El cardenal Dieudonné Nzapalainga recorre su país, la República Centroafricana, marcado por la guerra civil, donde parte de la juventud tiene dificultades para abandonar las armas y retomar el camino de la escuela y la educación. Viajando hasta las «periferias» tan apreciadas por el Papa Francisco, el cardenal toma el pulso de una población abandonada. Durante su visita a la sede internacional de la fundación Aid to the Church in Need (ACN), habla sobre la situación de su país y la necesidad de educar a los jóvenes.
¿Cree que la República Centroafricana ha superado los terribles años de la guerra civil?
El gobierno actual ya no está amenazado, el temor a un golpe de estado que existía en 2020 ya no es un tema relevante. Pero nuestra sociedad está llena de heridas terribles y necesita reconstrucción.
¿Cómo consigue usted conocer de cerca la situación de la República Centroafricana?
Viajo por el país hasta lugares donde no se ve a ningún funcionario. Las vías de comunicación eran malas antes de la guerra civil, ahora son impracticables. Hay grupos de bandidos en las carreterasque dificultan mucho el tráfico y pueden ser peligrosos, pero confío en mi baraka (palabra árabe que significa bendición divina) y hasta ahora no me ha abandonado. Durante mis viajes veo poblaciones enteras, dejadas a su suerte. Estas personas sienten que nadie se preocupa por ellas. Mueren como animales sin siquiera tener una clínica. Hay que recordarles que son hijos de Dios. Por eso, me despojo de mi atuendo de cardenal, me hago pequeño, recorro el país y les digo: «Si los hombres os han olvidado, Dios no os ha olvidado».
En un pueblo, durante la confirmación de un joven adulto llamado François, me sorprendió ver la euforia con que lo celebraban. Me explicaron que era el catequista del pueblo. Era él quien mantenía viva la fe en esta comunidad, que no recibía una visita de un sacerdote desde hacía mucho tiempo. Y eso, a pesar de que el valiente François ni siquiera había recibido la confirmación.
¿Cómo explica usted tal abandono?
En defensa del gobierno, hay que decir que nuestro país es casi tan grande como Francia y que es difícil controlar semejante extensión. Además, aún existen áreas bajo dominio de los rebeldes.
Recientemente, visité Ouadda, una pequeña ciudad del noreste del país. Fui recibido muy bien por la población, que se alegró con mi presencia. La gente estaba feliz de ver que no estaban abandonados, y además porque durante mi estancia, no tenían que cumplir el toque de queda impuesto por los rebeldes. Cuando quise marcharme, un joven líder rebelde me bloqueó el camino y me dijo que no podía irme. Esa misma noche, los feligreses rezaron por nosotros. Incluso, el alcalde, pastores e imanes vinieron a abogar por mi causa. Al día siguiente, cuando le dije al líder local que quería irme, primero me bloqueó, pero diez minutos después me dijo que podía irme… Aunque estaba aliviado por seguir mi camino, le llamé la atención: le recordé que se suponía que era un líder, cuya palabra tenía importancia y que no podía usarla de cualquier manera. Me llevaron ante sus superiores y allí actuaba como un niño pequeño al que acaban de pillar in fraganti. Hay muchas personas de este tipo aquí. No tienen educación, así que compensan usando la fuerza bruta.
Insiste mucho en la importancia de la educación: ¿por qué?
¡Tenemos una juventud tan grande en nuestro país, tantos jóvenes! Pero durante los años de inestabilidad, desde 2013, no han ido a la escuela y la educación sigue siendo muy deficiente. Los maestros a menudo no quieren ir a las regiones periféricas porque tienen miedo de los rebeldes. Otro problema es que están mal pagados. Los que realmente reciben buenos salarios son los militares porque tienen kalashnikovs y no es conveniente molestar a alguien armado. Los maestros, en cambio, solo tienen tiza. Así que reciben su salario a menudo con retraso. Para los profesores que viven lejos de las grandes ciudades, deben realizar largos y peligrosos viajes para recibir su sueldo, ya que no hay bancos. Veo a algunos que tienen que gastar dos tercios de lo que ganan en el transporte, normalmente en moto-taxi. Y el viaje puede durar hasta dos semanas, por lo que solo dan clases durante la mitad del mes.
Y esos son los docentes titulares que perciben un salario del Estado. Su cantidad es muy insuficiente, por lo que se reclutan localmente a padres, como voluntarios capacitados sobre la marcha, para impartir clases. Estos últimos reciben solo lo que los padres de los alumnos están dispuestos a ofrecerles. Esto genera disparidades injustas entre los niños, ya que los padres que pagan más esperan que sus hijos vuelvan con buenas calificaciones a cambio.
Incluso nos faltan edificios. Muchas escuelas han sido quemadas y hay clases que se llevan a cabo bajo un árbol de mango. La clase tiene que seguir la dirección del sol, y si hace mucho viento o llueve, simplemente no podemos dar clases. Esas no son condiciones normales para aprender.
¿Observa una disminución del nivel educativo como resultado?
Claro. Pongo algunos ejemplos: para ingresar al seminario menor, solo 20 de 200 jóvenes tenían el nivel requerido, en un seminario mayor, eran sólo 4 de 23. Observo muchos niños que solían obtener calificaciones de 13/20 en su escuela, pero en una escuela católica, donde no hay favoritismos ni amiguismos, no alcanzan más de 4/20.
¿Qué puede hacer la Iglesia frente a una situación de esta magnitud?
Estamos ayudando con nuestros medios. Uno de mis sacerdotes imparte cursos de alto nivel de forma gratuita para ayudar a aquellos que desean ingresar al seminario. La educación es de suma importancia, ya que, al final, es lo que determina la presencia de seminaristas, líderes comunitarios y profesionales en nuestra sociedad, sin olvidar a los catequistas. Estos últimos son fundamentales para mantener viva la llama de la fe en nuestros pueblos.
La cuestión de la educación de las jóvenes nos preocupa especialmente. He visto en algunos pueblos a niñas de once años embarazadas, víctimas de violaciones por parte de jóvenes armados. Debido a eso, no tenían la menor oportunidad de estudiar. Esto me indignó. Así que me confié en la Providencia.
En mis sermones, hablé de esta catástrofe y pregunté si había personas que pudieran ayudarme a sacar a las jóvenes de esas situaciones. Y fui escuchado. Un donante camerunés nos ayudó con todo, desde los estudios hasta el alojamiento. Treinta jóvenes fueron enviadas a Camerún. Ninguna nos ha decepcionado. Tenemos estudiantes de medicina, ingenieras… ¡Están a la altura!
ACN ha financiado 175 proyectos en la República Centroafricana durante los últimos cinco años en nueve diócesis diferentes, incluyendo casi 40 proyectos en la diócesis de Bangui. Durante el año 2023, ACN ha respaldado proyectos de formación, transporte y remodelación en la diócesis.