Tres Padres de la congregación del Inmaculado Corazón de María tienen a su cargo la parroquia del Calvario en Cobán. La iglesia parroquial se encuentra cerca del centro de la ciudad, pero la parroquia se extiende por un territorio montañoso gigantesco de 2.000 kilómetros cuadrados. Los sacerdotes se ocupan de un total de 117 comunidades de creyentes, y los retos son grandes: las distancias son largas, muchas carreteras son malas, el norte del territorio sufre inseguridad debido al tráfico de drogas y al crimen organizado, y tres cuartas partes de los habitantes vive en una profunda pobreza. La mayoría de la población pertenece a la etnia indígena de los kekchí (también q’eqchi). Hasta los años sesenta y setenta no había una carretera que condujera a esta zona, y hasta hoy, los kekchí están marginados socialmente.
En la guerra civil entre 1968 y 1996, muchas familias se vieron afectadas por los secuestros y las torturas o perdieron a familiares, y muchos niños se convirtieron en huérfanos. “Las heridas de esos tiempos todavía no han cicatrizado”, asegura el párroco, P. Charitable Derisseau, él mismo procedente de Haití. “Las viudas, los huérfanos y los supervivientes del conflicto siguen viviendo en nuestra parroquia”. El P. Derisseau abandonó su país –el más pobre del hemisferio occidental– para dedicar su vida a los pobres de Guatemala. Así, en el seno de la Iglesia, los necesitados se ayudan mutuamente de una forma que impresiona.
La Iglesia Católica se preocupa de forma especial de los kekchí. “Son la mayoría en nuestra parroquia, son muy pobres y están marginados”, nos informa el párroco. Algunos lugares solo son accesibles a pie: en tal caso, los sacerdotes tienen que avanzar por caminos llenos de barro para llegar a la meta. “Normalmente visitamos a diez comunidades en cinco días. A veces tenemos que marchar durante horas a pie para desplazarnos de un pueblo a otro. Resulta muy cansado avanzar por el barro, pero en todos los lugares nos reciben festivamente”, dice el párroco. Los creyentes se alegran cuando los visita un sacerdote que les administra los sacramentos y que los apoya con consejos y acciones concretas. Pero también hay muchos lugares a los que se accede por pistas llenas de barro y baches, y por las que se podría avanzar con un todoterreno.