Un sacerdote libanés recuerda la explosión como un punto de inflexión en su patria
Beirut, Líbano – Hace exactamente 12 meses, el padre Marwan Mouawad, de 46 años, celebraba una misa para un pequeño grupo de diez personas en un barrio pobre de Beirut, cuando sintió que la iglesia temblaba. Sospechó que se trataba de un terremoto e interrumpió sus cánticos, cuando se cortó la luz.
Segundos después, una de las explosiones no nucleares más fuertes de la historia arrasó la iglesia. El momento, grabado en un vídeo viral visto por tres millones de personas, cambiaría el rumbo del Líbano, el país con mayor diversidad religiosa de Oriente Medio.
Un almacén abandonado que guardaba nitrato de amonio en el principal puerto del país se había incendiado y explotado a solo tres kilómetros de la iglesia del padre Mouawad. «Miramos el techo y pensamos que se nos caería encima. Pensábamos que nos íbamos a morir. Fue la providencia divina la que nos salvó: fue una señal de Dios que no tuviéramos permiso para abrir la iglesia al público en esos días a causa de la COVID-19», dice. En medio de una pandemia que hacía estragos, el padre Mouawad solía retransmitir en directo la misa cada día a una audiencia de unos 60 o 70 espectadores. Ese día no murió nadie en la iglesia, aunque una anciana religiosa recibió una grave herida en la cabeza.
«Tras la explosión, salimos de la iglesia y vimos ventanas rotas por todas partes. Tuvimos que mover los escombros para poder caminar por la calle. Parecía una escena de guerra. Había heridos en la calle». Con el hospital local desbordado de pacientes, tuvieron que volver a la iglesia para atender a la religiosa, que aún se está recuperando. La explosión dejó más de 200 muertos y causó daños materiales valorados en 15.000 millones de dólares, especialmente en los barrios adyacentes al puerto de Beirut mayoritariamente habitados por cristianos.
Sin embargo, la explosión supuso también un punto de inflexión para un país que ya estaba en peligro. «Antes de la explosión, tenía en mi parroquia 95 familias a las que ayudaba. Ahora, tenemos 520 familias necesitadas. Cada jueves, vienen a mi iglesia para recibir una comida caliente de un equipo de voluntarios».
«Algunos de mis feligreses que antes venían a darme dinero para ayudarnos a comprar paquetes de comida para los pobres, ahora vienen para pedir ayuda: Padre, dicen, por favor perdónanos. Estamos necesitados».
La crisis también ha hecho mella en el clero, especialmente en los numerosos sacerdotes casados del Líbano, que según la tradición de la Iglesia católica maronita pueden contraer matrimonio antes de ser ordenados sacerdotes.
«Como sacerdote con familia, yo también me veo afectado por la crisis. Hemos dejado de comer carne, excepto una vez a la semana, que comemos pollo. Hemos reducido el consumo de electricidad y sólo compramos fruta una vez a la semana. No es sólo para solidarizarnos con la gente. Realmente no tenemos más dinero».
Aid to the Church in Need (ACN), una fundación pontificia que trabaja con la Iglesia que sufre, está apoyando a muchos sacerdotes del Líbano con estipendios, con el objetivo de ayudar al clero además a socorrer a los feligreses que dependen de ellos. En la diócesis de Antelias, ACN apoya a 45 sacerdotes, entre ellos al padre Mouawad.
Además de intentar apoyar a la gente de su parroquia, el padre Mouawad anima a sus feligreses a denunciar la corrupción que está destruyendo su país: «Cristo siempre defendió la dignidad de la persona. Quiere que hagamos frente a los que han corrompido este país, incluso a los políticos».
Hoy en día, gran parte de los daños de Beirut están reparados, incluidos los numerosos edificios de la Iglesia que fueron destruidos en la explosión. Sin embargo, la crisis económica continúa, y la mayoría dice que nunca lo olvidará.
«Cada vez que entramos en la iglesia», dice el padre Mouawad, «los recuerdos vuelven a nosotros. Estuvimos entre los muertos y resucitamos».
Por Xavier Bisits.