Mozambique es un país en el que todavía no reina la paz. Para Mons. Adriano Langa, obispo de Inhambane, “las heridas de la guerra no se cierran como quien cierra un grifo”, las marcas y secuelas de largos años de conflicto armado aún son visibles en este país africano. En una conversación mantenida con Aid to the Church in Need (ACN) en Königstein, Alemania, en la sede internacional de la fundación, el prelado ha explicado que todavía hay mucho camino por recorrer hasta que se pueda vivir realmente en paz.
“Nosotros decimos que la guerra mata incluso después de que las armas se hayan callado”, afirma Mons. Langa. “Todavía hay secuelas de la guerra de independencia colonial y de la guerra civil, así como de las tensiones políticas desde los años 2014 y 2015… y aún tendrá que pasar mucho tiempo hasta que desaparezcan. No es algo visible, pero existe”. La guerra civil en Mozambique, que duró de 1977 hasta 1992, se cobró cerca de un millón de vidas. Además, se calcula que cinco millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus casas y la región donde vivían. A pesar del acuerdo de paz firmado en 1992 el espectro de la guerra nunca ha dejado de estar presente.
¿Ataques yihadistas en el norte?
Como si esto no bastara, en octubre de 2017 se desató una ola de violencia en el norte del país, en la provincia de Cabo Delgado, con ataques extremadamente violentos en aldeas en las que se han destruido casas y asesinado a personas. Se calcula que más de un centenar y medio de mozambiqueños han perdido la vida en estos ataques, que todavía no han sido reivindicados por ningún grupo reconocido, lo que hace que se barajen todo tipo de especulaciones como la relación directa con grupos radicales islámicos.
El obispo de Inhambane es consciente del problema y expresa la preocupación de la Iglesia. “Hay personas que mueren o cuyas vidas son devastadas… Cuando se destruye una casa o una aldea, lo que se destruye es la vida. La Iglesia está preocupada, y esperamos que las cosas se esclarezcan y, sobre todo, que esto acabe. Queremos que así sea, que acaben (los ataques), pues ha habido mucha violencia y la situación es muy difícil”. Lo importante, subraya Mons. Adriano Langa, “es mostrar con gestos la cercanía de la Iglesia”.
Rastros de pobreza
En Mozambique, la guerra civil tuvo consecuencias dramáticas: además de los muertos, los heridos y los desplazados, todo un país se hundió en el subdesarrollo. En 1990, aún durante la guerra civil, Mozambique llegó a ser considerado el país más pobre del mundo. En la actualidad, la pobreza reinante es otra señal de que el “grifo” de la guerra no está todavía totalmente cerrado. La Iglesia es consciente de este problema.
Según Mons. Alberto Vera, presidente de la Cáritas de Mozambique y Obispo de Nacala este año ha aumentado el índice de la pobreza, sobre todo en las zonas rurales y la riqueza ha aumentado solo entre las élites políticas y financieras, por lo que ha crecido también la brecha entre los ricos y los pobres del país.
Mons. Adriano Langa suscribe en su entrevista con la fundación ACN esta situación. “Ciertamente hay pobreza en Mozambique, eso es innegable”. Para el Obispo de Inhambane, la pobreza es especialmente visible en las zonas rurales como en su diócesis afectada de una infraestructura vial pésima. “Cuando no hay carreteras, la comunicación se vuelve deficiente, y eso es lo que ocurre en Mozambique. El norte produce mucho, pero los productos no llegan al sur porque las vías de comunicación son escasas”.
ACN apoya a la iglesia en Mozambique a través de la ayuda de subsistencia para religiosas y sacerdotes así como proyectos de construcción y formación. En 2017 la fundación apoyó proyectos por casi 650.000.-€.