Teresito Soganub fue secuestrado por extremistas islamistas, como rehén, durante casi cuatro meses, en la ciudad filipina de Marawi. Ni el cautiverio ni la certeza de la muerte consiguieron aminorar su compromiso por la coexistencia pacífica de las religiones. Dos años después lo ha explicado durante una entrevista con la fundación Aid to the Church in Need (ACN) realizada por Mark von Riedemann.
Sucedió en la tarde del 23 de mayo de 2017. La comunidad católica estaba reunida en la catedral «María Auxiliadora» para rezar por la fiesta de su patrona, que se celebraba al día siguiente. Los fieles oyeron de repente disparos en la ciudad. En Marawi, como parte de la Región Autónoma Musulmana de Mindanao —con su población predominantemente musulmana y sometida a una legislación modificada de la sharia— las tensiones estaban a la orden del día, pero los disparos eran algo inusual, según recuerda el padre Teresito Soganub, vicario general de la Prelatura Territorial de Marawi.
Para él y otros cinco feligreses este día de mayo se convertiría en un punto de inflexión para el resto de sus vidas. Ese día, los rebeldes del grupo Maute, cercano al ISIS, conquistaron su ciudad natal y tomaron como rehenes a ellos y a más de 100 habitantes de la localidad para hacer presión a las tropas del gobierno. Más de 800 personas perdieron la vida durante los siguientes cinco meses, y cientos de miles de personas abandonaron la ciudad. Soganub no pudo ser liberado hasta 116 días más tarde, el 17 de septiembre. La encarnizada batalla por la ciudad de Marawi no terminó hasta el 23 de octubre de 2017.
«Sobre las seis de la tarde quemaron la comisaría y la prisión; pero no vinieron los bomberos», recuerda el padre Teresito. Poco después la escuela cercana también se incendió. Cuando se abrieron las puertas de la catedral hacia las 19 horas, al principio el sacerdote pensó que era el ejército o la policía, que venían a ponerlos a salvo. Pero no era así. A través de un megáfono una persona daba instrucciones en inglés y les pedía que cooperaran si querían permanecer ileso, era parte de un grupo de hombres equipados con armas de gran calibre: algunos de uniforme, otros de civil. No iban enmascarados, pero estaban armados hasta los dientes. El sacerdote y los otros rehenes pasaron las siguientes horas en un furgón, de un refugio a otro, evitando los contraataques del ejército filipino. «Nos pidieron que nos pusiéramos en contacto con el gobierno y les pidiéramos que cesaran en sus ataques contra los rebeldes» describe Soganub esas horas traumáticas. «Uno detrás de otro, llamé a todos – entre otros al obispo Mons. Edwin de la Peña y también a mi predecesor como Vicario General – para que transmitieran el mensaje de nuestros secuestradores al Presidente Duarte: Retiren las tropas gubernamentales de la ciudad; de lo contrario, matarán a los rehenes. Uno por uno».
El gobierno se mantuvo inamovible. No obstante, el padre Soganub permaneció vivo. Durante los días siguientes, el refugio de los rebeldes cambió casi a diario. Y en cada nueva casa se unían más rehenes al grupo. En el mes de junio el grupo Maute se instaló en las inmediaciones de una mezquita. Mientras tanto, el número de rehenes ya había aumentado hasta más de 120 personas, entre ellas también mujeres y niños. Sin embargo, la mayoría de los secuestrados eran jóvenes que en las semanas siguientes fueron obligados a apoyar a los rebeldes en su lucha por la ciudad contra el ejército. Los rehenes vivían temiendo constantemente que les llegara la muerte: ya fuera por las armas del grupo Maute o por el bombardeo de las tropas del gobierno.
Después de varias semanas de lucha, justo el día antes de su liberación, el número de los secuestradores era claramente inferior al de las tropas del gobierno, según recuerda el padre Soganub. «Por la noche se apreciaba un gran cansancio; por las luces pudimos ver que estábamos rodeados. Le dije a Dios y me dije a mí mismo: tengo que intentarlo ahora. Que Dios me ayude». Se produjo un pequeño milagro: no hubo disparos durante catorce minutos. El sacerdote y otro rehén escaparon el 17 de septiembre de 2017.
A pesar de las experiencias traumáticas del cautiverio, Padre Teresito irradia paz y esperanza. «Nadie quiere tener una experiencia así – dice – yo viví esos meses siempre pensando que moriría». Pero también fueron 116 días de oración continua. «Viví mis propias lamentaciones. Grité: ¿Por qué yo, Señor? ¿Por qué has permitido esta situación?» Hubo muchos gritos de lamento, pero también de acción de gracias. «Esperaba mi muerte; no podía entender cómo era posible que estuviera sobreviviendo los continuos combates». Comenta que no es un hombre fuerte, pero que ha aprendido que podía ser fuerte, con Dios, en la fe. Que podía «escuchar el grito de mi corazón y seguir diciendo: ¡Sé que estás aquí! Eso me enseñó humildad y reverencia. Incluso en una situación así». Fue una ocasión para aprender a rezar de nuevo, dice el sacerdote con mayor antigüedad de Marawi.
Una lección no solo para él y para los demás rehenes, sino para toda la Iglesia filipina. «En todas las oraciones, durante la Misa, toda la Iglesia filipina nos encomendaba. También grupos evangélicos e incluso musulmanes se acercaban a mi familia y decían: «Somos protestantes, somos musulmanes, pero rezamos para que vuestro hermano esté sano y salvo». Este apoyo espiritual emociona especialmente al padre Sogano, entre cuyas tareas se encuentra el diálogo interreligioso en la Prelatura, ya desde antes de que fuera tomado como rehén. «Dios me utilizó para guiar a otros hacia la oración. La fe es lo que constituye la Iglesia, no las circunstancias».
Una frase que queda en el recuerdo sobre todo si se tiene en cuenta que la destrucción de la catedral de Marawi fue de tal magnitud que no se pudo salvar el edificio. En medio de las ruinas de su lugar de trabajo sacerdotal, el padre Sogano está convencido: «debemos continuar codo con codo en el intercambio interreligioso, como musulmanes y como cristianos. Así podremos plantar la semilla de la paz dentro de nosotros mismos y trabajar juntos por la paz, como religiones de paz».
Información:
Filipinas es un país predominantemente católico, mientras que la isla de Mindanao, en la que se encuentra la ciudad de Marawi, es la zona de asentamiento de la minoría musulmana. Los musulmanes de Mindanao luchan desde hace muchas décadas para conseguir una amplia autonomía. Marawi es la sede de una Prelatura territorial a la que pertenecen unos 35.000 católicos.
Apoyo de ACN:
Decenas de miles de habitantes huyeron de la ciudad, y la mayoría de ellos todavía vive en tiendas de campaña o con parientes. ACN ya proporcionó ayuda de emergencia a los desplazados durante el conflicto, mientras que ahora de lo que se trata sobre todo es de acompañar a las personas traumatizadas. Para este fin, ACN apoya un proyecto diocesano que proporciona asistencia a 200 hombres, mujeres y niños que han estado presos durante meses y que han padecido sufrimientos físicos y mentales. Entre estas personas hay también mujeres y algunas niñas muy jóvenes que han sido víctimas de violaciones. Tanto cristianos como musulmanes son atendidos por igual. Gracias a la ayuda de nuestros benefactores, apoyamos este proyecto con 15.000 euros.
Otra iniciativa de la Iglesia local es el proyecto Youth for Peace (Jóvenes por la Paz): 184 estudiantes cristianos y musulmanes visitan campos de desplazados en los que siguen viviendo decenas de miles de personas que han huido de la ciudad. Los estudiantes ayudan a los desplazados independientemente de su religión, con el fin de dar testimonio de que la coexistencia pacífica es posible incluso después de los terribles acontecimientos de 2017. Para el Obispo local de Marawi, Mons. Edwin de la Peña, el diálogo y la reconstrucción de la convivencia pacífica entre cristianos y musulmanes es una prioridad. ACN ayuda este proyecto con 60.000 euros.