En Rusia, ortodoxos y católicos están desarrollando conjuntamente iniciativas pro vida. De este modo, ponen en práctica la fe común en programas concretos, con lo que siguen el llamamiento hecho por los líderes religiosos. La Fundación Pontificia Internacional «Aid to the Church in Need» (ACN) fomenta esta colaboración.
Una entrevista con el director del departamento de proyectos de ACN para Rusia, Peter Humeniuk por Eva-Maria Kolmann.
A finales de enero, el departamento de Relaciones Exteriores en el Patriarcado de Moscúorganizó un seminario internacional en el que la Iglesia ortodoxa y la católica trataron conjuntamente el tema del aborto. Usted también estuvo presente, en calidad de representante de ACN. ¿De qué se habló?
Peter Humeniuk: las dos Iglesias comparten la preocupación ardiente por la muerte de millones de niños no nacidos. Cuando el Papa Francisco y el Patriarca Cirilo de Moscú se reunieron en La Habana, hace ahora un año, una de las principales cuestiones que se recogieron en la declaración conjunta, además de la paz en Próximo Oriente y de la creciente persecución contra los cristianos, fue la protección del no nacido. El seminario que se ha celebrado en Moscú es, por tanto, una consecuencia directa de este histórico encuentro, pues el documento resultante no ha de quedar en mero papel, sino que es una guía para el futuro. Ha de traducirse en la vida concreta de la Iglesia y dar frutos. En realidad, en el seminario se trataba de una única cosa: salvar la vida de los niños no nacidos.
¿Y cómo podemos imaginárnoslo concretamente?
PH: En la cuestión pro vida existe total unanimidad entre las dos grandes Iglesias, también desde el punto de vista teológico. Por tanto, es muy sencillo dar pasos comunes siguiendo el espíritu del ecumenismo. En el seminario se trataba de analizar la situación, pero sobre todo de encontrar soluciones. El seminario fue una plataforma para el encuentro personal y para un intercambio intenso y constructivo de experiencias. La Iglesia católica viene recogiendo, desde hace años y en muchos países, ricas experiencias en el campo de la protección del no nacido. Entre los ponentes invitados se encontraba, por ejemplo, un grupo católico de Milán que ofrece asesoramiento a las mujeres embarazadas y que, desde que existe, ha salvado la vida de casi 20.000 niños. La Iglesia ortodoxa en Rusia desea beneficiarse de esas experiencias; sin embargo, también ella ha creado recientemente numerosas iniciativas en sus eparquías (= diócesis), a fin de ayudar a muchachas y mujeres jóvenes que se encuentran en situaciones conflictivas a que digan «sí» a su hijo. Las actividades en las que se reflexionó y pensó conjuntamente se ilustraron plásticamente con ejemplos de casos en los que se representaba cómo puede ser un caso concreto de asesoramiento a una embarazada que sufre necesidad. A este vivo intercambio de experiencias se vinieron a añadir, por tanto, momentos llenos de emoción y afectividad. Era muy bonito ver con qué rapidez surgen amistades cuando se trabaja con un objetivo común.
¿Por qué es tan importante para la Iglesia en Rusia este tema, precisamente ahora?
PH: Desgraciadamente, en Rusia el aborto está muy extendido. Se trata de una consecuencia de la era soviética, cuando para muchas personas el aborto era, en cierto modo, una forma «normal» de planificación familiar. Lamentablemente, esta mentalidad está muy afianzada en muchas cabezas. Por supuesto que la Iglesia ortodoxa se ha opuesto, desde siempre, al aborto, al igual que su Iglesia hermana, la católica; pero crece la conciencia de que hay que poner en práctica hechos e iniciativas concretas para ayudar a las mujeres. En general, en la población rusa está naciendo una conciencia de esta problemática, pues la evolución demográfica en Rusia —y, dicho sea de paso, también en occidente— hace que muchas personas sufran un sobresalto y comiencen a reflexionar.
¿Por qué ha participado en la actividad también un representante de ACN, usted concretamente?
PH: Nuestra Fundación promueve iniciativas que tratan tales cuestiones. ACN está implicada en el diálogo con la Iglesia ortodoxa rusa desde hace un cuarto de siglo: el propio Papa San Juan Pablo II le dio ese encargo a nuestro fundador Werenfried van Straaten en 1992. Este deseo se remontaba al hecho de que la Iglesia ortodoxa en Rusia tuvo que hacer sacrificios inauditos durante la época soviética. Tras el cambio político, la Iglesia ortodoxa tuvo que comenzar prácticamente de cero; dio así comienzo el momento en que tras el «ecumenismo del martirio» —vivido con toda naturalidad por cristianos de las diferentes confesiones en los campos de concentración y en las prisiones soviéticas— había de comenzar un «ecumenismo de solidaridad» en todos los niveles.
No debemos olvidar que el Concilio Vaticano II denomina a la Iglesia ortodoxa «Iglesia hermana». Nuestra Fundación apoyó a la Iglesia ortodoxa clandestina durante la época soviética. Tras el cambio político se pudieron dar por fin los primeros pasos comunes para —tras un cisma de mil años— dar la mano a la Iglesia hermana con hechos de caridad y, por último, también iniciar nuevas vías con actividades comunes.
¿Cómo ve el papel de ACN en el futuro?
ACN tiene el privilegio de continuar desempeñando ese papel, por así decir, de «puente». La confianza se ha creado a lo largo de una cooperación de decenios.
El histórico encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú, el pasado año, es el momento más destacado hasta el momento del camino común de las dos Iglesias; pero no será un punto final, sino todo lo contrario: el comienzo de una nueva etapa.
Nos alegra que, como consecuencia y continuación de este encuentro, colaboraremos con la Iglesia ortodoxa en Rusia especialmente en dos campos: el compromiso por los cristianos que sufren y son perseguidos en el Próximo Oriente, especialmente en Siria, y en el campo de la familia, del que forma parte también la protección del no nato. Se trata de cuestiones de gran repercusión para el futuro, que preocupaban mucho a nuestro fundador. Es decir, aquí podemos combinar varios elementos de nuestra labor para ponerlos al servicio de un ecumenismo vivido. Cuando intentamos encontrar conjuntamente, en el espíritu del Evangelio, respuestas y soluciones para las cuestiones candentes del presente, y para ello nos reunimos en la misma mesa, el ecumenismo comienza casi por sí mismo. Para nosotros, esta experiencia es un acicate para continuar este camino.