“La Iglesia vive de la Eucaristía”: así comienza la encíclica de San Juan Pablo II sobre el más importante de los sacramentos. El Concilio Vaticano II la llama “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Lumen Gentium11). Nada funciona sin la Eucaristía, y esto no es de extrañar, pues hablamos de Dios mismo. Esta es también la vara de medir para el sacerdocio. Sin manos consagradas no hay Eucaristía, y sin sacerdotes no hay Iglesia. La crisis del coronavirus ha aislado a los sacerdotes y ha puesto a prueba a la Iglesia, a todos nosotros. Solos o en compañía de solo dos o tres personas, llevan a cabo el sacrificio de Cristo. En muchos países, el pueblo de Dios puede seguir la celebración a través de los medios de comunicación, mientras que en otros, amargamente pobres, partes del pueblo solo están unidos con el sacerdote a través del pensamiento y la oración.
En África, los creyentes suelen llevar a la Misa dominical algo más que un corazón abierto y entusiasmo por la comunión alrededor de la mesa del Señor: no es raro que lleven pescado, huevos e incluso pollos enteros para el sacerdote. Y los sacerdotes viven de ello, por ejemplo, en la Diócesis de Inongo y la Arquidiócesis de Kananga de la República Democrática del Congo. Y donde no es en especie, es el óbolo de la viuda. Todo esto falta en tiempos del coronavirus: no hay pollos ni pescado ni pan ni colectas, y por ello, los Obispos Donatien y Marcel nos piden estipendios de Misa para los 85 sacerdotes de Inongo y los 168 de Kananga: para que “sus” sacerdotes, por los que están tan preocupados, puedan sobrevivir. Pero también son nuestros sacerdotes, porque rezan por no – sotros, llevan nuestras intenciones ante Dios y también dan continuidad para nosotros a “la obra de la redención en la tierra”, como dice el patrón de los sacerdotes, el Santo Cura de Ars, Jean-Marie Vianney.
También en Venezuela, India o Ucrania, la crisis del coronavirus con sus consecuencias ha convertido la ya de por sí difícil situación de muchos sacerdotes en miseria humana. Si antes apoyaban a la gente con consejos, medicinas y comida, actualmente no saben a menudo dónde conseguir el pan de cada día. Espiritualmente, sacan fuerzas del Sacramento del Orden… y de la esperanza de que también nosotros comprendamos su servicio a toda la Iglesia, su misión universal de salvación, y que acudamos en su ayuda -y, por tanto, en la de la Iglesia- con estipendios de Misa.