MOZAMBIQUE: El perfume de nardo ¿Por qué construir una iglesia entre los más pobres de Pemba?

El padre Eduardo Roca es un misionero español que lleva a cabo su misión en Mahate, un barrio pobre en el extremo sur de la ciudad de Pemba, en el norte de Mozambique. Además de la pobreza extrema debido al terror en el norte de la región cientos de refugiados han llegado en los últimos meses a Mahate. El barrio tiene población mayoritariamente musulmana, pero la parroquia crece de manera constante, y ya cuenta con más de 2000 fieles sin una iglesia donde reunirse.  

La fundación Aid to the Church in Need (ACN) acaba de comprometerse a ayudarle a concluir la construcción del templo de san Carlos Lwanga. El padre Eduardo compartió sus sentimientos cuando recibió la carta de ACN para asegurarle apoyo:

“En medio de la tragedia, cuando solo tienes ojos para las heridas, cuando te parece que si algo no ocurre la desesperación tomará cuenta de todo, llegó la carta de la donación para la iglesia.

Alguien vio lo que debió ver el ciego del camino, el que no podía ver. Alguien detuvo sus ojos por detrás del fuego y de la tempestad, y vislumbró más allá la esperanza.

Ellos son Ayuda a la Iglesia Necesitada (Aid to the Church in Need) y eso es lo que hacen, ayudar a los cristianos que sufren alrededor del mundo… Y tienen ojos para ver más allá de las tinieblas del mal.

Si, en medio de una situación extrema y crítica, en medio del drama humanitario que seguimos viviendo, de repente recibes una noticia así, te das cuenta de la sorpresa del Dios del evangelio.

Hace años, cuando tantas teorías tomaban cuenta de mí, con indudables argumentos, yo mismo hubiera cuestionado la necesidad o incluso la verdad pastoral de construir un templo. Con muchas más razones en un contexto como este, donde la pobreza extrema, la falta de condiciones mínimas de habitación para muchos, la irrefutable prioridad de los servicios básicos inexistentes para vivir con dignidad, son claramente un desafío que sólo puede dejar de lado otras cuestionables necesidades, como puede ser una iglesia.

No puedo dejar de pensar en aquellas palabras del apóstol Judas, por el perfume de nardo caro que aquella mujer derramó en los pies de Jesús. Si algo está justificado, o incluso lo justifica todo, es dar a los pobres lo que este sistema sin escrúpulos les roba cada día. A mí esa respuesta de Jesús me duele. ¿Cómo es posible que diga eso? Que a los pobres siempre los tendremos con nosotros… ¡Cuántos habrán justificado su modo de vivir con estas palabras!… Enigmáticas, como tantas de las que dijo.

Es por la otra parte de la frase, lo de “a mí no siempre me tendréis”, lo que parece permitir entender que construyamos una iglesia y gastemos tanto en un perfume de nardo caro.

Ya suben las paredes, ya se adivina un poco lo que ella será… Paso instantes esperanzados en ella, porque la siento preñada de futuro… ¡Como si ese monte de cemento estuviese gritando, allí en su quietud, como un profeta herido a toda esta terrible realidad, que el mundo futuro es de Dios!

Cuando llegué a Mahate, la primera misión de la ciudad de Pemba, donde llegaron los primeros misioneros, y se instalaron en medio de un pueblo con ya mil años de tradición islámica, mi comunidad era un pequeño resto de pobres de Dios, y con muy poca comprensión de las cosas de Dios… La misión tenía el título de casi-parroquia, porque no llegaba a cumplir lo necesario para serlo.

Los más cercanos me pedían un templo, porque usábamos el garaje de la vieja casa de los misioneros como capilla. Pero al menos los primeros dos o tres años no necesitamos más espacio… Los domingos empezaron a llegar más cristianos porque las familias aumentaban por varios motivos. Siempre respondí lo mismo. Necesitamos piedras vivas, no muertas… Y fueron estas, las que, sin duda, el Espíritu fue llamando…

Tuve que construir un cobertizo grande para protegerlos del sol y la lluvia. Hoy llegan tantas personas que muchas se quedan fuera porque ya no hay lugar dentro… Desde hace tres años, nuestras comunidades han crecido; ya son cinco, sobre todo con la llegada los hermanos del norte, huyendo de los ataques terroristas.

Pero aun siendo esta una razón suficiente para construir la iglesia, para mí no es la principal. Quienes más me han convencido por dentro han sido los otros hermanos, los musulmanes. Hoy muchos de ellos se acercan a nuestra capilla y entran en el recinto y no tienen miedo. El miedo y el prejuicio son las peores amenazas de la paz. En estos casi diez años que llevo aquí, una de mis mayores preocupaciones ha sido la búsqueda de un espacio en el que pudiésemos encontrarnos, reconocernos y dialogar. Hoy, y más últimamente, vienen aquí los imanes, y veo con gratitud que sienten confianza en estos tiempos en los que tan fácilmente estigmatizamos.

El templo que se levanta es un testimonio del encuentro, de acogida incondicional y diálogo.

Solo esta mirada puede llevar a entender que se gaste el dinero del frasco de nardo puro, y que se entienda que los pobres seguirán entre nosotros.

Lo que ACN nos ha dado es este frasco para que el buen olor del evangelio se sienta por todo el barrio… Y muchos de cuantos oran en las siete mezquitas que nos rodean pueden sentirlo. Saben que esta casa acoge, venda heridas, acompaña y cuida… Y eso huele bien…”

Si quieres ser parte de esta historia, de este evangelio vivo y ayudar al Padre Eduardo a acabar de construir la iglesia de san Carlos Lwanga, apoya el proyecto de ACN:

MOZAMBIQUE / PEMBA 21/00098

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