En el marco de su campaña internacional de Pascua a favor de la labor que desarrollan las religiosas, la fundación pontificia ACN ha recogido el testimonio de hermanas de diferentes países. Esta es la historia de una de ellas, Sor Vera de Kazajistán: Sor Vera Zinkowska tiene 43 años, nació en Shortandy y es de la congregación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
El padre de sor Vera era católico y creyente. En la era soviética se negó a colaborar con el KGB (el Comité para la Seguridad del Estado) así que un día, él y otros dos hombres —un luterano y un baptista— fueron citados por la KGB para declarar. Les amenazaron a ellos y a sus hijos, y poco después la hija del luterano fue hallada muerta cerca de Moscú, donde estudiaba en la universidad. También al hijo del cristiano baptista le pasó algo. La madre de Vera acababa de dar a luz a su primer hijo, era una niña. En el hospital le rompieron una pierna. Cuando fue tratada de neumonía, se le administró un grupo de sangre equivocado y finalmente la pequeña falleció. Los padres querían tener más hijos y tuvieron mellizos: Vera y su hermano, que nacieron con 15 minutos de diferencia. Su padre tenía miedo de educarlos en la fe porque temía que pudieran compartir el destino de su primera hija. Sin embargo, ambos encontraron a Dios y descubrieron una vocación: ¡Vera se hizo religiosa y su hermano sacerdote!
Vera recuerda como en 1990, después de la Perestroika, “vino por primera vez un sacerdote a nuestra ciudad. Nos invitó a asistir a Misa, que celebró en polaco y le ayudamos con el ruso. Poco a poco encontramos a Dios. Cuando tenía 15 años recibí la Sagrada Comunión por primera vez. Fue hace 28 años, en Navidad».
Cuando las Hermanas de la Inmaculada Concepción de la Virgen María fueron por primera vez a la ciudad natal de Vera para estar allí dos semanas, ella se quedó impresionada con la personalidad de las religiosas: «Era la primera vez en mi vida que estaba con religiosas y me gustó mucho. En la época soviética, los profesores nos decían que los creyentes eran personas poco formadas y muy limitadas, verdaderos analfabetos. Decían que los creyentes eran lo peor. Pero yo vi alegría en las religiosas. Desde una perspectiva puramente humana yo pensaba que debían de ser personas infelices porque no se embellecían ni tenían familia. Me impresionó que no se arreglaran para estar guapas y que no tuvieran marido ni hijos y que, a pesar de eso, parecieran felices y alegres. Fue entonces cuando pensé por primera vez en convertirme en religiosa y vivir como ellas». Vera terminó la escuela, se trasladó a Polonia para aprender este idioma e ingresó en la congregación.
«Me gustaba que parte del carisma de la congregación fuera el cuidado de los niños más pobres. Eso me atrajo. Me enteré que si ingresaba en este convento, las hermanas vendrían a Kazajistán a trabajar, y así sucedió. Mi hermano me apoyó mucho. Por aquel entonces él se encontraba ya en Polonia, en el seminario. Nuestros padres también estaban contentos, aunque al principio mi padre temía que el KGB pudiera volver a causar problemas. Al principio, sufrí una crisis y no sabía si debía quedarme en la congregación o salirme, pero mi madre me apoyó mucho para que me quedara. Es algo de lo que estoy muy agradecida. También mis amigos me apoyaron, aunque muchos de ellos no eran creyentes y les parecía incomprensible mi decisión. Así que puedo decir que nadie estaba en contra de mi vocación».
El mayor deseo de Vera era trabajar con niños. «Ya con 12 años cuando todavía no iba a la iglesia pensaba que no me casaría, sino que dedicaría mi vida a los niños abandonados. Más tarde, cuando encontré a Jesús y se me planteó la posibilidad de trasladarme a Kapshagay para ocuparme de esos niños, descubrí, por así decirlo “mi vocación en la vocación”.
Después de muchas idas y venidas, se abrió una segunda casa de la congregación en Kazajistán, pero a pesar de lo que Vera pensaba, las superioras eligieron a dos religiosas para empezar a trabajar allí. Para sor Vera esto fue una gran decepción, «rezaba interiormente por lo más importante; que los niños estén bien atendidos y que las hermanas se ocupen de ellos. ‘Acepto humildemente no ir allí; serán otras las religiosas que vayan’, pedía al Señor». Sin embargo, hubo problemas con los visados para Kazajistán; por esto, pidieron a sor Vera que fuera para estar un mes en Kapshagay. Ese mes se convirtió en diez años. «Para mí fue una señal de que Dios me quería y que había aceptado mi sacrificio. Soy muy feliz de poder trabajar aquí con los niños».
ACN ha ayudado a las Hermanas de la Inmaculada Concepción de la Virgen María de Kapshagay en varias ocasiones con la remodelación y ampliación de su casa y su capilla. Así como con ayudas para obtener visados y poder hacer sus ejercicios espirituales.