Ataques de Fulanis en Nigeria: “El agresor podría convertirs fácilmente en la víctima»

En Nigeria, informes oficiales de fuerzas de seguridad sesgados y llenos de prejuicios son un gran problema que incrementa la tensión actual en Nigeria, ya que las víctimas terminan siendo culpadas en lugar de los agresores, en el que juega un papel el «factor» de afiliación tribal o religiosa en Nigeria. Un ejemplo típico se repite cuando los pastores fulani desaparecen después de sus ataques mortales y los pobres aldeanos tratan de reaccionar para protegerse o defenderse. A menudo son estos últimos los que acaban detenidos, encarcelados y torturados por las fuerzas de seguridad. Así ha sido, por ejemplo, en el caso de los jóvenes de la tribu kona.

El Arzobispo coadjutor de Abuja y Administrador Apostólico de Jos en Nigeria, Mons. Ignatius Ayau Kaigama, lo ha hecho saber en un mensaje difundido y puesto a disposición de la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada en relación con el conflicto que comenzó el 6 de mayo de 2019, cuando tuvo lugar un enfrentamiento entre un pastor fulani y un agricultor de Jukun Kona en Yawai Abbare, Jalingo, en el estado de Taraba de Nigeria. El conflicto duró más de un mes y degeneró hasta el punto de que, al final, 18 aldeas fueron atacadas e incendiadas, 65 personas resultaron muertas y 9.000, desplazadas. Además, 15 iglesias, dos escuelas de primaria y un centro de salud fueron destruidos.» «No alcanzo a entender que en Nigeria, cuando hay un malentendido, la gente tienda a expresar su ira y frustración en lugares de identidad religiosa y de culto, tratando de darle una connotación religiosa a lo que es un conflicto social. Esto es algo censurable. También es sorprendente que los que dicen ser «creyentes» destruyan lugares de culto e incluso quiten vidas sin el más mínimo escrúpulo», lamenta el prelado.

El Arzobispo coadjutor de Abuja y Administrador Apostólico de Jos en Nigeria, Mons. Ignatius Ayau Kaigama.
El Arzobispo coadjutor de Abuja y Administrador Apostólico de Jos en Nigeria, Mons. Ignatius Ayau Kaigama.

“Como de costumbre, lo que realmente desencadenó la crisis seguirá siendo objeto de conjeturas. Los fulani y los kona cuentan su historia de tal manera que favorece a su grupo étnico. Esto explica por qué, con demasiada frecuencia, cuando una autoridad de la seguridad da por cierto un relato sin tener en cuenta los hechos objetivos de las historias que se difunden y sin contrastar en profundidad las versiones de las partes implicadas, el resultado es un informe distorsionado para las autoridades superiores o para el consumo del público. En estos casos, el agresor puede convertirse fácilmente en la víctima, mientras que la víctima se convierte en el agresor”, explica Mons. Kaigama, añadiendo que la reacción de los agentes de seguridad debería haber sido rápida y carente de lo que tristemente ha polarizado a los nigerianos a todos los niveles: los prejuicios religiosos y étnicos.

Según ha señalado, la violencia se perpetuó sin control durante un largo periodo, y el conato de ataque contra Kofai del 16 de junio provocó que los jóvenes kona se sintieran desatendidos. En consecuencia, bloquearon las carreteras y, enojados y frustrados, trataron de oponerse a los soldados. Afirmaban que les habían disparado y arrestado por levantarse en defensa de su comunidad contra los pastores saqueadores. Cientos de mujeres kona participaron en una manifestación pacífica para protestar por los asesinatos, el acoso y la detención de los jóvenes kona por parte de los agentes de seguridad, mientras que los verdaderos agresores (hombres armados) habían desaparecido tras sus ataques mortales. Mons. Kaigama explica que cuando se enteró de la impotencia de la gente, se vio obligado a ponerse en contacto con el personal de seguridad y con altos funcionarios del Gobierno para que intervinieran, y que se vio decepcionado por la respuesta negativa que recibió de algunos de ellos.

El conflicto duró más de un mes y degeneró hasta el punto de que, al final, 18 aldeas fueron atacadas e incendiadas, 65 personas resultaron muertas y 9.000, desplazadas.
El conflicto duró más de un mes y degeneró hasta el punto de que, al final, 18 aldeas fueron atacadas e incendiadas, 65 personas resultaron muertas y 9.000, desplazadas.

“De todas las personas que llamé por teléfono, lo que más me sorprendió fue la respuesta, reacción y actitud descortés del subdirector de la Policía del estado de Taraba, quien estaba a cargo de las operaciones. En mis diecinueve años como Arzobispo católico de Jos, he mantenido una buena relación con todos los comisarios de Policía, comandantes del Ejército, directores de Servicio de Seguridad del Estado, comandantes de Defensa Civil y comandantes de la Operación Refugios Seguros destinados en el Estado de Plateau, hasta el punto de que no hace mucho tiempo, después de haber trabajado con éxito juntos para evitar lo que podría haber desencadenado una gran crisis y un derramamiento de sangre en Jos, los invité a mi sede, donde intercambiamos opiniones gracias a su encomiable cooperación con la Iglesia. Cada vez que había un nuevo oficial superior de seguridad en Jos, visitaban mi oficina o nos reuníamos en foros de diálogo, como el Centro de Diálogo, Reconciliación y Paz (DREP) que fundé en Jos en 2011”.

“En algunos casos resulta evidente que los agentes de seguridad tienen prejuicios acerca de lo que ocurre en un conflicto”, dijo. En cambio, el Arzobispo elogia la respuesta del vicepresidente del país, el profesor Yemi Osinbajo, quien lo escuchó y le prometió actuar. “Creo que mi petición al vicepresidente para que interviniera llevó al presidente Buhari a declarar el 20 de junio que las tierras de los kona y su pueblo debían ser protegidos. A través de su asistente especial superior de Medios de Comunicación y Publicidad, Garba Shehu, el presidente condenó los ataques contra el pueblo kona y advirtió que los ataques contra personas inocentes por venganza o por cualquier otro motivo no serían tolerados por el Gobierno. Por la gracia de Dios también se tomaron medidas por la paz”, dice. “Ahora se producen ataques de guerrilla cuando los agricultores que intentan cultivar sus tierras son asesinados”, continúa. “Tres personas fueron asesinadas la mañana de mi visita del 10 de julio”.

Además, 15 iglesias, dos escuelas de primaria y un centro de salud fueron destruidos.
Además, 15 iglesias, dos escuelas de primaria y un centro de salud fueron destruidos.

Según el Arzobispo, la gran pregunta es: Después del retorno de la paz, ¿qué pasará después? La gente está desplazada, no hay casas a las que regresar, no es posible ninguna actividad agrícola, etc. Sigue además el temor de que los ataques puedan volver a estallar. El Arzobispo recuerda que esta crisis entre los fulani y los kona parece ser una réplica del suceso de los años 1890 entre el pueblo Jukun Kona y los fulani de Jalingo. Como consecuencia de los actuales sucesos, dice, la hostilidad se ha intensificado, empeorando la relación entre estas dos tribus. Por lo tanto, urge tomar medidas para cerrar la brecha y curar las heridas históricas. Se debe buscar una justicia genuina y la reconciliación, y es necesario establecer un Comité de Verdad y Reconciliación para llegar a la raíz de este asunto, sugiere.

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