En el Batey 5, una zona marginal en la diócesis de Barahona -que hace frontera con Haití- tres misioneras apoyadas por la fundación pontificia Aid to the Church in Need, enfrentan pobreza y exclusión social en la parroquia más pobre de una de las diócesis más necesitadas de la República Dominicana.
No muy lejos de lujosos resorts y hermosas playas caribeñas continúa existiendo una realidad difícil de imaginar, donde numerosas familias viven en pueblos formados por barracones, muchas veces en condiciones deplorables: los “bateyes”, término proveniente del taíno para referirse a los asentamientos que se construyeron para los trabajadores de la caña de azúcar en las Antillas, debido al auge industrial en la primera mitad del siglo pasado.
Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, todavía existen aproximadamente 200.000 personas viviendo en 425 bateyes en toda la República Dominicana, muchos de ellos descendientes de haitianos y también dominicanos, que viven sin agua potable y electricidad.
Uno de estos lugares es el Batey 5 de Barahona, en el suroeste del país, donde tres religiosas de la congregación de las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, conocidas como “Lauritas”, apoyadas por ACN, atienden la parroquia de San Martín de Porres, la más pobre de la diócesis, desde 2017. Allí, muchos de los fieles trabajan en los cañaverales bajo durísimas condiciones, soportando un agobiante calor de más de 30 grados y cobrando menos de 10 dólares -unos 9,20 euros- al día.
“Las personas se afanan día a día por sobrevivir”, explica la hermana Patricia Álvarez. “Ante esta dura realidad, nosotras acompañamos al pueblo en sus luchas y protestas reclamando sus derechos, para que tengan salarios justos y una vida digna, no ha sido fácil pero ahí seguimos: en la lucha”, cuenta la misionera.
“Vale la pena seguir luchando por ellos”
La presencia de las religiosas es muy querida y valorada en el Batey 5: “Les reconforta nuestra cercanía y aprecian nuestras visitas”, transmite la hermana Patricia. “Muchas personas están ilegales en el país”, continúa la religiosa, “y por la situación de Haití se vienen a buscar una vida mejor a República Dominicana, pero a veces lo que reciben es discriminación, y no pueden salir de los bateyes porque la policía los llevaría de vuelta a la frontera.” La hermana añade que a través de la diócesis se ha ayudado a legalizar los documentos de algunas personas.
Además, en ocasiones las hermanas acompañan a algunas personas a hacer diligencias médicas u otras gestiones en diversos municipios o en la capital, Santo Domingo. Otras veces, el sacerdote los lleva en el auto de la parroquia, financiado también por la fundación ACN, para que puedan viajar sin problemas. “Cuando surgen necesidades, actuamos como intermediarias ante las autoridades locales para facilitar los trámites u ofrecerles ayuda”, explica la misionera.
Uno de los lugares atendidos por las hermanas es un hogar diurno que acoge a veinte ancianos de la diócesis. “De estos ancianos, cuatro están completamente solos y carecen de documentación. Dejaron atrás a sus familias en Haití y han pasado su vida en República Dominicana”, relata la hermana Patricia. “A estas personas les brindamos apoyo: las acompañamos al hospital, e incluso nos registramos en estos casos como familiares para asegurarles una mejor atención.”
“El Señor y nuestra Madre María han ido haciendo su obra, y no ha sido fácil”, confiesa la religiosa, “pero Dios nos da la gracia y vale la pena seguir luchando por ellos y dando lo mejor, para que cada una de estas personas reflejen esa presencia de Dios en sus vidas.”
La esperanza de los bateyes
A pesar de que la vida en los bateyes no es sencilla, la hermana Patricia afirma que “es una alegría muy grande para nosotras ver este crecimiento espiritual y personal en todos los grupos de la parroquia, que son la esperanza para estos bateyes”.
Cuenta que el Batey 5 es un área donde hay mucha violencia y en la que numerosos jóvenes pronto se involucran con las drogas. Por eso, la labor con ellos es una prioridad para las misioneras que ven cómo los jóvenes se comprometen cada vez más con la parroquia y la comunidad. “Los niños y adolescentes son muy constantes en su asistencia a la formación de los sábados. Son muy pocos los que no participan, y cuando no lo hacen es porque están enfermos. Este buen hábito ha tenido frutos: muestran más respeto entre ellos, son más tolerantes y han disminuido los casos de agresividad. Participan activamente en la eucaristía dominical, mostrando compromiso con la parroquia y un increíble espíritu solidario. Hacemos muchas excursiones con ellos y, en algunas ocasiones, los hemos llevado al mar. Para muchos, era la primera vez que lo visitaban.»
ACN apoya desde hace unos años estas actividades pastorales y encuentros de formación de la parroquia. “Estos encuentros han llevado a las personas al perdón y a la reconciliación, a aceptar sus diferencias, a quererse como son y a saber decirse las cosas sin herirse”, cuenta la religiosa.
La hermana Patricia y las otras dos religiosas que la acompañan expresan su gratitud hacia ACN y sus benefactores por financiar este proyecto: “Agradecemos a cada una de las personas que han puesto su granito de arena para que esto sea una realidad: sin ustedes no hubiese sido posible recoger tantos frutos y hacer todo este trabajo maravilloso que hacemos con todos los movimientos de la parroquia”, confiesa la hermana. “Desde los bateyes les mandamos un fuerte abrazo y que el Dios de la vida continúe bendiciendo su trabajo en bien de tantas personas que lo necesitan”.
Por Lucía Ballester.