“La sangre de nuestro hermano nos liberó”. Dos seminaristas nigerianos recuerdan su cautiverio a manos de secuestradores

Pius Tabat y Stephen Amos fueron secuestrados en Nigeria, junto con otros dos seminaristas, el 8 de enero de 2020. Durante varios días, permanecieron en cautiverio y fueron torturados mientras sus captores intentaban obtener rescates de sus familias. Michael Nnadi, uno de los secuestrados, fue asesinado por predicar el Evangelio a uno de sus secuestradores.

Durante una conferencia en línea organizada por Aid to the Church in Need (ACN), celebrada el 8 de marzo de 2023, Pius y Stephen recordaron aquellos difíciles días:

Nos habíamos retirado a dormir cuando nos despertaron unos disparos. Sin saber qué estaba pasando, fuimos a abrir la puerta y nos encontramos con un arma que nos apuntaba a la cabeza. El hombre armado nos quitó nuestros teléfonos y objetos de valor y nos indicó que saliéramos. Nos hicieron saltar la valla para que no nos vieran las fuerzas de seguridad, y esa misma noche nos adentramos en el monte.

Caminamos durante tres o cuatro horas, sin saber adónde íbamos. En un momento dado, nos hicieron subir a unas motos y una hora más tarde llegamos de madrugada a nuestro destino.

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Los seminaristas Pius Tabat y Stephen Amos en el Seminario Mayor San Agustín de Jos

Nos hicieron tumbarnos en una tienda de campaña sobre el suelo desnudo, con otras siete u ocho personas. Éramos unos doce apretujados en la tienda, en enero, con frío.

Más tarde, nos llamaron para que telefoneáramos a nuestros padres para comunicarles nuestro secuestro,  mientras tanto nos pegaban. Nosotros llorábamos bajo esa tensión mientras nuestros padres nos escuchaban por teléfono,  así continuaron haciéndolo durante unas dos semanas. Cada vez que hacíamos una llamada, nos pegaban.

Durante la mayor parte del día permanecíamos con los ojos vendados sentados bajo un árbol. No podíamos tumbarnos y nos dolía la espalda, pero no nos quedaba otra. Mientras, ellos seguían golpeándonos en la cabeza, en la espalda o en cualquier otra parte del cuerpo, todos los días, sin piedad. Estábamos sentados y lo siguiente que sentíamos era un golpe con un palo en la nuca.

Nuestros secuestradores eran pastores fulani, hablaban la lengua fulani. No sabemos cuál era su motivo, pero las personas que conocimos en cautiverio eran casi todas cristianas por lo que no sería aventurado afirmar que se trataba, sobre todo, de un ataque a nuestra fe cristiana. En nuestra zona, los lugares de culto o líderes musulmanes nunca son atacados, por lo que parece que el objetivo era nuestra fe católica.

Junto a los canales de Babilonia

Por la noche, cuando volvíamos a la tienda, nos hacían mugir como vacas o balar como cabras para divertirse. Otras veces, nos obligaban a entonar los cantos que normalmente cantamos en la iglesia o a bailar para ellos. Mientras cantábamos y bailábamos con los ojos vendados, nos golpeaban, recordándonos el salmo 137:

Allí nos invitaban a cantar nuestros opresores, para divertirlos: “Cantadnos un cantar de Sion”.

Nos alimentaban con arroz y aceite, que comíamos de un recipiente muy sucio. Era el mismo que utilizaban para llevar combustible para sus motos y el mismo que utilizábamos para beber agua del arroyo; podíamos ver y oler el aceite, pero no teníamos elección. A veces comíamos una vez al día, muy pocas veces dos y nunca nos cambiamos de ropa.

Uno de nuestros hermanos cayó muy enfermo y estuvo al borde de la muerte. Se lo llevaron y lo dejaron al borde del camino, indicándole a alguien que fuera a recogerlo. Afortunadamente, sobrevivió.

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Seminaristas del Seminario Mayor del Buen Pastor en procesión

La noche más larga

Cuando quedamos tres, nos organizamos para que cada día uno de nosotros guiara a los demás en el rezo de una novena y dijera algunas palabras de aliento. Miguel era el tercero, pero lo mataron al segundo día de su turno.

En esos días, uno de los secuestradores empezó a hacer preguntas,  Michael intentó explicarle nuestra fe cristiana. Llegado un momento, le pidió que le enseñara el padrenuestro y Michael se lo enseñó.

Tal vez los demás se enteraron de ello o el secuestrador mismo se lo contó, pero una vez -estábamos sentados con los ojos vendados- vinieron a buscar a Michael. Pensábamos que lo iban a soltar, que eran buenas noticias, no sabíamos que ese día lo iban a asesinar.

Esa misma noche, el jefe de la banda nos comunicó que habían matado a nuestro hermano y que también nos matarían a nosotros si no les pagaban el rescate a la mañana siguiente. Fue una de las noches más largas en nuestra vida. Por la mañana, nos llamaron y nos dieron nuestros móviles para que llamáramos a nuestros padres y nos despidiéramos de ellos antes de ser asesinados. Así lo hicimos y después regresamos a nuestra tienda, poniendo nuestras vidas en manos de Dios. Sin embargo, ese día no nos mataron.

El precio de la libertad

Tres días más tarde nos dijeron que nos iban a liberar. Sonaba demasiado bien para ser verdad: después de tantos días de cautiverio, de tanto dolor, deshumanización y palizas íbamos a ser libres.

Nos llevaron en bicicleta a un asentamiento abandonado. Allí nos abandonaron, indicándonos que camináramos hasta dar con un hombre que nos llevaría de vuelta al seminario.

Cuando se fueron, volvimos a percibir el frescor del aire, éramos libres. Encontramos al hombre y este nos llevó al colegio en su bicicleta.

seminaristas secuestrados en Nigeria
Seminario del Buen Pastor en Kaduna

En aquel momento, aún abrigábamos la esperanza de que Michael estuviera sano y salvo, pero al llegar al seminario, vimos que esperaban que estuviera con nosotros. Nuestros superiores se pusieron en contacto con los secuestradores y estos les dijeron dónde encontrar sus restos. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que había sido martirizado a sangre fría, siendo su único delito ser cristiano y seminarista católico.

No creemos que sea una coincidencia que nos liberaran cuatro días después de su muerte. Fue como si su sangre nos hubiera liberado: él pagó el precio de nuestra libertad.

Nos llevaron al hospital católico para recibir tratamiento y permanecimos allí una semana. Allí nos encontramos con el compañero que había sido liberado antes y que se estaba recuperando. Una vez repuestos, regresamos a nuestras respectivas diócesis, donde nos indicaron que nos preparáramos para continuar con nuestra formación, aquí en el seminario donde estamos ahora.

Nuestras familias se alegraron de vernos y dieron gracias a Dios por nuestra liberación. Cuando se enteraron de nuestra decisión de proseguir con nuestra formación no hubo recriminaciones ni intentaron detenernos. En realidad, todo lo ocurrido nos alentó,   que Dios nos haya salvado quiere decir que tiene muchos planes para nosotros y que hay cosas esperándonos en este camino que hemos elegido,  eso nos anima a seguir con nuestra vocación”.

La Conferencia Episcopal Católica está estudiando la posibilidad de presentar a Michael como mártir de Nigeria en un futuro próximo. Entretanto, en la diócesis de Sokoto, el obispo Kukah y sus fieles quieren poner en marcha una iniciativa para animar y profundizar en la fe entre los cristianos en duelo: quieren construir un lugar donde las personas que sufren puedan llevar su dolor,  sus oraciones y encontrar sanación en el amor misericordioso de Dios: “Es el cumplimiento de la sentencia de que la sangre de los mártires es semilla de cristianos”.

Con la ayuda de los benefactores de ACN, los fieles podrán reunirse en este Centro de Adoración Eucarística sito en Malumfashi, estado de Katsina, en la diócesis de Sokoto, construido para conmemorar a quienes murieron por su fe cristiana a manos de extremistas.

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