Muchos temían que la invasión de sus tierras natales acabara por expulsar para siempre a los cristianos de Iraq. No obstante, diez años después de ser arrancados de sus hogares por los militantes del Estado Islámico (EI), miles de cristianos han regresado a sus casas de la Llanura de Nínive -reconstruidas gracias a la ayuda de ACN-, trayéndose consigo su amor por la Iglesia y la esperanza del Evangelio.
“No hay palabras para describir lo que vivimos hace diez años. El Estado Islámico intentó erradicarnos, pero fracasó”, ha dicho Mons. Nizar Semaan, arzobispo siro-católico de Adiabene, en el norte de Iraq. “La gente aquí es como los olivos. Puedes podarlos y quemarlos, pero al cabo de 10 o 20 años seguirán dando fruto. Lo han intentado todo, pero nosotros seguimos aquí y, como Iglesia, hacemos todo lo posible por transmitir un rayo de esperanza”, ha añadido durante una conferencia organizada por la fundación pontificia internacional Aid to the Church in Need (ACN).
Aunque la violencia haya remitido en Iraq, Mons. Bashar Warda, arzobispo caldeo de Erbil, que también participó en la conferencia, afirma que la amenaza actual de un conflicto regional entre Israel, Hamás, el Líbano y quizá incluso Irán mantiene en vilo a los cristianos, pues estos son conscientes de que, en circunstancias como estas, suelen convertirse en objetivos directos de fundamentalistas o en objetivos colaterales en guerras de terceros. Estas divisiones también siguen manifestándose en el ámbito político. “La tensión es alta, muy alta, entre algunos partidos”, cuenta el arzobispo. “Uno tiene la sensación de que podría ocurrir algo en cada momento, que hay que estar alerta y bien preparado, pero, de momento, no hemos visto que el conflicto se vuelva violento”.
Combatir una mentalidad ‘insular’
El arzobispo siro-católico confirma que el Estado Islámico en sí ya no supone una amenaza seria para la comunidad cristiana, pero vencer la mentalidad que le dio origen es otra cuestión. “El Estado Islámico no nos quería aquí, pero tampoco quería a los chiíes. El problema en Iraq es que estamos intentando crear ‘islotes’ para cada comunidad, sin vida en común, y eso es peligroso. Puedes vivir donde quieras, puedes estar orgulloso de tu identidad, pero no cierres tu isla a los demás”.
“Hay dos formas de librarse de esa mentalidad. En primer lugar, debemos centrarnos en la educación, pero no sólo en las escuelas cristianas, sino que tenemos que presionar al gobierno para que implemente un sistema educativo moderado que anime a la gente a respetar al prójimo”, explica Mons. Semaan. Y añade: “La segunda forma radica en contar con una Constitución basada en la humanidad, no en la religión. Eso ayudaría a los cristianos a permanecer en Iraq, a librarse de su miedo. Siempre tenemos miedo. Pase lo que pase a nuestro alrededor, en el Líbano, en Gaza, donde sea, los cristianos siempre acaban por verse afectados”.
Como líderes de la Iglesia, los obispos intentan romper esa mentalidad en sus propias comunidades. Cuando vieron que los cristianos tenían acceso a bastantes ayudas, no dudaron en tender la mano a otras comunidades también necesitadas. “Compartimos parte de esa ayuda con los musulmanes y los yazidíes en los campos de desplazados. Tras la derrota del EI, cuando creamos el programa de Becas Papa Francisco, preguntamos a ACN si podríamos incluir a yazidíes y musulmanes que lo necesitaran desesperadamente. Estoy convencido de que evangelizamos cuando compartimos esa bondad con otros, mostrándoles el Evangelio de la solidaridad. Los hacemos respirar a Cristo a través de las obras de bondad que compartimos con ellos”, explica Mons. Warda, quien además destaca que la educación es la clave para un futuro de convivencia, razón por la cual la Iglesia católica, con la ayuda de ACN, ha invertido tanto en este ámbito.
Reconstruir casas y vidas
En el punto álgido de la crisis se temía que, si no se hacía nada, toda la comunidad abandonaría la Llanura de Nínive y quizás incluso el país. Desde entonces, gracias a los proyectos de reconstrucción financiados por ACN, “las novedades son mayoritariamente positivas”, asegura el arzobispo Warda. “En 2014, teníamos a 13.200 familias registradas, y 11.000 se quedaron”, cuenta. “De estas, 9.000 han retornado a Nínive. Esto es algo por lo que estar agradecidos. Las 2.000 familias que abandonaron el país huyeron a Jordania, Líbano y Turquía, y desde allí a Occidente”.
Alrededor de la mitad de los cristianos de Bajdida -la mayor ciudad exclusivamente cristiana de Iraq, cuya población huyó en masa antes de que el EI la ocupara-, también han regresado. “Antes de invasión por el EI había 50.000 personas en Bajdida, y ahora quizá sean 25.000”, señala Mons. Semaan.
En relación con los que lograron salir del país, ambos arzobispos católicos son conscientes de que hay pocas esperanzas de que retornen para quedarse. Señalan que sólo regresan cuando tienen regularizada su situación en sus nuevos países, para poder escapar fácilmente si surge una nueva crisis. Y los que tienen hijos son aún menos propensos a regresar, salvo para pasar las vacaciones.
Otro aspecto en el que coinciden estos prelados es que, independientemente de las dificultades y penurias que han atravesado, los cristianos iraquíes nunca han puesto en cuestión su fe y su amor por la Iglesia.
“Cuando organizamos cursos teológicos para los jóvenes desplazados con el fin de estudiar y reflexionar sobre nuestra fe, se inscribieron más de 300 personas”, cuenta Mons. Warda. “Hay que saber que esta gente está muy estrechamente unida a la Iglesia: cuando tienen un problema con la policía o un problema de salud, no acuden a los cargos electos ni a los partidos políticos, sino que acuden al obispo. Por eso, os animo a ayudar pastoralmente a la Iglesia, porque si la Iglesia es fuerte, la comunidad se quedará aquí. Si el sacerdote se marcha, la comunidad se marchará. Las familias se quedaron cuando vieron a su pastor junto a ellas. Aquí, en Iraq, sea lo que sea que afecte a las familias, estas acuden a su Iglesia, que no tiene horarios: la gente puede llamar en cualquier momento y el sacerdote responde. Por tanto, la Iglesia es mucho más que un centro espiritual para la misa y la oración; todo está relacionado con ella”, asegura el arzobispo.
Cualquier otra persona se quejaría por este agotador estilo de vida, pero no estos obispos. “Nos hace sentir vivos. Nuestros teléfonos nunca están apagados, tenemos que atender llamadas, tenemos que salir, abrir nuestras puertas a todo el mundo. Cualquiera puede acceder a nosotros sin problemas; sólo tiene que venir y llamar a nuestra puerta. Eso es lo que significa ‘Iglesia’. Nuestra gente está muy unida a la Iglesia, y eso es bueno”, comenta Mons. Semaan. Nosotros intentamos aportarles todo lo que podemos, independientemente de lo que se trate. No nos corresponde llamar a la policía, pero lo hacemos. No es nuestro trabajo proporcionarles cosas, pero lo hacemos. Mucha gente se implica en el servicio de la Iglesia, y cuando ves a muchos jóvenes en la iglesia das gracias a Dios porque eso es lo que significa ser Iglesia. Esa es la forma de mantener viva nuestra Iglesia. Así que damos gracias a Dios”.
Para ACN, ver a la Iglesia iraquí con vida y bien, pese a las reservas y los temores, es señal de un trabajo bien hecho. “A raíz de la invasión del Estado Islámico, los cristianos huyeron al Kurdistán, donde al menos estaban a salvo, aunque la mayoría careciera de todo. ACN fue la primera organización internacional que acudió en su ayuda”, detalla Regina Lynch, presidenta ejecutiva de ACN International, también presente en la conferencia en línea. Y anade: “En los años posteriores ayudamos primero a cubrir las necesidades básicas de los desplazados, luego nos ocupamos de su alojamiento y, por último, de la reconstrucción de sus hogares, para que aquellos que desearan regresar a sus ciudades y pueblos pudieran hacerlo tras la retirada del Estado Islámico”.
Desde 1972, ACN ha estado promoviendo proyectos en colaboración con las iglesias locales en Iraq. En julio de 2014, ACN fue la primera organización en ayudar sobre el terreno y, desde entonces, la fundación pontificia internacional ha apoyado, con más de 56 millones de euros, casi 500 proyectos que incluyen asistencia humaniatria, iniciativas de reconstrucción y la concesión de becas.
Por Filipe d’Avillez.