El hospital psiquiátrico de la Cruz es una organización sin ánimo de lucro que la crisis económica ha llevado al borde del colapso. Desde su fundación se ha diseñado para ayudar a los más desfavorecidos en todo lo posible, pero ahora se teme que se cierre por falta de dinero.
En las alturas de la periferia norte de Beirut, desde donde se puede ver lo que queda del puerto tras la explosión del 4 de agosto de 2020, el hospital psiquiátrico de la Cruz alberga a 800 pacientes, todos con diversas enfermedades mentales. Cada uno de ellos necesita cuidados específicos y casi permanentes. El hospital es una gran estructura con varios edificios y emplea a más de 300 personas: médicos, enfermeras y personal no médico.
La institución fue fundada en 1952 por el beato padre Jacques Haddad (nacido en 1875 y fallecido en 1954, padre capuchino, beatificado en Beirut el 22 de junio de 2008). Su proyecto está relacionado con las secuelas de la Primera Guerra Mundial, cuando los discapacitados y los enfermos mentales, a menudo niños, fueron abandonados por sus familias. Ante estas situaciones, el padre Haddad fundó el Hospital de la Cruz y, en 1930, la Congregación de las Hermanas Franciscanas de la Cruz del Líbano. Hoy, las hermanas siguen los pasos de su fundador y dirigen 25 centros médicos, sociales y educativos en todo el Líbano. Desde el principio, la institución se ha dedicado a apoyar a los más desfavorecidos.
Llamamiento a la ayuda internacional
Recientemente, las 65 hermanas franciscanas del hospital, incluida la directora, Sor Jeanette, recibieron la visita de la Fundación Pontificia Aid to the Church in Need (ACN). Junto con otras organizaciones, ACN apoya y financia proyectos que permiten al hospital seguir tratando a sus pacientes. La crisis económica ha puesto en apuros al hospital, que – vive actualmente de sus reservas y sólo podría sobrevivir unos meses sin la solidaridad internacional.
Cada mes hay que pagar los sueldos, alimentar a los pacientes y adquirir los medicamentos, cuyos costes, que ya era muy elevado antes de la crisis, se ha triplicado con la devaluación de la lira libanesa. Además, como la electricidad sólo llega una hora al día, el hospital tiene que hacer funcionar los generadores a pleno rendimiento, consumiendo unas 15 toneladas de combustible cada semana, a más de 700 dólares la tonelada que además hay que pagar al contado y en dólares,
Antes de la pandemia y de que el centro redujera su capacidad de 1.000 a 800 camas a causa del Covid, el Estado aportaba dos dólares al día por paciente, o dos mil dólares al mes. Pero desde el verano de 2020, no hay más contribuciones. Aunque el apoyo del Estado fuera mínimo e insuficiente, era un ingreso regular.
Abandonados y sin familia
Durante un encuentro con ACN en Beirut, la hermana Jeanette explicó que, si el hospital cerrara, la mayoría de los pacientes quedarían en la calle. «Muchos ya no tienen familia», cuenta la religiosa. En otros casos las familias no quieren tener nada que ver con los pacientes «las familias nos dejan a sus hijos y a menudo nos dan nombres, direcciones y números de teléfono falsos”. Desgraciadamente, esta situación afecta a los casos más graves, explicó la religiosa, asegurando que hará todo lo posible para evitar que los pacientes acaben en la calle
El personal de enfermería, que no se libra de la crisis, como la inmensa mayoría de los libaneses, quiere seguir trabajando. Las enfermeras suelen ser el único contacto que tienen los pacientes con el mundo exterior. Foutine, una joven enfermera, da testimonio de la angustia de muchos pacientes. Este trabajo es una «vocación» para ella, y se niega a aceptar la idea de que el hospital pueda cerrar por falta de dinero. Ni Foutine ni sus colegas, muchos de los cuales son «familiares sustitutos» de los pacientes, pueden imaginar tener que abandonar a sus «hijos».