El 14 de marzo de 2020 se dio la noticia: la primera persona infectada en el Congo con Covid-19 fue identificada en Brazzaville. Desde entonces, el Gobierno congoleño ha decretado un confinamiento general de toda la población.
“Estamos muy preocupados por la población pigmea y por nosotros mismos”, confiesa el P. Franck Bango, párroco de Péké en la diócesis de Ouesso, en el norte de la República del Congo. “El Gobierno ha tomado algunas medidas complementarias -agua y electricidad gratuitas- pero estas no tendrán ningún impacto en los pigmeos, porque estos dos productos básicos están muy alejados de su acceso cotidiano. Los pigmeos no acabarán muriendo por una enfermedad, sino de hambre. Ellos aún no han adoptado la “cultura del granero”, el hábito de economizar para el futuro. “Tienen que trabajar todos los días para poder comer”, explica el párroco de la primera parroquia pigmea del país.
Estaba previsto que el sacerdote congoleño hablara sobre la situación en la República del Congo a finales de abril en Suiza, invitado por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), que apoya su trabajo con los pigmeos, pero tuvo que renunciar a su viaje debido a la pandemia.
Si la enfermedad llega a la parroquia del P. Bango -situada a 800 km de Brazzaville-, la población quedará completamente desamparada: “De hecho, aquí no hay ningún hospital que nos pueda atender” afirma el sacerdote. Las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón gestionan un gran centro de salud, pero este se encuentra en Sembé, a 200 km de distancia, y las Franciscanas Misioneras de María sólo tienen una pequeña enfermería, adaptada sobre todo a enfermedades comunes como la malaria o la fiebre tifoidea.
El padre Bango confirma la existencia de pigmeos católicos en el país desde hace algunos años, pero su presencia sigue siendo muy discreta, no es fácil cuantificar esta población porque son nómadas. El padre Bango calcula que son 3.000, repartidos por toda la diócesis, un centenar en su parroquia.
En Péké, cuando el P. Bango llegó en 2014, coexistían la Iglesia del Dios del Óleo y la de Pentecostés, a las que luego se sumó la Iglesia Mundial de la Fe Viva. Pero estas sectas proclaman que cuando uno está enfermo, la enfermedad no viene de Dios, sino de un familiar que te ha lanzado un hechizo, y eso divide a las familias. “A los pigmeos, para los cuales la familia es sagrada, estas Iglesias no los convencen del todo. Además, con el coronavirus, se han ido a toda prisa”.
La fe católica ha introducido cambios en sus vidas
Para conocer bien a los pigmeos, el sacerdote misionero ha convivido con ellos, los ha acompañado a pescar… Al principio “desconfiaban porque habían sido objeto de promesas incumplidas por los candidatos en las distintas elecciones…”. Además, “pensaban que Cristo no era compatible con sus tradiciones, pero descubrí que vivían determinados valores evangélicos sin ni siquiera saberlo”. Evocando dichos valores, el P. Bango subraya que las parejas se casan de por vida, el concepto del divorcio no existe entre ellos ni tampoco el de la poligamia y que no son materialistas.
Hoy en día, todo está integrado. La misa de domingo ya no es sólo una opción, sino que forma parte de las exigencias de la vida de fe.
Los nativos ven con buenos ojos que la Iglesia intente mantenerlos alejados de sus prácticas fetichistas, que consisten en lanzar hechizos y que provocan conflictos entre ellos, constata el misionero. “También intento, por ejemplo, enseñarles a no tomar lo que no les pertenece. No tienen reservas porque carecen de los medios materiales para ello, carecen de refrigeradores, eso los expone a la precariedad”.
Antes, continúa, siempre trabajaban en los campos de otras personas. “Ahora están aprendiendo a trabajar para sí mismos. Durante el confinamiento decretado por el Gobierno para cerrarle el camino al coronavirus, han aprovechado el tiempo para trabajar en sus propios campos. ¡Lo cual es un significativo paso adelante!”.
La fundación pontificia ACN lleva más de 25 años apoyando a la diócesis de Ouesso, donde el P. Bango ejerce su ministerio. En los últimos cinco años, con el apoyo de ACN, se han completado quince proyectos por más de 150.000 euros.
Una población en peligro de extinción
La población autóctona (los pigmeos) se divide en distintos grupos como los twa, los aka, los baka o los mbuti, repartidos en varios países de África Central: República Centroafricana, República del Congo, República Democrática del Congo (RDC), Ruanda, Uganda, Camerún y Gabón. Según varias fuentes, se calcula que los pigmeos de las zonas ecuatoriales son varios cientos de miles, con estimaciones de hasta 900.000. En la RDC se estima que hay casi 600.000.
La apropiación de sus tierras tradicionales
En muchos lugares y en las últimas décadas, la población autóctona (los pigmeos) así como otras comunidades locales, han sido víctimas de la apropiación de sus tierras tradicionales para la agricultura y la explotación maderera. Los pigmeos son víctimas de la deforestación, la intrusión de las compañías mineras y las guerras que asolan sus tierras. Los pigmeos asisten impotentes a la destrucción de sus parajes tradicionales con sus árboles frutales (mangos, safús, aguacates…), e incluso de las tumbas de sus antepasados