Un joven sacerdote habla de los desafíos y las alegrías de llevar los sacramentos a las comunidades más aisladas de la Amazonia colombiana.
El padre Jonathas Fernandes sólo tiene 33 años, pero ya cuenta con un impresionante historial misionero. Era sólo un niño en su Brasil natal cuando sintió la llamada al sacerdocio: “Sentí atracción por el desprendimiento, la pobreza y la misión”. Durante una experiencia vocacional descubrió el vicariato apostólico de Mitú, en la Amazonia colombiana, en la frontera con Brasil. Es sacerdote desde hace sólo seis años, pero hace ya nueve que vive en Mitú, donde completó su formación y se ordenó.
Mitú es un lugar duro y desconocido incluso para la mayoría de los colombianos. Está cubierto por una densa selva y plagado de enfermedades tropicales, serpientes y otros animales venenosos, por no hablar de sus peligrosos ríos y cascadas. Sin embargo, y a pesar de todos estos retos, la Iglesia lleva ya un siglo de presencia en la región.
En la parroquia de Nuestra Señora de Fátima -su destino más largo hasta la fecha, aunque pronto cambiará ésta por la de Nuestra Señora del Carmelo – el padre Jonathas está casi totalmente aislado del resto del mundo: a menudo pasa meses sin poder comunicarse con el exterior. Cada seis meses viaja a la sede del vicariato para recoger provisiones, combustible para su barco y todo el material litúrgico como hostias, biblias y demás materiales de catequesis. El problema es que para atravesar esta distancia sólo hay avión monomotor con una capacidad máxima de 500 kilos, incluidos el piloto y los pasajeros. “Tengo que vigilar mucho el consumo que hago del combustible y las provisiones, o podría quedarme sin nada”, cuenta a Aid to the Church in Need (ACN).
Las visitas a las distintas comunidades de creyentes suponen otro reto más. “Hay 16 comunidades que están a unas cuatro horas en barco cada una, pero hay otra que está a siete días de viaje en barco”. A causa de estas distancias, sólo logra visitar algunas de ellas cada uno o dos años. Cuando lo hace, tiene que realizar a veces diez bautizos en un solo día, por la sencilla razón de no poder acudir más a menudo.
En la región de Mitú viven 26 grupos indígenas, cada uno con su propia lengua y tradiciones. Prácticamente todas las comunidades han tenido algún contacto con el catolicismo, pero incluso los no bautizados reciben amistosamente a los misioneros que los visitan. El padre Jonathas explica que “en los años ochenta y noventa, cuando no teníamos allí muchos misioneros -de hecho, seguimos sin tener suficientes-, otras confesiones cristianas, como los protestantes, se establecieron aquí”.
Durante sus visitas, el padre Jonathas ha podido observar que, a pesar de tratarse de etnias diferentes, hay algunas palabras comunes a todas como, por ejemplo, paí, que es como allí la gente se refiere a los sacerdotes. “Paí significa ‘pequeño Dios’, así es como nos llaman cariñosamente”, explica el padre Jonathas. Todo ese amor hacia el sacerdote sale a relucir cada vez que bautiza a un niño, pues muchos esperan a que llegue el sacerdote para bautizar a sus hijos.
El padre Jonathas dice que la gente a menudo le pregunta por qué se queda allí, sobre todo teniendo que pasar meses aislado del mundo exterior, ya sea porque no hay internet en la zona, o por los largos periodos sin electricidad. Su respuesta es sencilla: “La alegría de ver a un hermano recibir el bautismo después de una larga espera o de que asista a la catequesis o reciba la primera comunión… ¡Es como caminar juntos hacia el cielo! Y eso produce un gozo que no se puede explicar”.
La aventura de fe del padre Jonathas no habría sido posible sin apoyo del exterior. Por eso, al igual que muchos otros misioneros de la región amazónica, está muy agradecido por todo el apoyo que recibe de la fundación ACN. “Toda la ayuda que recibimos aquí viene de fuera, ellos son los que sostienen la misión en la selva amazónica. Esa ayuda nos permite formar a nuevos catequistas, que son los que alimentan la fe de la gente cuando el sacerdote no está cerca. ¡La ayuda que recibimos de los benefactores de ACN es crucial para mantener viva la misión aquí en Mitú!”.
La vida del padre Jonathas como misionero en la Amazonia fluye como un río, con sus tramos tranquilos y sus corrientes peligrosas; con su belleza y sus amenazas. Cada día, da gracias por no haberse visto nunca ante un riesgo mortal: “Tenemos que superar cascadas y arrastrar la barca por las rocas cuando el agua es demasiado poco profunda. Otros no han tenido tanta suerte y han corrido mucho peligro al volcar sus barcas”.
Ahora, el joven sacerdote se dirige a una nueva misión -la parroquia de Nuestra Señora del Carmelo, también en Mitú- que está a ‘sólo’ cuatro horas en barco de la sede del vicariato y donde le esperan nuevas alegrías y desafíos.
Por Rodrigo Arantes.