El 2 de junio, los mexicanos acuden a las urnas en un país que enfrenta un aumento de violencia descontrolada. Durante el actual proceso electoral han sido registrados un total de 45 ataques a políticos, con 30 candidatos asesinados. En medio de esta situación que asemeja a una guerra, la Iglesia católica, hostigada tanto por las fuerzas del gobierno como por los grupos criminales, intenta mediar por la paz y proteger a su pueblo.
El padre Filiberto Velázquez habló a la fundación Aid to the Church in Need sobre su misión como defensor de los derechos humanos a pesar de las amenazas de muerte que recibe.
José Filiberto Velázquez Florencio, sacerdote de la diócesis de Chilpancingo-Chilapa, es director del Centro de Derechos de las Víctimas de la Violencia Minerva Bello, institución que documenta la violencia en la diócesis.
En el 2022, el sacerdote comenzó a documentar las violaciones de derechos humanos, en una comunidad llamada El Nuevo Caracol, cuando un párroco le llamó angustiado, porque tenía 500 feligreses desplazados en su iglesia y necesitaban ayuda. Así inició sus visitas a esta región de la sierra de Guerrero llevando ayuda humanitaria, documentando casos de violencia e identificando a los perpetradores.
México registra los niveles más altos de violencia de los últimos seis años. En regiones particularmente afectadas por los conflictos entre grupos criminales, como Guerrero y Michoacán, la intensidad y la frecuencia de la violencia se acercan a un escenario de guerra.
Como muchos otros en México, también la Iglesia sufre a diario extorsiones telefónicas, amenazas, fraudes, cobro de “derecho de piso” para poder abrir un templo o ataques a iglesias, explica el padre José Filiberto a la fundación internacional Aid to the Church in Need (ACN): “Como sacerdote soy testigo de que el país enfrenta un conflicto armado, con crimen organizado, destrucción de templos y uso de la tecnología para sembrar terror y pánico”.
Por ejemplo, en noviembre del 2022, dos grupos del crimen organizado comenzaron a utilizar drones cargados con explosivos que dejaban caer sobre las comunidades de la sierra de Guerrero, cuenta el padre Fili, como todos le llaman. “No hablo de Afganistán ni de la franja de Gaza, estoy hablando de México. Esto ha provocado que la población huya para resguardarse de la violencia. Capillas, escuelas y plazas públicas, han sufrido daños. La gente ha abandonado sus actividades económicas para salvar la vida. Hay mucha pobreza, sí, pero hay más miedo”, afirma.
Persecución velada y hostigamientos por todas partes
El historial de violencia y crimen en México es muy largo, pero uno de los momentos más complicados que recuerda el sacerdote tuvo lugar en enero y febrero del 2024, durante los enfrentamientos de dos grupos criminales en la zona de Guerrero. La Iglesia jugó un papel importante como intermediaria para lograr una tregua entre los grupos. Hablando de este proceso el padre Filiberto Velázquez, explica la postura de la Iglesia: no negar el pecado de los criminales, pero actuar como puente, allí donde no existe diálogo, para llegar a soluciones que al menos lleven a deponer las armas. Los sacerdotes se convierten así en “defensores de Derechos Humanos”.
“Fueron meses muy difíciles”, recuerda el padre Fili. “Estuvimos semanas sin transporte público, se suspendieron las clases, los enfermos no podían ir al hospital… Entonces, la Iglesia dialogó con quiénes estaban causando terror en el lugar y eso permitió resolver la crisis”. A pesar de la actuación positiva de la Iglesia, hubo una persecución velada en su contra por parte de los actores políticos: “Sufrimos hostigamiento por parte de autoridades, estigmatizándonos y vinculándonos con el crimen organizado utilizando expresiones como “obispos criminales” o “sacerdotes narcos””.
Para el sacerdote, las difamaciones y persecución velada suponen un obstáculo para la misión de alcanzar la paz y de llevar el mensaje de Dios a estos lugares de conflicto, donde dice sentirse como “un capellán de guerra”.
Pero esta situación le recuerda las palabras de san Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, martirizado por su labor profética en 1980: “Muchos se escandalizan y dicen que estamos exagerando, que no hay Iglesia perseguida… pero si es la nota histórica de la Iglesia; siempre tiene que ser perseguida. Una doctrina que va contra las inmoralidades, que predica contra los abusos, que predica el bien y ataca el mal; es una doctrina puesta por Cristo para santificar los corazones, para renovar las sociedades. Cuando en esa sociedad o en ese corazón hay pecado, hay egoísmo, hay podredumbres, hay envidias, hay avaricias, el pecado salta como la culebra cuando tratan de apelmazarla y persigue al que trata de perseguir el mal, el pecado. Por eso, cuando la Iglesia es perseguida, es señal de que está cumpliendo su misión”.
Amenazado de muerte
En su empeño por buscar la paz, el padre Fili ha sobrevivido dos ataques armados y actualmente está amenazado de muerte. A pesar de todo, asegura que no es “aficionado al martirio”, sino “aficionado al Evangelio”.
En 2021, fue secuestrado por 50 hombres armados mientras iba a celebrar la santa misa a una comunidad de la sierra de Guerrero, y estuvo a punto de ser ejecutado. Permaneció horas de rodillas esperando que alguien viniera a salvarlo. Los habitantes empezaron a negociar con los hombres armados para que no lo mataran. La intervención del sacerdote de esa comunidad fue crucial para que le perdonaran la vida.
En otra ocasión, el 19 de octubre del 2023, el padre Fili conducía por una carretera de la sierra, cuando dos sujetos dispararon a su vehículo desde una motocicleta; uno de los tiros impactó una llanta y otro pasó a su lado y dio en el asiento del copiloto. Gracias a Dios el padre Fili no iba acompañado. “Este ataque fue un claro aviso, para hacerme saber que querían que me callara, que no denunciara, que no predicara, que no ayudara, que no practicara más la caridad”.
Después del atentado, el obispo de su diócesis Chilpancingo-Chilapa, monseñor José de Jesús González, ofreció asignarlo a otro lugar para garantizar su seguridad, ya que no parecía prudente permanecer en el estado de Guerrero. El obispo le contó el dolor que supone la pérdida de un sacerdote para el prelado y la comunidad, recordando como él había sufrido tiempo atrás, cuando era obispo en la prelatura del Nayar, y fueron asesinados tres de sus sacerdotes. Mons. González le suplicó: “no quiero perder a uno más”.
Sin embargo, pocos días después, mientras el padre Fili consideraba un posible traslado, el terrible huracán “Otis” azotó esa región de México dejando una ola de destrucción en sus comunidades. El sacerdote se volcó en los trabajos de emergencia, encargándose en las zonas afectadas por este desastre natural de la distribución de la ayuda humanitaria de Cáritas, el organismo oficial de la Iglesia para coordinar la acción caritativa y de ayuda social. La necesidad le hizo quedarse y hoy en día sigue trabajando en la diócesis de Chilpancingo-Chilapa. “No vivo con miedo, pero sí hay ocasiones que el temor me invade cuando el nivel de peligro empeora. He llorado muchas veces, pero me reconforta saber que no estoy solo y que Dios consuela en los momentos de angustia”.
40 sacerdotes asesinados en 18 años
México es el país latinoamericano más peligroso para ejercer el sacerdocio, en los últimos 18 años (tres mandatos presidenciales), 40 sacerdotes han sido asesinados, incluidos dos sacerdotes jesuitas dentro de una iglesia en Chihuahua en junio de 2022.
Hablando sobre la razón que lo impulsa en esta labor de diálogo con las organizaciones criminales, el sacerdote señala a ACN: “La Iglesia no es un club de santos. Al acercarnos a los miembros del crimen organizado mostramos que la Iglesia es misericordia. Nosotros no cerramos las puertas del cielo a nadie y a estas personas se les habla como a cualquier pecador”.
El trato del Padre Fili con los criminales es cotidiano e inevitable, pues viven en los mismos pueblos donde están las parroquias y acuden incluso a las festividades religiosas. “Cuando ellos abren esa puerta [del acercamiento], se abre la oportunidad para mí de hablar a sus conciencias y a sus corazones”.
El estado de Guerrero pertenece a la zona conocida como “Tierra Caliente”, término que no solo describe el clima de la región, sino que refleja la compleja realidad social y de seguridad que viven sus habitantes. La región sufre las disputas tanto territoriales como del control de rutas de tráfico ilícito no solo de drogas, sino de seres humanos, productos mineros y agrícolas. Al menos 16 diversos grupos criminales – como “Los Ardillos”, “Los Tlacos”, “Guerreros Unidos”, “La Familia Michoacana”, el “Cártel Jalisco Nueva Generación” o el “Cártel de la Sierra” – luchan por el poder.
En Guerrero se vive bajo fuego continuo, como en la guerra. A pesar de ser blanco de ataques y hostigamiento por los diferentes bandos e instituciones, los sacerdotes perseveran en su compromiso con las comunidades afectadas, brindando acompañamiento a las víctimas, alzando la voz contra la violencia y denunciando injusticias.
Por María Lozano (con el apoyo de AIN México).