Obispo greco-católico de Donetsk: “Antes de la guerra teníamos más de 80 parroquias, pero más de la mitad las han cerrado o están ocupadas o destruidas”.

Uno de los obispos más jóvenes del mundo es el ucraniano monseñor Maksym Ryabukha, de 45 años, que tiene a su cargo la atención espiritual de uno de los territorios más delicados del mundo, la zona centro-oriental de Ucrania, en las regiones de Donetsk, Luhansk, Dnipró y Zaporiyia. No puede entrar en la mitad de su diócesis, ocupada por las fuerzas rusas; incluso su catedral está cerrada. Pero se define un “obispo sobre ruedas” porque está siempre en el coche para estar cerca de su gente. Gracias a la ayuda de la Fundación Pontificia Aid to the Church in Need (ACN), cuya sede internacional el obispo ha visitado estos días, sus sacerdotes y religiosas están recibiendo formación para ayudar a jóvenes a superar el trauma de la guerra.

Monseñor Maksym Ryabukha
Monseñor Maksym Ryabukha

¿Cuál es la situación actual del exarcado? 

Cada vez más dramática, los drones hacen que cualquier lugar sea inseguro, también para los civiles. A lo largo de la línea del frente, unos 30km de mi territorio, la gente deja sus casas por la noche por miedo a morir aplastados y se va a dormir al campo junto a los lagos. Un chico me contaba que estaba durmiendo con toda la familia cuando de repente escucharon el ruido de una bomba que se acercaba y se dieron cuenta de que podía caer encima de su casa. En pocos segundos se levantaron de la cama, salieron y poco después su edificio era solo un gran agujero. Una experiencia así te aplasta, te destruye.

¿Ustedes cómo lo viven?

Nos sentimos impotentes, pues es como si nadie viera lo que ocurre. El dolor más profundo es que se bombardean zonas civiles y el mundo guarda silencio ante esta matanza. En la práctica no se ve que el mundo dé algún paso significativo. Lo único que nos da esperanza es que Dios es más fuerte que el mal que podamos encontrar en el mundo. Miramos la vida cotidiana bajo el prisma del Paraíso porque tarde o temprano todo terminará y ese final se llama Paraíso. La única pregunta es cómo llegar allí. Cada día es una nueva ocasión para dar pasos en esa dirección y se hace lo que se puede.

¿Cómo ejerce su ministerio como obispo?

Soy un “obispo sobre ruedas”, siempre visitando parroquias para ver a la gente, entrando en sus casas, y eso me permite ver cuánta profundidad hay en la vida humana.

Antes de la invasión rusa, el exarcado tenía 80 parroquias, ahora sólo la mitad están activas
Antes de la invasión rusa, el exarcado tenía 80 parroquias, ahora sólo la mitad están activas

¿Cómo ha cambiado la eparquía con la invasión?

Antes de la guerra teníamos más de 80 parroquias y ahora contamos solo con 37 parroquias activas, pues el resto están cerradas, ocupadas o destruidas.

¿En esa zona ocupada hay actividad católica?

Por desgracia no. Las leyes del gobierno ocupante prohíben cualquier afiliación a la Iglesia católica, tanto greco-católica como latina, y es muy difícil prestar cualquier tipo de servicio allí. De mi exarcado, ya no hay sacerdotes en esos territorios; todas nuestras iglesias o han sido destruidas o están cerradas y se prohíbe acudir a ellas.

¿Cómo está la gente?

Las armas más destructivas no son las bombas que estallan, sino el sentimiento de ser olvidado, de quedarte solo, de no valer nada para nadie. De los territorios ocupados me llegan testimonios sobre la cercanía entre creyentes; a pesar de que sus vidas están en peligro, se sienten un solo cuerpo de Iglesia en todo: en el apoyo, en encuentros personales, en compartir sueños y esperanzas, en rezar juntos, aunque sea muy peligroso y no puedan hacerlo públicamente. Estas cosas les dan fuerza para seguir adelante.

¿Cuántos sacerdotes y religiosas hay en la otra zona del exarcado?

Somos dos obispos, pues también está el obispo emérito en el territorio. Y hay 53 sacerdotes y 8 religiosas distribuidos en las cuatro regiones. Hay varias parroquias con centros de familia, siete centros de Cáritas, casas religiosas y grupos parroquiales.

Usted estuvo con chicos y chicas del exarcado en el Jubileo de los Jóvenes en Roma. ¿Cómo ha sido la experiencia?

Fue conmovedor recorrer las calles de Roma y escuchar a muchos jóvenes del mundo que nos decían “Estamos con Ucrania”, “Rezamos por Ucrania”. También fue muy profundo visitar lugares de martirios de los primeros siglos, testimonio de la fe que no se derrumba ante las dificultades. Y fue una experiencia de descanso. Para nosotros es raro vivir sin escuchar explosiones de bombas, sin alarmas, poder dormir tranquilamente.

Parte de la misión del obispo es animar a sus fieles que viven cerca de la línea del frente
Parte de la misión del obispo es animar a sus fieles que viven cerca de la línea del frente

A pesar de las dificultades, ¿hay vocaciones?

Tenemos diecinueve seminaristas. Eso es admirable porque es un gran número para nosotros, ya que no somos una gran eparquía. Son chicos realmente buenos, formados en comunidades juveniles parroquiales, con una profunda experiencia de vida cristiana, jóvenes que se hacen preguntas de sentido muy profundas. Tanto los chicos como las chicas son buscadores de sentido. Son valientes ante la vida, han dado un salto extraordinario en calidad humana. Antes había una sensación generalizada de sentirse perdidos, de no saber qué hacer porque la vida era complicada. Ahora hay claridad: “Quiero asumir la responsabilidad de mi vida y quiero hacer esto”. Eso es contagioso; cuando los jóvenes hablan, se fortalecen mutuamente.

El drama psicológico de la guerra provoca que muchos chicos pierdan la capacidad de leer, escribir o hablar

¿En qué proyectos le está ayudando Aid to the Church in Need?

El drama psicológico de la guerra provoca que muchos chicos pierdan la capacidad de leer, escribir o hablar. Necesitamos especialistas que ayuden a devolver la salud mental a estos jóvenes. Tenemos que aprender cómo ayudarlos. Por eso estamos organizando formación psicológica para nuestros sacerdotes y quienes colaboran en las parroquias.

También ayudamos a madres y esposas con hijos de militares caídos en la guerra. Mucha gente lucha por regresar a la normalidad, pero hay un bloqueo interior, también en los jóvenes. Piensa que esa persona podía seguir viviendo, pero perdió la vida por la estupidez de otro.

Además, quienes viven cerca de la línea del frente no tienen acceso ni a alimentos ni a productos de higiene. Cada día nuevas personas me dicen: “No tengo nada, mi casa ha sido destruida con todo lo que tenía, denme algo”. Y entonces entra en juego el apoyo social y humanitario.

Otro desafío enorme es que en invierno bombardean las fuentes de energía y se va la electricidad. Sin luz no hay calefacción en las casas ni posibilidad de encontrar un lugar cálido y seguro. Entonces nuestras parroquias hacen todo lo posible por ofrecer un espacio seguro, un lugar donde recuperarse, con cocina y otros servicios esenciales.

Dios, a través de nuestras manos, consigue tocar y abrazar a esa gente que sufre y llevarles una sonrisa, un poco de alegría

¿Qué mensaje quiere dar a los benefactores?

Que no pueden darse cuenta de cuánto bien produce su ayuda. No es solo la ayuda que aportan, sino el cariño que hacen sentir a quien la recibe. Ninguno de quienes reciben ayuda sabe de quién procede, pero sí sienten que alguien piensa en ellos, que les quiere.

El obispo visita a las familias que viven en zonas difíciles, llevándoles alimentos y apoyo
El obispo visita a las familias que viven en zonas difíciles, llevándoles alimentos y apoyo

Una vez llevamos cajas de ayuda humanitaria a unas ancianas de Sloviansk que conocía la cocinera que nos atiende. Vivían en un noveno piso; subimos las escaleras, llamamos a la puerta y nos recibió la anciana con su marido, un hombre inmóvil, sin una pierna. Se alegraron mucho de vernos. Mientras hablábamos, les dimos la caja. Ella la abrió y era preciosa la expresión de su rostro ante alimentos que llevaba años sin ver. Decía: “¿Sabes que soñaba con comer de esto? Aquí ya no hay nada”. No era solo llevarle comida, sino que sintiera que alguien le ha querido tanto como para llevárselo a un lugar de difícil acceso.

Me gustaría que la gente que hace el bien sepa que, incluso cuando no sabemos adónde va ni qué efecto tendrá, es seguro que Dios, a través de nuestras manos, consigue tocar y abrazar a esa gente que sufre y llevarles una sonrisa, un poco de alegría, un poco de serenidad interior. Gracias.

 

Por Xavier Burgos.

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