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Decenas de estudiantes cristianos en la universidad forman una auténtica familia bajo la sombra de la guerra
El barrio de Sahbat Al-Jadida es una de las zonas del oeste de Alepo que ha sufrido ataques y bombardeos durante los últimos cinco años de guerra en Siria. Tras varios meses desde el fin de los combates en la ciudad, la zona está recuperándose poco a poco. El tráfico es intenso al mediodía y los jóvenes se agolpan en las aceras en las idas y venidas de clase. Aquí está el área donde se ubica el gran campus de la universidad. “No quería venir a Alepo, pero es donde me dieron plaza. Mi familia tampoco quería que viniera a estudiar aquí. Durante tres meses, mi padre me insistió en que no lo hiciera. Pero me empeñé y al final me dejó venir”, cuenta la joven Angel Samoun, estudiante de Ingeniería Aeronáutica. Procede de Qamishli, en la zona del Kurdistán sirio que ahora controlan las propias milicias kurdas.
Como Angel, otra estudiante universitaria, Lara Lias, también reconoce que Alepo no fue su primera opción para completar sus estudios. Ella es de Daara, ciudad al sur de Siria conocida por ser el lugar donde comenzaron las protestas callejeras que desembocaron en la guerra civil: “Tuve mucho miedo, porque estaba muy lejos de casa. Cuando vine, mi familia se despidió de mí como si fuese a morir”.
Pese a la grave situación que han vivido y siguen viviendo, estas dos chicas no están solas. Viven justo enfrente del campus universitario en una residencia de estudiantes, dentro del Vicariato Católico Latino de Alepo. La residencia cuenta con una decena de internas y está a cargo de tres religiosas Servidoras del Señor y de la Virgen de Matará, de la familia misionera del Instituto del Verbo Encarnado, una congregación nacida en Argentina. “Llama la atención el empeño de estas jóvenes por sus estudios, pese a los combates que hemos vivido aquí”, afirma la hermana Laudis Gloriae, procedente de Brasil y quien es, desde hace poco menos de un año, la superiora de la comunidad. “Es impresionante –continúa la religiosa– la confianza que tienen en Dios los alepinos, cuyo testimonio me ayuda cada día a confiar más en Él”.
Uno de los recuerdos más difíciles de la guerra fue cuando, en 2013, un misil cayó justo en la glorieta que separa la universidad de la residencia de estudiantes. En el ataque murieron cerca de 400 personas, entre ellas la hermana Rima, una religiosa de las Hijas de los Sagrados Corazones. Angel asegura que “la situación de guerra no ha sido lo peor para mí, iba a clase incluso cuando había avisos de bombardeo. Lo que más me ha costado ha sido estar lejos de mi familia”. Todas las chicas son como una familia; comparten todo, también la oración y la eucaristía, a pesar de ser fieles de distintas Iglesias: ortodoxa siria, ortodoxa griega, católica latina, católica armenia… “Nos sentimos muy apoyadas por las hermanas del Verbo Encarnado. Hay que amar a Dios porque eso es lo único importante. De vivir aquí me quedo sobretodo con eso”, reconoce Lara.
Otra gran familia unida es la de la residencia masculina, que se encuentra junto al Vicariato, separada solo por La Casa de la Alegría, como se llama el centro donde viven las Misioneras de la Caridad, que cuidan de ancianos abandonados y enfermos. “Actualmente convivimos con 30 chicos universitarios, cristianos de distintas denominaciones, que tienen esta residencia de Jesús Obrero como su casa”, da la bienvenida el padre David Fernández, presbítero argentino, que, junto con otro compañero sacerdote, forman la presencia masculina del Instituto del Verbo Encarnado en Alepo. “Nos hacemos cargo de las residencias, además de la pastoral en la catedral católica del Niño Jesús, otra parroquia en la barrio del Al Midan y coordinamos la ayuda social para más de 600 familias”. El padre Fernández sube por unas escaleras que llevan a un segundo piso del edificio. “Justo en esos tejados de enfrente –cuenta– cayeron varios cuerpos tras un bombardeo…Tuve que ir a recuperar los cadáveres”.
Obligado a ir al frente
Dentro de su habitación está Albert (nombre ficticio), procedente de Qamishli y a punto de graduarse como ingeniero industrial. “Aquí hemos vivido fuertes combates. Tengo compañeros que tuvieron que dejar los estudios por la situación. Yo decidí arriesgar mi vida y acabar la carrera”. Albert vive un momento complicado porque a todos los jóvenes les mandan directamente al ejército para combatir en la guerra. Si se está cursando estudios universitarios, hay salvoconducto, pero él ya va a terminar y el Gobierno no le concede una prórroga, así que tiene miedo de salir a la calle por si le detienen y le envían a la guerra. “Estamos intentando arreglar las cosas”, reconoce el padre Fernández.
Otro compañero, Antranik Kaspar, estudiante de Economía, asegura: “El padre David es como un padre para nosotros. Apreciamos mucho a las personas extranjeras que han dejado a sus familias y sus hogares para estar aquí con nosotros y ayudarnos”. El presbítero explica que “tratamos de buscar ayuda donde podemos. Nos la ofrecen desde nuestra congregación y también de otras instituciones, como Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), que nos ha hecho donaciones para comprar unos ordenadores y cubrir los gastos de los estudios de los chicos”. Los estudiantes también aportan una pequeña cantidad mensual de 3.000 libras sirias, unos cuatro euros. “Es algo simbólico –detalla–, para que se involucren. La situación económica es muy difícil y, sin ayuda de fuera, es imposible afrontar todo”.
Weaam Panous, alumno de Ingeniería Robótica, aprecia mucho la ayuda ofrecida por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN): “Damos las gracias al padre David Fernández y a todas las personas que nos ayudan desde fuera de Siria porque, gracias a su apoyo, podemos seguir nuestros estudios y trabajar por la paz”.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]