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También en el valle de la Beká temen los cristianos sirios la persecución por ISIS

por Andrea Krogmann*

Llamémosles Samir y Sabine. Digamos que tienen poco más de 50 años; son cristianos que han huido de Al Raqa, el bastión de las milicias terroristas «Estado Islámico», que llaman «Daesh» en árabe. Las atrocidades que les han hecho aquellos que se denominan a sí mismos «soldados de Dios», no tienen nombre.

«¡Ni fotos ni nombres!» Los gestos de Samir son claros: de lo contrario, rodaría su cabeza. Después deja caer los brazos; en la mano tiene un papel: el recibo por el impuesto que han de pagar los cristianos en el «Estado Islámico».  3.700 euros es el precio que han fijado los yihadistas por año y familia, dinero para protección; pero ante el terror nadie está seguro.

Samir y su familia vivían bien en Al Raqa. Entonces llegó el Daesh. Samir pagó. Cuando la amenaza se hizo mayor, la familia se convirtió al Islam. «Odiaba esa vida, el velo, el no poder salir a la calle sin ir acompañada por un hombre», dice Sabine.  «¡Esto es no vida para los cristianos!» Samir rezaba en la mezquita, fingiendo, para proteger a su familia. Después llegó el coche con los soldados. Alguien había denunciado a la familia, diciendo que no se habían convertido realmente al cristianismo, que en casa seguían rezando a su Dios. Samir y su familia consiguen escapar; encuentran protección en casa de un amigo musulmán. De noche se ponen en camino hacia Alepo, campo a través, pues tienen mucho miedo de ser descubiertos. El terror les persigue. «Después de dos meses en Alepo recibí una llamada; decían que vendrían y me matarían», relata Samir.

La familia continúa la huida, hacia Beirut. Hasta que también allí suena el teléfono: «Sabemos dónde estás». Esa amenaza tácita lleva a la familia a la llanura de la Beká. Samir y Sabine están contentos de no tener que seguir renegando de su fe. «Todo el tiempo teníamos un cuadro de San Chárbel con nosotros; es lo que nos salvó», dice Sabine. Su fe —así comentan los dos— «es más fuerte que nunca». Por esa fe quieren abandonar el Próximo Oriente. «No estamos seguros en ningún lugar», dice Samir. También ahora, en el lugar en que se encuentran, sonó el teléfono: «Estés donde estés, te encontraremos».

Les podríamos llamar Jakob y Claire. También su historia es una larga historia de huida con una angustia mortal. Comenzó con protestas. Sus vecinos musulmanes querían apoyo cristiano en la lucha contra el Gobierno. «Pero los cristianos amamos al Presidente Assad», dice Claire. «Con él vivíamos bien y estábamos seguros». Los datos de su huida de Al Quseir se relatan pronto: un viernes, los islamistas predicaron la muerte para los cristianos. Todos los hombres mayores de 5 años huyeron al Líbano. 75 de ellos no lo consiguieron, y fueron ejecutados por Isis. Atrás quedaron las mujeres y los niños. Los soldados entraron en sus casas, destruyeron, saquearon y amenazaron con violarlas. Después, las mujeres huyeron con sus hijos. No hay palabras para describir el dolor y el trauma.

«Aquí hay familias que tuvieron que saltar sobre los cadáveres de sus vecinos para poder huir», relata Sana, la única que dice su nombre. Sana es libanesa y, con la ayuda de «Aid to the Church in Need», presta apoyo a los refugiados en su ciudad, desde el comienzo de la crisis de Siria. «Todavía hoy, los niños pintan escenas de terror». Superar los traumas precisa tiempo, pero esta cristiana está alegre de que los refugiados hayan comenzado a hablar sobre lo que han sufrido.

Se denomina María. Esta cristiana de Sadat no quiere relatar su historia; prefiere hablar de sus vecinos. «Esa noche de octubre de 2013 —dice— vinieron los hombres. Gritaron tres veces “Allahu Akbar”. Después mataron a todos: a la abuela, al abuelo, a los padres, a la hija y al hijo. Tres generaciones. Tiraron los cadáveres a un pozo». María calla. «Son demasiadas historias las que han sucedido al pueblo sirio».

* Andrea Krogmann es una periodista de la KNA (Alemania) que formó parte del viaje de Aid to the Church in Need al Líbano en mayo de 2016. Este artículo ha sido publicado con su permiso.

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