Por Eva-Maria Kolmann
En 1986 se promulgó en Pakistán la llamada ley contra la blasfemia que, en principio, protege de ofensas a todas las religiones, pero que prevé castigos especialmente draconianos para la blasfemia contra el Islam: la profanación del Corán es castigada con cadena perpetua y el insulto al profeta Mahoma, con la pena de muerte. Una simple sospecha o una afirmación bastan para encarcelar a una persona, y la carga probatoria la soporta el acusado, que es el que debe demostrar su inocencia. Además, el acusador nunca repetirá lo que el acusado ha dicho presuntamente contra el Corán o el Islam, porque entonces también sería culpable de blasfemia. Esto dificulta el recibimiento a prueba aún más.
Asimismo, en la práctica no se diferencia entre un acto deliberado y un acto involuntario. Si un niño o una persona analfabeta tira un periódico viejo en el que está impreso un versículo del Corán, o si un discapacitado mental afirma que es el profeta Mahoma, estos actos se abordan del mismo modo que si alguien insulta deliberadamente el Corán o al Profeta. En muchos casos, las acusaciones son totalmente inventadas.
De momento no se ha ejecutado ninguna pena de muerte, pero incluso cuando el acusado es puesto en libertad tras un largo juicio, este no está a salvo, porque en muchos casos hay extremistas que se toman la justicia por su mano y que lo asesinan. Entre 1986 y 2010 fueron linchadas 34 personas, y la mitad de ellas no eran musulmanas. Un sacerdote nos explica: “En cuanto se acusa a alguien de blasfemia, la gente monta en cólera. Es como en la Edad Media, y los extremistas afirman que todo acusado es automáticamente culpable”. También los jueces corren peligro de muerte. “Cuando un juez llega a la conclusión de que un acusado es inocente, esto significa automáticamente que el acusador ha mentido. Evidentemente, este asegurará que el juez es un mal musulmán”. Los jueces reciben amenazas y algunos son asesinados. El sacerdote señala que es muy improbable que deroguen la ley, porque se trata de un asunto “altamente emocional”.
A menudo, la presión del extranjero resulta incluso contraproducente: cuando los extremistas temen quedar en evidencia, intentan presionar para que el acusado reciba la mayor pena posible. Cuando el 10 de enero de 2011, con ocasión de la recepción de Año Nuevo del cuerpo diplomático, Benedicto XVI se pronunció claramente a favor de la derogación de la ley contra la blasfemia, los islamistas reaccionaron muy ofendidos. “En tales casos, se proponen defender aún más el honor del Islam y del Profeta”.