Hace más de dos meses, la ONU instó a un alto el fuego mundial para centrarse en la lucha contra el Covid-19 y seis días después el Papa se hizo eco de este llamamiento. ACN ha contactado con líderes locales de la Iglesia en países en conflicto para averiguar cuál ha sido la respuesta, la conclusión es que a pesar del Covid-19 la guerra y el terror continúan. A continuación, un resumen de la situación en Camerún, Siria, Filipinas, Ucrania, Nigeria, Iraq, México y la República Centroafricana.
“La furia con la que el virus ataca ilustra la locura de la guerra” dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, el 23 de marzo de 2020. “Ha llegado la hora de dejar atrás los conflictos armados para centrar nuestros esfuerzos en la verdadera batalla de nuestras vidas”, declaró, esperando que al tratarse de una enfermedad que afecta indiscriminadamente a todas las naciones, la gente tomara conciencia de ello. Retomando este llamamiento, el domingo 29 de marzo el Papa Francisco pidió “la creación de corredores para la ayuda humanitaria, la apertura a la diplomacia y la atención a los que se encuentran en una situación más vulnerable”.
¿Una oportunidad para reencontrar la paz?
“Aquí el conflicto continúa”, deplora Mons. Andrew Nkea, arzobispo de Bamenda, CAMERÚN. Ciertamente, varios líderes del campo secesionista de la región anglófona, conscientes de lo que está en juego, han aceptado firmar un alto el fuego global pero “no tienen mucha influencia en los combatientes sobre el terreno”, reconoce el obispo.
Lo mismo ocurre en el norte de SIRIA, en la región de Hasake, donde “los aviones de guerra siguen llenando el cielo y los ataques no se detienen”, señala Mons. Nidal Thomas, vicario de la Iglesia caldea de Al-Jazeera: “Solo hemos tenido dos o tres días consecutivos de calma desde la aparición del coronavirus”. La pandemia ha sorprendido al país en un estado de gran fragilidad tras nueve años de guerra. Siria ha perdido el 60% de sus médicos y solo una cuarta parte de las estructuras hospitalarias están en funcionamiento. Además, padece la crisis económica del vecino Líbano, afectado por la escasez de dólares, y sufre las sanciones internacionales, que pesan sobre su economía.
Algo parecido informan desde FILIPINAS, donde el alto el fuego entre el Gobierno y el BHB (Nuevo Ejército del Pueblo, según sus siglas en filipino) no se mantuvo. Según el P. Sebastian D’Ambra, un misionero italiano, “todavía hay escaramuzas de Abu Sayyaf [nota de la redacción: organización terrorista islámica] en Joló y en la región de Cotabato”, en el sur del país. Sin embargo, el sacerdote reconoce que «ahora hay más contención porque ambos lados tienen miedo al coronavirus y hay una presencia militar más visible”.
Una tragedia en la tragedia
Aunque ya no sea noticia, la guerra continúa en la región de Donbás en UCRANIA, recuerda Mons. Pavio Honcharuk, Obispo de Járkov, parte de cuya diócesis se encuentra en la zona de conflicto. La llegada del coronavirus revela hasta qué punto “el sistema oligárquico ha debilitado la red sanitaria ucraniana, especialmente en la zona rural. La pandemia pone al descubierto la corrupción generalizada de los líderes, consecuencia de la historia del país. Durante los setenta años de comunismo, la familia y los valores tradicionales fueron socavados por el Gobierno”. La pérdida de solidaridad pone en peligro a los más pobres.
En África, en NIGERIA, es también la pobreza lo que preocupa a la Iglesia. “El principal peligro asociado al Covid-19 en el país es que puede provocar hambrunas entre los más pobres y la desestabilización de una economía de por sí frágil”, explica Mons. Ignatius Kaigama, arzobispo de Abuya. El prelado subraya que “el país sigue sufriendo casos esporádicos de ataques terroristas de Boko Haram, especialmente en el noreste del país, desde la aparición de la pandemia”.
En IRAQ, aunque el ISIS fuera oficialmente erradicado en 2017, parece que los terroristas siguen presentes en las regiones de Kirkuk y Saladino. La llegada del Covid-19 revela que los servicios sociales están en crisis. “Nunca se recuperaron tras el colapso del régimen de Sadam Husein en 2003”, dice el Patriarca caldeo Louis Raphaël I Sako, quien hace el siguiente análisis: “Hay muchos problemas -no hay dinero, no hay suficientes hospitales ni médicos – y el confinamiento es contrario a la cultura local, sobre todo, entre los hombres. Sin embargo, con 5.000 casos de pacientes con coronavirus, “la gente debe quedarse en casa, pues esa es la única manera de estar seguro”.
Una Iglesia de puertas abiertas
“La violencia en nuestra sociedad no ha disminuido”, se lamenta Mons. Carlos Garfias Merlos, vicepresidente de la Conferencia Episcopal de MÉXICO. Los narcotraficantes sin duda no han recibido el mensaje del papa Francisco. Pero en tales circunstancias, la Iglesia continúa, más que nunca, “abriendo sus puertas a las víctimas de la violencia”, informa el arzobispo. En estos tiempos de confinamiento, la Iglesia debe ser una “Iglesia en salida”, en palabras del papa Francisco.
Los grupos armados que operan en la REPÚBLICA CENTROAFRICANA tampoco han escuchado el llamamiento al alto el fuego, denuncia Mons. Bertrand Guy Richard Appora-Ngalanibé, obispo coadjutor de Bambari. “Por desgracia, en algunas zonas de la República Centroafricana, los grupos armados libran combates estratégicos con el fin de extender su supremacía y seguir saqueando los recursos naturales del país”, deplora. No obstante, las iniciativas interreligiosas demuestran que esta crisis puede ser una oportunidad para reforzar los lazos entre los ciudadanos: “Con la ayuda de nuestros hermanos protestantes y musulmanes, reunidos en la Plataforma de Confesiones Religiosas de la República Centroafricana, en Bambari nos esforzamos por llevar a cabo campañas de sensibilización sobre esta pandemia, muchas de las cuales minimizan su alcance y peligrosidad”.
Frente a estos conflictos en curso, la fundación ACN quiere recordar que las guerras continúan durante la pandemia y unirse al llamamiento a los dirigentes al alto el fuego, rezando por que la comunidad internacional se comprometa más allá de la pura retórica.