Burkina Faso: En el norte, una fe que resiste a la par de un silencio internacional clamoroso
La Iglesia del norte de Burkina Faso lamenta que la crisis terrorista que está sufriendo reciba tan poca atención mediática, pese a que las necesidades de los desplazados sean enormes y las comunidades cristianas estén demostrando una gran capacidad de resiliencia. En su visita a la sede internacional de Aid to the Church in Need (ACN) en Königstein, Alemania, Mons. Théophile Naré y Mons. Justin Kientega han dado testimonio de la situación en sus diócesis de Kaya, Dori y Ouahigouya.

Por décimo año consecutivo, las misas de Navidad en territorio burkinés se celebrarán antes del anochecer. “Las misas comenzarán temprano para evitar los desplazamientos nocturnos”, explica Mons. Naré, obispo de Kaya y administrador apostólico de la diócesis de Dori. La prudencia también será la norma en la diócesis de Ouahigouya. Desde el foro Pastoral y Seguridad de 2021, los fieles, los scouts, los Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP) y las fuerzas de seguridad cooperan en las grandes fiestas religiosas.
A pesar del miedo, la fe sigue viva. “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, recuerda Mons. Naré, citando a Tertuliano. «La palabra clave es “resiliencia”: perseverar en la oración, el bien y la esperanza», añade. El jubileo de los 125 años de evangelización, celebrado en marzo en el santuario mariano de Yagma con dos millones de fieles, es prueba de ello. “Si el enemigo pensaba sofocar el cristianismo, ha sido en vano: la fe cristiana se extiende por África”, destaca el obispo. En Koumi, en el oeste del país, el seminario mayor está lleno a rebosar, a pesar de que los sacerdotes del país sean blanco de los terroristas: una paradoja llamativa.

En la pastoral penitenciaria se observa la misma dinámica. Mons. Kientega celebra la misa con regularidad en la capellanía de la prisión civil de Ouhigouya, donde durante las misas y las visitas a los reclusos se reúnen cristianos, musulmanes y protestantes. ACN acaba de aprobar el proyecto de acondicionamiento de la capilla de la prisión, lo cual alegra profundamente a Mons. Kientega, quien señala que “esta presencia pastoral da lugar a numerosas conversiones”.
Las tres diócesis mencionadas, situadas en el norte del país, están repletas de historias de valentía. En este mes de agosto, en Pibaoré, las mujeres de la parroquia formaron un escudo humano para proteger a su párroco cuando este fue blanco de un ataque en plena misa. El obispo de Kaya subraya que “este acto heroico nunca ha salido en los medios de comunicación, pese a ser un importante símbolo de fe y solidaridad”. Erigida poco antes del ataque, en plena crisis humanitaria y de seguridad, esta parroquia se considera hoy un “parto muerto”: la población ha huido y su párroco reside ahora en Kaya.
El norte de Burkina Faso sigue siendo una de las regiones más afectadas del país, aunque hay signos de mejora. “Que yo sepa, no ha habido secuestros recientes en mis dos diócesis, pero numerosos ataques han causado decenas de muertos, aunque resulte difícil obtener cifras fiables”, precisa Mons. Naré. En la diócesis de Dori solo quedan abiertas dos parroquias, las de Dori y Gorom, pero el obispo solo puede visitarlas con escolta militar o en helicóptero. En la diócesis de Ouahigouya, la parroquia de Thiou, cerca de la frontera con Malí, está cerrada. “En general, la violencia no está aumentando, pero la situación sigue siendo difícil en los pueblos, cuyas comunidades cristianas se han desplazado en gran parte a las ciudades, donde hay más seguridad”, explica. En Kongoussi, la ciudad de su diócesis, y en Kaya, la población se ha triplicado en diez años.

Sin embargo, la comunidad internacional parece ignorar esta crisis. “O la conoce y no reacciona o no actúa porque no sabe de ella”, deplora Mons. Naré. Las diócesis carecen de medios para documentar los ataques, recordar la urgencia de la ayuda internacional o transmitir los testimonios. Ni siquiera el jubileo celebrado en Yagma, pese a su importancia histórica, ha sido cubierto por los medios de comunicación. Para remediarlo, dos sacerdotes de Kaya recibirán en el extranjero formación en Comunicación con el apoyo de ACN.
Sobre el terreno, la Iglesia se esfuerza por “responder a las necesidades básicas: alimentación, refugio y atención sanitaria. Se trata de sobrevivir”, resume Mons. Naré. Las necesidades son inmensas. Los campamentos están saturados y las familias que acogen a los desplazados ya no tienen sitio. Los desplazados suelen llegar heridos, enfermos y traumatizados y acuden en busca de ayuda a los hospitales, las misiones, los párrocos o directamente al obispado. La escolarización de los niños desplazados, el apoyo a los catequistas y seminaristas, así como el acompañamiento psicológico también son cruciales. Un sacerdote de la diócesis de Ouahigouya, formado en Kenia gracias a ACN, acompañaba antes a las personas que sufren traumas. En la actualidad, prosiguen su labor unos laicos. “ACN tiene en cuenta todas las dimensiones de la persona humana. No podemos sino felicitar y animar a los benefactores a perseverar”, elogia Mons. Kientega.

Por último, las Hermanas de Notre-Dame-du-Lac-Bam, un instituto de derecho diocesano bajo la supervisión canónica de Mons. Kientega se beneficiará en 2026, con el apoyo de la fundación pontificia, de una casa de acogida en Uagadugú. Esta podrá albergar a unas treinta religiosas que han perdido varios lugares de apostolado en las aldeas aisladas de las diócesis de Kaya y Ouahigouya, que eran el corazón de su misión.