Nunca antes, los Juegos Olímpicos de invierno habían estado bajo una dependencia tan grande de la política actual como los recién celebrados en Pieongchang. María Lozano ha hablado Johannes Klausa, Director de la oficina de Aid to the Church in Need de Corea del Sur en Seúl, sobre el frágil acercamiento entre Corea del Sur y del Norte y sobre la situación de los cristianos.
Los Juegos Olímpicos acaban de terminar. Algunos han calificado Pieongchang como una muestra histórica de unidad. ¿Qué resumen hace usted?
A pesar de todas las tensiones y problemas sin resolver, el espíritu olímpico ha unido un poco – y por un momento – a la Corea dividida. En la ceremonia de inauguración desfilaron deportistas del norte y del sur bajo la misma bandera. Incluso participó un equipo femenino pancoreano de hockey sobre hielo, formado poco antes. Si bien deportivamente brilló más bien poco —recibió 28 goles en contra en cinco partidos—, conquistó los titulares a nivel internacional: que se hubiera podido formar ese equipo el fue un gran éxito. Poco antes, se esperaba con ocasión de los Juegos Olímpicos de Piongyang más bien bombas que deportistas.
¿Cree que este acercamiento será duradero?
Habrá que ver si el acercamiento entre las dos Coreas observado en el campo de deportes durará después de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos. Al menos, durante la inauguración no solo se dieron la mano —lo que tuvo un gran eco— el Presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, y la hermana del dictador norcoreano Kim Yo Jong, sino que asimismo hubo un apretón de manos —no menos notable— entre el Presidente surcoreano y el Presidente nominal de Corea del Norte, Kim Young Nam. Ahora bien, todo eso se produjo bajo la mirada escéptica del Vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, que evitó en la medida de lo posible asistir a tales muestras de reconciliación. También esto es notable y un motivo de preocupación de que «este frágil inicio de un diálogo intercoreano», como denominó recientemente ese precavido acercamiento Hartmut Koschyk, experto en Corea, pueda ser «pisoteado» incluso antes de comenzar una auténtica primavera coreana.
¿Qué quiere decir con eso? ¿Piensa que pronto puedan producirse de nuevo maniobras militares y pruebas con misiles?
Desgraciadamente no puede excluirse que ese intermedio público de un romance olímpico entre las dos Coreas pueda finalizar rápidamente. Es dudoso que, a corto plazo, vaya a producirse un diálogo digno de tomarse en serio y quizá incluso conversaciones directas entre Estados Unidos y Corea del Norte. Desgraciadamente no pueden obviarse los argumentos de los que se muestran favorables a actuar con dureza frente al norte. Sin embargo, si se quiere seriamente conseguir una solución duradera y un auténtico cambio de la situación en la península coreana, todos los caminos pasan —en mi opinión— por el diálogo, la creación de confianza mutua y la firma de un tratado de paz. Así finalizaría también formalmente la Guerra de Corea, pues hasta ahora solo ha habido un armisticio. Una solución militar habría de rechazarse, ya solo por el número de víctimas que serían de esperan tanto en Corea del Norte como del Sur; no debe ser una opción a tomar en serio. Además, espero que al menos se mantengan abiertos los canales intracoreanos de comunicación que se han activado de nuevo ahora, una vez que se haya apagado el fuego olímpico y quizá que, entre bastidores, se sienten con éxito las bases para un futuro mejor. En este caso, los Juegos Olímpicos habrían ofrecido realmente una salida —que se necesita con urgencia— de una situación que se hallaba en un punto muerto.
¿En su opinión, qué ha llegado hasta la población norcoreana de todo lo acaecido en las últimas semanas en Pieongchang?
Desde aquí es muy difícil de dilucidar si se han enterado de algo y, en caso positivo, de cuánto. Del mismo modo, hay que tener mucho cuidado, en general, con afirmaciones sobre la situación actual en Corea del Norte.
Aunque la información sea muy escasa, sí sabemos que en el pasado han sufrido cosas horribles no solo personas de ideas diferentes a las oficiales, sino también cristianos. ¿Qué puede decir sobre la situación de los cristianos en ese país?
Que a comienzos de los años cincuenta el régimen norcoreano cometió crímenes horrendos contra cristianos, por ejemplo los mártires de Tokwon, es algo suficientemente probado. Pienso que todos nosotros conocemos también historias desgarradoras de norcoreanos que han logrado huir y los informes y rankings sobre persecuciones de cristianos que elaboran prestigiosas ONGs. Pero lo que pudiera suceder actualmente en Corea del Norte es algo que no me atrevo a juzgar. Sin embargo, parto de la base de que la ideología estatal y la propaganda oficial desde hace ya tres generaciones han oprimido en gran parte la fe cristiana en el país, y la ha sustituido. Además, temo que la doctrina y el simbolismo cristianos se han convertido en algo extraño para la mayoría de los norcoreanos. Posiblemente se haya trasmitido en lo oculto, en el círculo familiar, una pequeña llama de la fe y así haya sobrevivido. Piongyang fue denominado en el pasado la Jerusalén del Este. Hoy en día solo hay ya cuatro iglesias oficiales, y sus directivos y fieles han de mostrar diariamente que son ciudadanos fieles y patriotas. De lo contrario no podrían vivir en la capital. Sin embargo, no podemos leer en sus corazones. ¿Quiénes somos nosotros para atrevernos a juzgar su fe? Por lo que sé, algunos miembros de las comunidades de Piongyang fueron bautizados antes de la división de Corea.
Usted ha estado con diferentes delegaciones de su organización, Aid to the Church in Need, también en la frontera intercoreana y en los barracones azules de «Panmunjeom», dentro de la denominada zona desmilitarizada (DMZ), donde se reúnen para negociar el sur y el norte, y donde se encuentra la frontera entre los dos países. ¿Qué sensaciones tuvo?
Para mí, es algo muy emotivo cada vez. He tenido ocasión de visitar el mismo lugar por los dos lados, guiado tanto en uno como en el otro lado, por coreanos de uniformes diferentes, pero que en muchos puntos sustanciales se parecían mucho. Los jóvenes soldados que se enfrentan día a día son hermanos que no se conocen y que han sido entrenados para odiarse mutuamente. En mis visitas en el área fronteriza, esto es algo que he podido apreciar dolorosamente.
Desde finales de 2015, La Fundación Pontificia ACN trabaja oficialmente en Corea del Sur. ¿Cómo está considerada la labor de ACN en el país? ¿A qué países prestan actualmente más su atención?
La oficina de ACN en Corea es todavía bastante reciente, pero la historia común entre la Fundación y Corea se remonta a comienzos de los años sesenta. Nuestro Fundador, el padre Werenfried van Straaten, visitó Corea del Sur en varias ocasiones cuando estaba completamente en ruinas tras la guerra. Recolectó donativos en Europa también para Corea, y estos ayudaron al país y a la Iglesia a levantarse. Eso es lo que intento recordar a los coreanos. Conocen bien la pobreza, la guerra y la persecución por su propia historia, por lo que pueden identificarse fácilmente con la Iglesia que sufre hoy en día. Además están orgullosos, con razón, del desarrollo de su país y de que han conseguido dar el salto de receptores de ayudas a benefactores. El pasado año hablé aquí sobre todo de mis impresiones personales sobre los proyectos de ACN en Irak, Líbano, Pakistán y Nigeria. A estos países, pero naturalmente también a la insoportable situación en Siria, nos referimos desde aquí muchas veces. En esta cuaresma miramos muy especialmente a India. El Santo Padre ha encargado a los creyentes coreanos que se ocupen en particular de sus hermanos en la fe de Asia y que sean una luz para ellos. En eso, ACN puede ayudar a Corea.