Con motivo del tercer aniversario de la encíclica de Papa Francisco sobre el cuidado de la creación ‘Laudato Si’ [«Alabado seas, mi Señor»], el Vaticano organizó a principios de julio una conferencia con el título Saving our Common Home and the Future of Life on Earth, (Salvar nuestra Casa Común y el futuro de la vida en la Tierra). En su viaje de regreso del encuentro Mons. Peter Loy Chong, Arzobispo de Suva en las Islas Fiji, visitó la sede central de la fundación pontificia Aid to the Church in Need (ACN) en Alemania.
El archipiélago de Fiji en el Pacífico Sur, es un famoso destino para submarinistas y turistas, sobre todo de Australia, Nueva Zelanda o Estados Unidos. Su capital Suva es el centro comercial y político de Fiji. Sin embargo pocos saben que este paraíso está en peligro de extinción. Maria Lozano de la fundación ACN conversó con Mons. Peter Loy Chong sobre las consecuencias del cambio climático y el sufrimiento de los fijianos.
Acaba de participar en Roma en los eventos relacionados con el tercer aniversario de la encíclica Laudato Si’ que, entre otros, trata del problema del cambio climático. ¿Por qué ha sido invitado a participar en este encuentro? ¿Esta Suva afectada por este fenómeno?
Indiscutiblemente. El nivel del agua del Océano aumenta cada año, por lo que la isla está desapareciendo. Muchos de nuestros hogares estarán bajo agua en 50 años. Eso no dicen sólo las estadísticas, eso lo vemos nosotros: Antes en nuestra isla todo el mundo trataba de construir su casa cerca del agua, era una muestra de desarrollo. La gente del mar se consideraba más civilizada que la gente proveniente de las montañas. Mi abuelo mismo construyó su casita a 50 metros de distancia del mar… El aire era bueno y era fácil pescar. Pero ahora están casi en el mar, así que actualmente ya no se puede construir ahí, sino cerca de las colinas porque el mar se está acercando peligrosamente.
Pero ¿son cambios esporádicos que solo afectan a algunos, o los impactos del cambio climático afectan a toda la isla Fiji?
No es un hecho puntual, sino al contrario. En los próximos años los habitantes de 34 aldeas costeras de Fiji se enfrentan a trastornos que les obligarán a reubicar sus hogares debido a la subida del nivel del mar. El gobierno de Fiji ha identificado esas aldeas como susceptibles de sufrir los efectos del cambio en los próximos cinco a diez años. Ya hay ejemplos de esto, por ejemplo una aldea en la provincia de Bua – la segunda isla más grande del archipiélago – que ha tenido que ser reubicada en Yadua, otra isla cercana. Y hay planes de trasladar pronto otra aldea, Tavea.
Muchas personas no creen que la situación sea tan grave, también incluso dentro de la Iglesia Católica, a pesar de todo el empeño del Santo Padre por este tema. ¿Qué les diría?
Hace poco estuve trabajando en una declaración sobre este tema con personas de varias naciones del Pacífico. En el primer borrador se proponía escribir que ‘el cambio climático afectará nuestras posibilidades, nuestras capacidades’ hablando del turismo, del desarrollo. Y ¡no es eso! Para nosotros no se trata de un peligro para el desarrollo o de que perdamos oportunidades; se trata de nuestras vidas, de nuestra sobrevivencia, nuestra comida… Es una cuestión de vida o muerte. En el borrador también se hablaba de ‘aprender a vivir en esa situación’ pero estamos hablamos de sufrimiento, de extinción. ¿Cómo puedo decirle a mi gente que tiene que “aprender a vivir con eso”?
De todas maneras sigue siendo difícil para algunos entender cuál es el papel de la Iglesia en este ámbito. ¿No es un problema más bien económico y político?
Creo que hay dos aspectos en los que la Iglesia juega un papel importante. El primero es que es un problema que afecta el núcleo de nuestra vida y nuestra fe: la creación, que es un regalo pero también una responsabilidad que Dios nos ha dado para que lo cuidemos. Y nos tenemos que preguntar si lo estamos haciendo bien, o no.
Segundo, y esto me afecta a mí como pastor mucho más directamente. ¿Cómo consolar, cómo acompañar el sufrimiento que yo veo en mi gente? Su llanto, su dolor me lleva a pensar en los salmos del antiguo testamento, y como apelaban a Dios a que escuchara el grito de su gente. Por ejemplo en el salmo 12, donde rezamos “¿Hasta cuándo, Señor, seguirás olvidándome? ¿Hasta cuándo me esconderás tu rostro?” La Fe nos lleva a transformar nuestro duelo y angustia en oración, en plegarias para que Dios escuche el llanto de mi pueblo.
Por eso, no se trata sólo de algo externo, de economía o política; se trata de respeto a Dios y a la creación y de paliar el dolor del que sufre.
Papa Francisco habla de una “conversión ecológica” ¿Cómo aplica usted este término? Puede sonar algo abstracto…
El Santo Padre habla de conversión y creo que eso afecta a todos a nivel internacional, pero también a nivel nacional. Nuestras islas están siendo devastadas, los ríos contaminados, los árboles talados… La consecuencia es que la pesca desaparece de nuestras orillas, ahora los peces se alejan varios kilómetros y eso a su vez repercute en el modus vivendi de la población humilde, pues se necesita una embarcación para pescar y eso cuesta dinero. Todo eso hace que las mujeres, por ejemplo, no pueden como antes dedicarse a la pesca, antes iban a la orilla y pescaban ellas mismas, ahora ya no hay pescado en esas zonas. Es decir que esa conversión también tiene que darse a nivel local. Pero, además, debe ser una conversión de los corazones. La conversión ecológica no se da aislada, la conversión también tiene que ser interior, de cada uno. Tiene que ser acercamiento a Dios, respeto a la creación, sobriedad y generosidad con todos aquellos que – aunque están muy lejos geográficamente – son hermanos y están sufriendo enormemente. Mi pueblo llora, ¿quién secará esas lagrimas?
¿Cuál fue personalmente el momento más impresionante del encuentro en Roma?
Uno de los momentos más impresionantes para mí fue cuando una chica joven, poeta, leyó una poesía sobre cómo transmitir a sus hijos lo que está pasando en su isla, ¿qué le vamos a decir a los que vienen después, qué le va a decir esa madre a su hijo en 50 años? Me impresionó porque, leyendo el poema, se afectó tanto que justo cuando comenzó un verso con la frase “mi fe…” no podía seguir, y repitió varias veces “mi fe, mi fe” para intentar continuar con el poema… pero no pudo. Yo pensé que eso era algo providencial: nosotros tenemos que acabar ese poema, tenemos que poder acabar la frase “mi fe…” ¿Cuál es la respuesta que da mi fe a esa angustia, y a ese dolor?
Oceanía, a la que pertenecen las Islas Fiji, comprende más de 7.500 islas escasamente pobladas o despobladas, distribuidas en una superficie de unos 70 millones de kilómetros cuadrados. La iglesia considera que la región con su inusual variedad de pueblos indígenas es única. La proclamación de la fe entre comunidades pequeñas, jóvenes, aisladas, cultural y lingüísticamente diversas es una tarea ardua y enriquecedora. La fundación papal Ayuda a la Iglesia Necesitada ha apoyado proyectos en Oceanía por más de cinco millones de euros en los últimos diez años.