Seis meses de tensa paz en Alepo: “La situación desgraciadamente no va a cambiar demasiado”

Las tropas afines al presidente Bashar Al Asad tomaron definitivamente el control de la ciudad de Alepo a finales de diciembre de 2016. Han pasado justamente 6 meses desde que cesaran los bombardeos sobre la gran urbe del norte de Siria, la ciudad más grande del país, eje industrial que contaba con más de 2 millones de habitantes. “Ya no hay bombas y tenemos seguridad en las calles”, comenta Mons. Antoine Audo, obispo caldeo de Alepo y presidente de Caritas Siria a la delegación de la fundación pontificia ACN (Ayuda a la Iglesia Necesitada) que está visitando la ciudad, “pero la situación desgraciadamente no va a cambiar demasiado. La guerra va a seguir, Siria parece que quedará dividida como ha pasado con Irak”.

Al llegar a Alepo por el sur de la ciudad, la panorámica es de destrucción total. La zona próxima al aeropuerto internacional, los barrios del sur y el este están destruidos casi por completo. No hay casi ningún edificio que no haya sido golpeado por las bombas, mostrando las cicatrices de unos combates que han durado casi cuatro años y medio. Aquí el conflicto comenzó más tarde que en el resto del país, pero las consecuencias siguen siendo visibles. La atmósfera desértica es solo interrumpida por los soldados posicionados en los controles del ejército.

“Todos queremos que la guerra termine. Pero cuándo y cómo es el problema que nadie sabe resolver.” asegura George Abou Khazen, Vicario Apostólico Latino de Siria, franciscano perteneciente a la Custodia de Tierra Santa. Los franciscanos llegaron a Alepo en 1238 y desde entonces nunca han dejado esta tierra, tratando de ayudar a los más necesitados, trabajando en la educación y favoreciendo el diálogo entre religiones. Mons. Abou Khazen asegura que las relaciones entre los distintos ritos cristianos e incluso con los musulmanes siempre han sido buenas. “Los sirios son personas con mentalidad abierta. El país está formado por un amplio mosaico de 18 grupos étnicos y religiosos, siempre hemos convivido bien.”

Uno de los principales problemas es que la situación económica sigue estancada. La devaluación de la moneda, y la falta de trabajo, hace que las familias dependan por completo de la ayuda exterior. “Si no fuera por la Iglesia, ONGs y otras instituciones caritativas aquí sería imposible vivir”, afirma Sami Halak, jesuita responsable del Servicio Jesuita de Refugiados en Alepo. Cada día esta institución reparte 9.000 comidas calientes y apoya distintos programas para la formación de los jóvenes. Han recibido apoyo de organizaciones como ACN.

“Muchas familias, con una media de unos 4 miembros, necesitan entre 80.000 y 200.000 libras sirias al mes para poder vivir de forma modesta. Sin embargo el salario medio actualmente es de 30.000 libras sirias, eso quien consigue tener un sueldo, porque el paro es altísimo” reconoce Halak. El alto precio de los bienes de primera necesidad y los alquileres, junto con la devaluación de la moneda, hace muy complicada la vida en Alepo. Si antes de la guerra un dólar equivalía a 50 libras sirias, en la actualidad un dólar son 550 libras sirias.

Según Mons. Audo “la ayuda ofrecida por la Iglesia Católica está creciendo y ahora con la liberación de Alepo queda un gran trabajo que hacer”. Este trabajo está dando sus  frutos, pues en todas las parroquias se están registrando poco a poco nuevas familias que han regresado a la ciudad. En el caso de la comunidad católica de rito latino, son 15 familias las regresadas, una de ellas desde Italia y otra incluso desde Alemania. “No sabemos aún el número exacto de familias caldeas que han regresado. He tenido contacto con varias que han vuelto de Tartus y Latakia. Pero igual que hay familias que llegan, otras se van porque la situación es inestable, no se sabe qué va a pasar en el futuro”,  asegura Mons. Audo.

La comunidad cristiana de Alepo ha sido una de las que más ha sufrido las consecuencias de la guerra. De los 150.000 cristianos que había en la ciudad en 2011, a mediados de 2017 tan solo quedan 35.000. Pero no todos se fueron. Como el doctor Nabil Antaki, gastroenterólogo que ha permanecido junto a la población ayudando a los heridos de guerra y coordinando el proyecto “Gota de Leche”, apoyado por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, para proveer de leche a 3.000 niños cada mes. Un hermano suyo fue asesinado por los rebeldes cuando iba de Alepo a Homs en su coche. Antaki tiene nacionalidad canadiense y sus hijos viven en Estados Unidos, “pero yo y mi mujer les dijimos que nos quedábamos porque queremos ayudar a los que lo necesitan y nuestra misión está aquí”. Asegura que la guerra terminará cuando los países extranjeros dejen de financiar a los grupos armados: “No es una guerra por la democracia, parece una guerra para destruir Siria”.

Otro gran problema es la huida de las generaciones jóvenes. Todos los varones entre 18 de 42 años son reclutados de forma forzosa por el ejército del gobierno. Solo hay dos excepciones: ser universitario o único hijo varón en tu familia. Por eso es difícil ver a jóvenes y hombres de mediana edad por las calles de Alepo. Abundan las mujeres con niños en brazos o solas, muchas son viudas, otras se han quedado a cargo de la familia mientras sus maridos están en el ejército o han huido del país.

Bahe Salibi (nombre cambiado) es estudiante de Medicina en la Universidad de Alepo. Procede de Hasaka, al noreste del país. Vino aquí porque quería ser médico y ayudar a los enfermos y heridos. Su familia al principio se opuso, porque Alepo estaba lejos y no era seguro. Hace un año que debería haber terminado sus estudios pero ha retrasado su graduación para seguir teniendo la dispensa de no ir al ejército. “Tengo miedo porque este año no me ha llegado el papel que me exime del servicio militar. Apenas salgo a la calle por si acaso me identifican.”, reconoce. Otros compañeros están en la misma situación y prefieren no pensar en ello al menos durante el actual periodo de exámenes. Necesitan concentrarse en los estudios, ya verán qué hacer el próximo mes.

ACN (Ayuda a la Iglesia Necesitada) ha donado más de 18 millones de euros a distintos proyectos en Siria en desde los comienzos del conflicto en 2011. Mons. Abou Khazen sabe de este apoyo mucho a los cristianos y a los más necesitados en Alepo: “Damos las gracias a los benefactores de Ayuda a la Iglesia Necesitada porque nos dan la oportunidad de poder permanecer aquí. Nos hacéis sentir que no estamos solos, que no somos una minoría olvidada. Somos parte de una gran familia que es la Iglesia”. El prelado ha podido saludar en tres ocasiones al Papa Francisco en los últimos años. Siempre que nos hemos encontrado me ha dicho: “´Tengo a Siria en mi corazón. La ayuda de distintas organizaciones eclesiales y del Vaticano directamente nos hace tener la certeza de que hay esperanza”.

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