En el corazón del suroriente de Guatemala, una pequeña aldea llamada Villa Graciela revela el rostro humilde y perseverante de la Iglesia. Allí, la vida pastoral florece gracias a la entrega silenciosa de laicos como Mirna Sucely Ramírez y José Flavio Silvestre, quienes, junto con toda la comunidad, luchan por reconstruir no solo su templo físico, el de Cristo de Esquipulas, sino también la fe de sus vecinos. Una historia que, gracias a la solidaridad de benefactores de ACN en todo el mundo, se convierte en un verdadero signo de esperanza.

En Villa Graciela, municipio de Cuilapa, suroriente de Guatemala, las dificultades sociales y económicas saltan a la vista: pobreza extrema, migración, falta de servicios básicos y fragmentación de la vida comunitaria. Sin embargo, en medio de estas realidades, la Iglesia encuentra una fuerza especial en la entrega de sus laicos comprometidos.
Mirna Sucely Ramírez y José Flavio Silvestre, catequistas y ministros extraordinarios de la comunión, llevan 20 años casados y tienen tres hijos. . Su servicio comenzó en 2006 con la pastoral familiar y continuó con las llamadas “santas misiones populares”, visitando casas, escuchando, compartiendo la Palabra y llevando esperanza. “Atendemos a una comunidad en pobreza espiritual, material y social. Queremos que sea una comunidad solidaria y que viva la fe con alegría”, explica Mirna.
Su misión es integral: acompañan a niños, jóvenes y adultos con la Palabra de Dios, la eucaristía y la oración. Lo hacen, además, en un contexto desafiante: “Hay muchas luchas allá, con jóvenes sin proyectos de vida claros, incluso con tasas altas de suicidio. Queremos darles esperanza y sentido”, afirma José.
Monseñor José Cayetano Parra Novo, obispo de la diócesis guatemalteca de Santa Rosa de Lima, resalta la importancia de la labor de laicos como Mirna y José: “Nuestra Iglesia no puede quedarse solo en la tradición; necesita una evangelización en salida, que visite, que anuncie, que forme comunidades vivas. Necesitamos infraestructura, pero también corazones dispuestos a servir”.

Mirna y José son fiel ejemplo de lo que dice monseñor Parra: “esa evangelización que no se encierra en las iglesias o en los espacios eclesiales, sino que se lanza, que visita. Estos proyectos pastorales de nuestra Iglesia guatemalteca hacen que la gente vaya de casa en casa, visitando, anunciando, llevando la Buena Noticia de Jesús a cuanta persona haya a nuestro alrededor y, a veces, a los más alejados, a los más olvidados”.
“La Iglesia en Guatemala ha sido martirial, sufriente, perseguida, pero a pesar de ello no ha sido una Iglesia vencida; la sangre de los mártires le ha dado una fuerza especial, como le ocurrió a la Iglesia de los primeros tiempos”, dice el obispo Parra.
Reconstruir el templo, renovar la esperanza
En los últimos dos años, la diócesis ha erigido seis nuevas parroquias, muchas aún sin templos ni casas curales. Y las estructuras que hay sufren la falta de recursos.
El templo al que pertenecen Mirna y José está dedicado al Cristo de Esquipulas, fue construido hace 30 años con los esfuerzos de laicos pioneros. Pero el paso del tiempo, el clima y las dificultades económicas han dejado huellas profundas: su suelo está hundido, el techo en mal estado, el sistema eléctrico falla y no tiene baños ni espacio suficiente para la comunidad de casi dos mil personas.
Aun así, los fieles de Villa Graciela no se resignan. Ya han aportado dinero para mano de obra y pequeñas reparaciones, organizando rifas, ventas y colectas dominicales, que aunque no suman sino un pequeño porcentaje de los costos totales de la renovación, son muestra de su compromiso y de una fe viva y activa con los cuales esperan lograr la ampliación del templo, construcción de baños, mejoras estructurales y eléctricas.

Es aquí donde la solidaridad de los benefactores de ACN transforma la realidad. Gracias al apoyo de la fundación se puede dar forma a esta fase crucial del proyecto y finalizar la renovación del templo. El padre José Alejandro García, párroco local, expresa su gratitud a los bienhechores: “Gracias; nunca los conoceré, pero Dios sí los conoce y Él los va a bendecir. Pido que sigan siendo generosos, para que podamos servir mejor al pueblo de Dios”.
Por Hernán Darío Cadena.