La fundación Aid to the Church in Need (ACN) acaba de aprobar una ayuda extraordinaria para las religiosas de todas las congregaciones femeninas de rito latino que están llevando a cabo su labor caritativa y de acogida en la archidiócesis de Lviv, entre otras las benedictinas de Solonka que abrieron las puertas de su clausura a los refugiados.
Las benedictinas contemplativas del monasterio de Solonka en Ucrania, cerca de Leópolis (Lviv), acostumbradas hasta ahora al silencio y la soledad exterior han abierto las puertas de su convento y su claustro para recibir a las personas afectadas por la guerra. Desde finales de febrero de 2022 han acogido a cientos de familias necesitadas.
“En las primeras semanas de la guerra, hubo un gran movimiento en nuestro monasterio. Personas de diferentes ciudades de Ucrania, Kharkiv, Zaporizhia, Kyiv, Boryspil, Irpin, Zhytomyr, Chernobyl, Odessa, Horlivka, Slovyansk, Donetsk, Luhansk, venían al monasterio. Eran mujeres con hijos que hacían escala, acompañados de sus maridos que ayudaban a sus familias a salir al extranjero y regresaban a defender la patria”, explica sor Klara, una de las religiosas.
Hasta la fecha, calculan que han pasado por el monasterio más de 500 personas. “En estos momentos, el monasterio en su mayoría acoge a los que no tienen la intención de ir al extranjero, entre ellos hay quienes no tienen adónde volver. Ahora tenemos 75 personas, incluidas las hermanas de nuestra comunidad Zhytomyr”, cuenta la religiosa.
Efectivamente, las religiosas benedictinas del convento de la ciudad de Zhytomyr tuvieron que ser evacuadas finalmente de su convento, después de estar durante días durmiendo en los refugios aéreos de los sótanos de la catedral, ante el peligro de ver su monasterio bombardeado.
Para ayudar a las personas a superar estos difíciles y traumáticos momentos, las religiosas involucran a todos en las tareas y el servicio mutuo: limpieza del monasterio, trabajo en la cocina y el refectorio. Tienen 20 niños, así que una de las habitaciones ha sido reformada como sala de juegos.
Una de las familias alojadas en Solonka es la de Roman y Anna, que tienen un bebé de un mes y otro niño de siete años. Son de Kharkiv y aguantaron allí diez u once días después de que comenzó la guerra, pero luego la situación empeoró y decidieron irse. Ya habían hecho las maletas que estaban en el pasillo cuando un misil golpeó la casa. “La casa comenzó a arder, todos los cristales de las ventanas volaron”, cuenta Roman a la fundación ACN. Pensaron que no iban a poder salir porque la vivienda se llenó de humo negro. El misil había golpeado también la casa de los vecinos, causándoles más daños. En la calle, todos corrían sin rumbo para alejarse lo más posible de la casa, ya que había riesgo de fugas de gas. Tomaron a los niños y el equipaje y echaron a andar. Finalmente, pararon un automóvil que los llevó a casa de la madre de un amigo. “Pero allí también había bombardeos, sobre todo de noche, fue terrible. No podíamos dormir por la noche y los niños estaban nerviosos”, recuerda Roman.
Decidieron ir a Leopolis (Lviv) en el tren que transportaba refugiados. Cuando llegaron a Leópolis, se dieron cuenta de que lo que habían leído en internet era cierto: la ciudad estaba superpoblada y no había alojamiento disponible. Anna encontró sitio en el suelo de una habitación para madres e hijos, pero eso no era lo que ella quería porque el bebé era muy pequeño. Estaban frustrados e iban de un lugar a otro, pero nadie podía decirles nada. Se sentaron en un banco con los nervios destrozados. El bebé tenía frío y no sabían con qué arroparlo. Entonces, se les acercó una monja y les preguntó: “¿Tienen alojamiento? ¿Alguien les está esperando?” Ellos respondieron: “¡No, estamos desesperados!”. La hermana sugirió que fueran al convento. Les dieron una habitación limpia, comida, ropa y leche en polvo para el bebé. Anna no cabía en sí de la alegría: “Estaremos agradecidos y recordaremos ese momento toda nuestra vida”. Después supieron que sor Hieronima, la religiosa que les había ofrecido ayuda, no tenía pensado ir a la estación de tren ese día, pero sintió que debía ir a ver si alguien necesitaba ayuda. Así que Anna dice convencida: “Me parece que fue la providencia. ¡Una señal de Dios!” Y Roman concuerda: “¡El Señor nos ha salvado!”
Las hermanas han salido de la clausura y del silencio pero están convencidas que es lo que les pide Dios en estos momentos: “Así es como nuestra comunidad de hermanas y hermanos lee los signos de los tiempos, así es como se ve nuestro ministerio ahora”.
Su ministerio de acogida desinteresada está acercando a muchos a Dios: “La mayoría de los refugiados no son creyentes, pero a veces acuden a rezar”, explica sor Klara. “Durante la fiesta de la Anunciación, se llevó a cabo en nuestra iglesia la boda de una pareja de ancianos de Zhytomyr. Otra joven pareja de Kharkiv se está preparando para recibir los sacramentos de la reconciliación y el matrimonio, así como el bautismo de su hijo. Varias personas se confesaron por primera vez”.
Y concluye dejando claro que, a pesar del trabajo y la dedicación, su tiempo de oración sigue siendo el pilar de su vida: “Por lo demás, continuamos el ritmo de nuestra vida en oración común en la liturgia de las horas. Tenemos horas adicionales de adoración a la sagrada eucaristía. ¡Que el Señor sea glorificado en todas las cosas!“