En Islandia, allí donde el Atlántico se encuentra con el Ártico, el obispo David Tencer lleva más de dos décadas como misionero en esta isla. Desde 2015, este capuchino eslovaco de sonrisa amplia es el obispo de la diócesis más septentrional de Europa. Durante su visita a la sede central de la fundación internacional Aid to the Church in Need (ACN), muestra que tiene tanto humor como retos en su diócesis.

La diócesis de Reikiavik nació en 1968, cuando apenas un millar de católicos se dispersaban por un territorio del tamaño de Corea del Sur. Hoy, las cifras oficiales hablan de 15.500 fieles, aunque el obispo calcula que la comunidad real se acerca más a los 50.000.
Una Iglesia migrante
La mayoría de sus fieles provienen de Polonia, Lituania, Filipinas y América Latina. El idioma islandés, complejo y con raíces milenarias, es solo uno de los desafíos para una comunidad donde el domingo se celebran misas en cinco lenguas: islandés, polaco, inglés, español y lituano. “La fe es nuestro idioma común. Creemos lo mismo. La Iglesia es nuestra madre”, explica Mons. David Tencer. “Muchos vienen aquí para trabajar porque se gana bastante dinero, pero ¿qué pasa con su fe?, ahí es donde tenemos que estar atentos. La liturgia de cada país es muy diferente, pero la fe es la misma. Eso es lo que nos une.”

“En 2023 tuvimos 150 bautizos, 200 confirmaciones y solo 14 funerales. Creo que eso demuestra que nuestra Iglesia es la más dinámica de Europa”, explica con un toque de orgullo sano. Pero añade enseguida: “No es nuestra ganancia, Dios nos manda a la gente”. Y es que la Iglesia islandesa es una Iglesia nacida de la emigración; su comunidad, ante todo, un mosaico de culturas.
El clima como formador de carácter
El reto pastoral es inmenso: 18 sacerdotes y unas pocas religiosas para atender a un país cuyas carreteras en invierno son de difícil tránsito por las condiciones climáticas durante meses. Por eso ACN ha apoyado y sigue apoyando a la diócesis con vehículos potentes y seguros para que sacerdotes y religiosas puedan llegar a comunidades remotas y sobrevivir los duros inviernos.
Aquí no basta con conocer teología; hay que aprender a conducir entre tormentas, planificar viajes a aldeas separadas por cientos de kilómetros y saber cuándo quedarse en casa porque los fuertes vientos árticos, la nieve y la lluvia pueden disminuir en muchos el celo apostólico. “Si no has sobrevivido dos o tres inviernos aquí, no sabes si puedes ser misionero en este contorno”, cuenta a ACN. Consciente de que en estas latitudes el sentido del humor es un salvavidas, añade con un guiño: “Por eso yo cambié la guitarra por el ukelele: ocupa menos espacio, no tengo que cargar con él a la espalda, me cabe en el bolsillo y es más fácil de transportar entre viajes y visitas con nieve”, bromea, porque, además del buen humor, considera que la música es la mejor acompañante.

Quien llega desde el sur pronto descubre que la luz —o su ausencia— marca el ánimo de las personas. En invierno, el sol asoma apenas unas horas; en verano, las noches casi desaparecen. El obispo de origen eslovaco conoce culturas más expresivas: “Los sicilianos te abrazan por la calle solo con ver el hábito capuchino, aquí, cuando me ven, me preguntan si soy un monje budista o un musulmán; en Albania, en tres horas ya había aprendido tres canciones. Aquí, en tres años, no aprendí ninguna”.
El aislamiento y la dureza del clima moldean en Islandia una cultura más reservada y autónoma. “No es mejor ni peor, simplemente diferente; y necesaria para sobrevivir”, afirma.
Entre turistas y ovejas
Islandia recibe cada año casi tres millones de turistas, más de ocho veces su población. Esto plantea algunos retos a la población local, por ejemplo, porque dejan vacías las tiendas de suministros. También es un reto para la Iglesia porque, de vez en cuando, una pequeña capilla para 50 personas se ve invadida por gran parte de los 2.000 pasajeros de un crucero. Para el obispo está muy claro que su primera misión no está ahí: “Claro que atendemos a los turistas, pero mi prioridad son los que comparten esta vida. Mi rebaño son mi gente, los que viven aquí”. En medio de glaciares y volcanes, Mons. Tencer resume su misión con este lema: “Amar a nuestra tierra glaciar”.

En un país muy secularizado, la Iglesia se enfrenta al reto permanente de la presencia, pero no basta con estar; hay que darse a conocer. “Tenemos que saber explicar nuestra fe”. La catedral de Reikiavik cumplirá 100 años en 2029; consciente de la importancia de este aniversario para la diócesis, ACN está apoyando los preparativos para el centenario.
Por Maria Lozano.