló sobre el significado de las apariciones de Fátima y de la caída del Muro, otro tema que unía al antiguo obispo del Berlín dividido con el Papa de Polonia y con el «Padre Tocino», de los Países Bajos. El haber fallecido en el centenario de las apariciones de Fátima puede considerarse como cumplimiento personal de las promesas en las que creyó durante toda su vida.
Después del fallecimiento de nuestro Fundador, el Cardenal Joachim Meisner pidió «heredar» de él un bolígrafo. Con él, escribió en el Libro de visitas de «Ayuda a la Iglesia Necesitada»: «No se conviertan en una dependencia que solo administra el dinero de los donantes para los beneficiados; sigan siendo un movimiento que llama a las personas a la cercanía de Dios y, de este modo, también a la cercanía de los demás. Las personas que trabajan aquí no pueden dividir su vida en lo privado y lo público, como reivindican para sí incluso los políticos de partidos cristianos… La imagen cristiana de la persona humano no conoce tales diferenciaciones».